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Elegía para Hank Williams

En el último episodio del podcast intento trazar un trayecto hacia el nacimiento del rock and roll mediante 32 canciones, publicadas entre 1922 y 1954, que contribuyeron a germinar el género.

Soy partidario de la tesis de que el rock and roll fue el resultado de una una cocción lenta que tardó en alcanzar el punto exacto varias décadas tras conjuntar una gran variedad de ingredientes que procedían del country, el hillbilly, los espirituales, el blues, el western swing, el rhtyhm & blues, el jump blues, el boogie woogie, el country swing, las baladas orquestales, las formas tempranas del jazz y todas las variantes del folk.

La vida de algunos creadores predispone a la metáfora que hace innesaria toda explicación. Pensemos en un niño nacido en la aldea de Mount Olive, en el condado de Butler de Alabama. Había aprendido a tocar con la guitarra que le había regalado, cuando cumplió ocho años, su madre.

En la sangre del crío había ancestros de Gales, Irlanda, Inglaterra, Escocia, Francia, Suiza y Alemania. Le enseñó las primeras lecciones de guitarra un bluesman negro a cambio de comida.

Quizá la respuesta a la pregunta múltiple ¿dónde y por qué nació el rock and roll? esté, por un lado, en la cartografía genealógica blanca de un hijo de granjeros pobres con el folklore de muchas tierras europeas en la sangre y, por otro, en las clases de guitarra bluesy que recibió el niño de un negro aún más pobre.

Todo es latido en la vida cortísima de aquel niño, Hank Williams, una persona aniñada que vivió 29 años.

Fue uno de los más importantes, tal vez el más importante, músico del siglo XX. Elvis Presley, como más tarde Bob Dylan, quisieron parecerse a él: depurar con poética sinceridad la emoción y el dolor —Williams vivió consumido por la morfina y los calmantes que necesitaba para paliar el tormento de una espina bífida oculta—.

Murió en el asiento trasero de un Cadillac en el aparcamiento de una gasolinera, mientras iba camino de otra actuación. Además de la guitarra que había cambiado el rumbo del country y presentido el rock and roll tenía encima un cuaderno escolar con letras de nuevas canciones. El conductor estiraba las piernas y tomaba un tentempié. Regresó al coche y reanudó el viaje porque estaba seguro de que Hank estaba dormido. Durante horas el Cadillac penetró en el paisaje con un cadáver en el asiento trasero.

Es posible pensar que el rock and roll existiría sin él, pero no sería igual.

En algún momento de mi vida escribí esta elegía dedicada al cantante que murió en un Cadillac del mismo color que el cielo protector:

El hombre que soñaba con Hank Williams alcanzaba la mímesis cuando la broca del dolor taladraba su espalda.

Sus brazos dibujaban entonces una cruz roja y lograba cantar como un salvaje de la arcadia, como un niño montañés jugando en la maleza, donde las guitarras no tienen seis cuerdas porque cada tallo es una cuerda.

Al hombre que soñaba con Hank Williams nunca le regalaron un sombrero Stetson, pero estaba preparado para el momento: guardaba la pluma de una boa de opereta para ennoblecer la cinta negra.

Esperaba morir con la cabeza bien amoblada (bajo un Stetson no hay fantasmas), esperaba el último Cadillac (en un Cadillac no viajas, te trasladas) para beber de la petaca el último trago de Wild Turkey (el whisky con gusto a labios de primera novia): sabía la fecha, 31 de diciembre (ese día no te mueres, escapas).

El hombre que soñaba con Hank Williams había llegado a una conclusión: la única enfermedad es el amor.

El hombre que soñaba con Hank Williams creía en una sola verdad: el corazón delator.

Hank Williams y el Cadillac celeste en el que moriría. Nashville, 1949
La última canción que grabó Hank Williams: ‘Nunca saldré vivo de este mundo’

El episodio del podcast del que forma parte Hank Williams puede ser escuchado en Spotify:

https://open.spotify.com/episode/2BQsMyASzbYLiW3qSUG8B6?si=iptlNENNS96eECmelk2Y2A

O en Ivoox:

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3 respuestas a «Elegía para Hank Williams»

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