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Bob Dylan: 80 trivialidades

Bob Dylan cumple 80 años el 24 de mayo de 2021.

Hace diez años, poco antes de cumplir 70 y en un gesto sin precedentes, emitió una declaración pública para sus «fans y seguidores»:

Todos sabemos que hay una montonera de libros sobre mí publicados o a punto de ser publicados. Animo a cualquiera que me haya conocido, escuchado o incluso visto a que entre en acción y garabatee su propio libro. Nunca se sabe, cualquiera puede tener un gran libro dentro.

Vale, Bobby, tomo tu palabra. Van por ti y tus largos años sobre el mundo 80 afirmaciones que se balancean, como la existencia, entre la verdad y la mentira.

En las siguientes enumeraciones podría haber verdades y podría haber mentiras. Tú me has enseñado que son complementarias, que nada sucede cuando todas las verdades del mundo se añaden a una mentira, que nada sucede cuando todas las mentiras se añaden a una verdad.

También me enseñaste que la vida es un espejo para desaparecer.

Jugaré con tus pecados y bendiciones.

Se trata de adivinar qué es cierto y qué es falso. No hay patrón. También me enseñaste que la vida debe vivirse en modo random.

1. Cuando tocó un par de canciones en la guardería de uno de sus hijos, los críos empezaron a llorar y regresaron a casa quejándose del «hombre raro». Algunos tuvieron pesadillas. La guardería le declaró persona non grata.

2. En su primer papel en una película interpretó a un personaje llamado Alias. No pronunciaba ni una sola palabra.

3. En sus primeras actuaciones en cafés bohemios de Nueva York imitaba a Charlie Chaplin entre canción y canción.

4. Ha cantado acompañado por la banda punk The Plugz.

5. Cuando tocó en el festival de la Isla de Wight de 1969 se reunió con los Beatles en una granja. Hubo una jam musical que fue grabada. Las cintas harán millonario a quien las descubra.

6. Cuando está de gira viaja siempre en un autobús plateado, un Prevost customizado que cuesta 1,8 millones de euros. Como Dylan tiene miedo de que atenten contra él, el grupo comparte otro vehículo idéntico. Los presuntos atacantes lo tienen difícil para saber en cual de ambos viaja el cantante.

7. Una de sus novias le preguntó: «¿Por qué no podemos vivir juntos?». Dylan contestó: «Porque ni siquiera puedo vivir conmigo mismo».

8. Es íntimo amigo de la actriz Raquel Welch. Al parecer, bastante íntimo.

9. En su juventud robaba discos en casa de los amigos que le daban cuartel para pasar unas noches. Luego negaba los hurtos.

10. Desde 1988 ha dado casi 3.000 conciertos.

11. Prefiere hacer el amor con mujeres negras y entradas en carnes.

12. Su primera esposa había sido conejita de Playboy.

13. Cuando se divorció de ella se lió con la terapeuta familiar que trataba a sus hijos pequeños para minimizar los efectos de la separación.

14. Estuvo a punto de grabar un disco con todas las canciones cantadas en castellano.

15. Lo último que ha afirmado sobre sus creencias religiosas es: «Soy de la Iglesia de la Mente Envenenada».

16. Le encanta el hip-hop, sobre todo Public Enemy y Jay Z. Aparece en un vídeoclip de Jean Wyclef.

17. Libro de direcciones: hasta los seis años vivió en Duluth: 519 North 3rd Av. E. Entre 1947 y 1959, en Hibbing: 2425 7th Av. E. En un talent show en 1957 tocó el piano —adoraba a Little Richard— en el salón de actos del Hibbing High School (800 E. 21st St.) con el grupo amateur The Golden Chords. Dos años después se graduó como bachiller en este mismo centro educativo. Se mudó a Minneapolis en el otoño de 1959 para estudiar en la universidad (destino que nunca cumplió). Su primera residencia fue la fraternidad para alumnos judíos Sigma Alpha Mu (915 University Av. SE), un edificio que ya no existe.

18. Muchos años más tarde, en un festival le presentaron así: “Tomadlo, es vuestro y de todos nosotros”.

19. Una canción de Dylan sirvió para bautizar a un grupo terrorista armado.

20. Tuvo una hija con una de las cantantes de su coro femenino. Lo mantuvieron en secreto durante 15 años. Dylan se pasaba de vez en cuando por la casa del suburbio de Los Angeles que compró para ellas para ver a la cría. A veces se disfrazaba para que los vecinos no le reconociesen.

21. Tiene al menos otros cuatro hijos secretos.

Foto: Daniel Karmer

22. No leyó poesía hasta los ventitantos. Los primeros libros (simbolistas franceses) se los dejó su primera novia.

23. No adoptó el nombre de Dylan por el poeta Dylan Thomas.

24. En su casa de Malibú instaló una letrina portatil para que sus guardaespaldas no entrasen en la vivienda.

25. Sobre la cama de la casa de Malibú hay un coche colgado del cielo raso.

26. Tiene al menos otra docena de casas en propiedad, entre ellas una mansión en las Highlands de Escocia. En algunas de las viviendas no ha dormido nunca. Contrata a un cuidador para que se haga cargo del mantenimiento.

27. Se chutó heroína con John Lennon.

28. Paul McCartney se lo encontró en el aeropuerto de Heathrow a finales de los años noventa. Dylan, con aspecto de homeless, no le reconoció.

29. De adolescente quería ser como Little Richard.

30. Fue canguro durante muchas noches de Ari, el hijo de Alain Delon y Nico (cantante de la Velvet Underground).

31. Tuvo un affaire con una princesa maorí.

32. Tuvo un affaire con una bailarina de danza del vientre.

33. Estuvo a punto de quedarse a vivir en un kibbutz de Israel.

34. En la portada de uno de sus discos aparecen únicamente dos músicos bengalíes.

35. Compuso una canción a medias con Michael Bolton.

36. Cantó en un disco de Bette Midler.

37. Cantó a dúo con Marlon Brando Blowin’ In the Wind en una sinagoga.

38. Fue compañero de instituto del coguionista de las películas de Woody Allen El dormilón y Annie Hall.

Foto: Richard Avedon

39. Las últimas cuatro mujeres con las que ha tenido una relación más o menos estable se llaman Carol.

40. Utilizó durante años el mismo seudónimo para registrarse de incógnito en los hoteles: Justin Case (just in case, por si acaso).

41. También ha usado estos otros seudónimos: Bob Landy, Blind Boy Grunt, Robert Milkwood Thomas, Roosevelt Gook y Elston Gunnn.

42. En 1985 tocó la mandolina en el baile de una boda rural. No conocía a los contrayentes.

43. Dylan, los Beatles y Elvis Presley han versionado una misma canción.

44. Es el músico más citado en sentencias judiciales. Un catedrático de Harvard dice que ha encontrado estrofas de Dylan en 186 fallos de los tribunales estadounidenses. También localizó 74 de los Beatles y 69 de Bruce Springsteen.

45. Dylan hizo coros en el primer disco de Leonard Cohen. No aparece en los créditos.

46. Grabó una versión jocosa de un tema de Simon & Garfunkel. Dylan se mofa de ambos imitando las voces de cada uno y mezclándolas.

47. A Dylan le encanta Charles Aznavour.

48. Sus canciones han sido versionadas unas 30.000 veces por unos dos mil intérpretes.

49. No se cambia los calcetines a diario. Prefiere llevarlos dos días seguidos.

50. Tiene (al menos) nueve nietos.

51. Cuando tocó en París en 1966 intentó que le presentasen a Françoise Hardy. No lo consiguió.

52. En febrero de 1959, Dylan vió tocar a Buddy Holly tres días antes de que éste muriese al estrellarse la avioneta en la que viajaba.

53. Le gustaba la cantante egipcia Om Kalsoum, a la que definió como «una señora gorda que huele a hachís«.

54. Su primera esposa, Sarah Lowdnes, alegó maltratos físicos durante el juicio de divorcio. El dictamen del tribunal no estimó probada la circunstancia.

55. Otra de sus novias, Ruth Tyrangiel, con quien mantuvo una relación esporádica pero continuada entre 1973 y 1993, le reclamó judicialmente cinco millones de euros. Perdió el juicio.

56. Dylan estuvo enganchado a la bencedrina, la heroína, la cocaína y el alcohol.

57. Su gran afición es la pintura. Uno de sus discos lleva un óleo pintado por él en la portada.

58. La familia de Edie Sedgwick, una estrella de la Factory de Andy Warhol, adujo que Dylan la obligó a abortar.

59. Su novia Suze Rotolo estuvo embarazada y perdió al bebé. Nunca quedó claro cómo.

Foto: Elliot Landy

60. Ha grabado discos con músicos de los Rolling Stones y los Spiders from Mars (la banda glam de David Bowie).

61. Produjo un disco para Barry Goldberg, uno de los padrinos de la mafia del blues de Chicago.

62. En uno de sus mejores discos, Blood on the Tracks, todas las canciones están compuestas en el mismo tono abierto de guitarra.

63. Cantó un rap en un disco de Kurtis Blow.

64. Tras la polémica gira europea de 1966 se refugió unas semanas en un antiguo molino español sin electricidad ni agua corriente. Jugaba al ajedrez con los paisanos del pueblo más cercano.

65. En una de sus canciones menciona las ciudades de Madrid y Barcelona.

66. En 1967 grabó con The Band casi un centenar de canciones conocidas como The Basement Tapes. Algunos pensamos que son lo mejor de su carrera. No fueron editadas oficialmente hasta 2014.

67. Ha vendido menos discos que Nana Mouskouri.

68. En 1966 dijo: «Soy el tipo de persona que se suicidaría. Me pegaría un tiro en el cerebro. Si las cosas fueran mal, saltaría por la ventana».

69. Ha tocado con músicos de los grupos punk The Clash y Sex Pistols.

70. Ha dirigido en una película a Penélope Cruz.

71. Fue el primer músico de poprock en ser pirateado. Años depués, cuando ya era el músico más pirateado de la historia, editó una colección sin parangón donde ha ido reuniendo, para ruina de sus fanáticos, casi todo lo que grabó, ensayó o mal interpretó. Llamó a la colección The Bootleg Series.

72. Se ha columpiado al borde de varios abismos, entre ellos las drogas, la fama y el cristianismo pentecostalista. Tras caer ha vuelto a ser Bob Dylan.

Foto: Elliot Landy

73. La música grabada, el proceso, el negocio, le importan poco. Graba los discos en tres días, con una producción descuidada. Lo único importante son las canciones: grabar es tocar una canción en un momento determinado.

74. Nunca da consejos con afanes moralistas. No hace de los conciertos mítines, ni de sus palabras catecismo. Que tire la primera piedra quien esté libre de pecados tan veniales como tocar ante el Papa o aparecer en un anuncio de lencería.

75. Toda la rebeldía del siglo XX está condensada en su obra.

75. Es frecuente que se autoparodie con la suficiente ironía como para no ser un payaso.

76. Le encanta hacer el payaso de vez en cuando.

77. Los ecos de Charlie Patton, Jimmie Rodgers, Blind Willie McTell y la Carter Family le han servido para hacer rock and roll, volver al folk, reinventar el country, volver de nuevo al rock y, en esas sucesivas derivas, saber que no estaba haciendo nada especial, nada nuevo .

78. ¿Necesita usted asistir al mejor curso magistral sobre música popular? Escuche el programa de radio Theme Time Radio Hour, que Dylan presentó entre 2006 y 2009.

79. A Dylan le gustan las buenas canciones, vengan de donde vengan, sean del estilo que sean. El gremio le adora. Han tocados como teloneros para Dylan, entre otros: Grateful Dead, Tom Petty, Santana, Ani DiFranco, Joni Mitchell, Paul Simon, Willie Nelson, Foo Fighters, Wilco, My Morning Jacket, Mavis Staples…

80. Sabe de música más que ningún intérprete de su generación: es el último genealogista y la única gran figura musical del pop-rock que no practica el esnobismo integrista dictado por lo moderno, lo que se lleva o lo que pueda epatar a los burgueses.

«La mejor canción que he compuesto», se le escucha decir antes de empezar a tocar Sad-Eyed Lady of the Lowlands. Son las 3 de la madrugada del 13 de marzo de 1966 en un hotel situado en, no podría ser otro el lugar, Denver. El sonido es sucio, pero who among them do they think could bury you?

Por cierto, las ochenta afirmaciones de la enumeración previa son verdades absolutas, al menos según mi juicio, al que se debe otorgar el beneficio parcial del sinsentido existencial del que no deseo desligarme ni aspiro a romper.

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El cumpleaños de Dylan ha servido de estímulo para el último episodio del podcast: Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’.

Pueden escucharlo en este reproductor:

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El perro Hamlet, la Habitación Roja, la Casa de los Espejos… La música de montaña y sótano de Bob Dylan

Thou art a soul in bliss; but I am bound
Upon a wheel of fire

William Shakespeare, ‘King Lear’

Sólo me interesan los personajes secundarios y un objeto. Sólo me interesan un perro y dos habitaciones. Sólo me interesa la utopía, la tontería trascendente. Sólo me interesan tres muertes. Una o dos nunca son bastante.

Los personajes secundarios son un loco, un escultor y dos místicos de Bengala. El objeto es una grabadora Uher de bobinas, un aparato bastante simple. El perro era un lanas, un poodle agradable, feliz y vivo.

Las estancias, las habitaciones: en un principio, la Habitación Roja; después, un sótano. La primera ya no estaba pintada de rojo cuando sucedió la historia, pero alguna vez lo había estado.

El perro, lo había olvidado, se llamaba Hamlet.

El escultor era Clarence Schmidt. Tenía 31 años en febrero de 1928, cuando se estableció en el monte Ohayo, en una pequeña parcela que había recibido como herencia. En esas mismas fechas el Tamesís se desbordó y ahogó a 14 londinenses.

Pero esto no es música inglesa, damita errante, es música americana de los montes Catskills, donde durmió hasta el olvido Rip Wan Winkle y los nativos emplean el verbo consider (y su gerundio, considering) como justificaciones para perder el tiempo.

Y, por lo demás, no estamos en 1928, tiempo de hambre y de artistas del hambre, sino casi cuarenta años más tarde, en el centelleo de oráculos y drogas de 1967, año afilado, año de batir palmas y sacar navajas.

La dirección postal de la casa del sótano es: 2188 Stoll Road con Parnassus Lane, West Saugerties, estado de Nueva York. La dirección oral es: «Big Pink, una casa pintada del color de los batidos de fresa». Pocos sabrán precisar la localización. Tendrán que considerarlo unos minutos.

Clarence Schmidt odiaba la arquitectura porque había practicado la arquitectura y nunca quieres lo que tienes.

En la lengua antigua, las montañas eran mencionadas como Kaatsberg y contempladas como la morada de un espíritu femenino que cerraba las puertas del día y soplaba nubes de tinta sobre los valles.

La Habitación Roja era una de las once estancias de la casa llamada Hi Lo Ha, en Camelot Road, una carretera desterrada que no aparece en los mapas de Bearsville, también en el estado de Nueva York.

The House of Mirrors, la casa de Clarence Schmidt

El arquitecto Schmidt reunió chapas, maderas y piezas de accidentes, trabó cristales rotos con brea y creosota, ensambló la vida con el espejismo hasta que el arquitecto rompió con la arquitectura y construyó The House of Mirrors, forrada de aluminio.

Algunos comentaron:

Parece un burdel japonés, uno de esos lugares donde las geishas te lavan los pies.

Todo esto sucedía en una misma pieza de mundo, bajo el algoldón cardado de las nubes de verano, ligeras como telas de araña, coronando de gris las Catskills en 1967.

Hi Lo Ha, Big Pink y The House of Mirrors formaban un círculo metafísico de 30 kilómetros de radio. Ahora alquilan la segunda, acaso la más conocida, como vivienda vacacional.

El propietario de Hi Lo Ha se llamaba Bob Dylan. La casa fue la primera compra seria de su vida. Pagó 12.000 dólares, una ganga. La compró mientras grababa un vals titulado Like a rolling stone durante un sueño de opio en el cual se dejaba arrastrar por una plomada de albañil atada a sus dientes y terminaba danzando con peces abisales con osamenta de color mercurio.

En la casa-batido-de-fresa vivían como inquilinos tres canadienses: Richard Manuel, Rick Danko y Garth Hudson. Pagaban de alquiler 250 dólares al mes. Su otro compañero, Robbie Roberston, residía en otra vivienda no muy lejana: prefería dormir a solas con su novia Dominique.

Todos ellos vestían como sus abuelos.

Tras el sueño del opio, Bob Dylan despertó con hambre de pan y ganas de volver a cantar sin desperdiciar el lenguaje, sin desperdiciar el aliento. Acudió a pedir en matrimonio a la Señorita Escueta. Aún está casado con ella y no se lo perdonan porque, es cosa común, Lewis Carrol siempre tuvo más predicamento que Mark Twain entre los púberes.

A veces subían a The House of Mirrors y bebían sidra con Schimdt. Incluso Hamlet bebía sidra.

If dogs run free, then why not we?

Hacia el otoño de 1967 se les unió Levon Helm, que cantaba como un soldado agonizante en las trincheras y tocaba la batería con el cuello torcido y el ceño de un hombre enfermo.

The House of Mirrors contenía su propio fuego. La creosota, recalentada por el aluminio, se incendió en julio y la ceniza subió a las cumbres escribiendo letras de niño en una pizarra. Nada quedó en pie.

Publicidad de las grabadoras Uher

La grabadora Uher tenía cuatro entradas, dos por canal, y admitía, por tanto, cuatro micrófonos. Utilizaban unos Neumann decentes, alquilados a Peter, Paul & Mary.

Hudson se encargaba de encender y apagar. Play, record, stop: no hacen falta más vasos para la fiesta.

Dylan llevaba a Hamlet a las grabaciones. Cuando el perro posaba con sombrero de caza-recompensas para el fotógrafo Elliot Landy, Danko se partía de risa y Dylan le regaló a Hamlet. Él tenía otro perro guardían, Buster, un San Bernardo indomable que odiaba a los matados que llegaban a Hi Lo Ha buscando llenar el tanque vacío de sus almas.

Schimdt construyó otra casa, Mark II, a partir de una autocaravana, que también aluminizó. La construcción, como si el fuego caminase de la mano de ave fénix del arquitecto que no quería ser arquitecto, también se incendiaría, en 1971. Esta vez hubo un orígen intencionado y Schmidt, deshecho, regresó a Nueva York.

En la casa de Dylan había un mesa de billar, una piscina, una copia de su película favorita, Tirez sur le pianiste (Disparad sobre el pianista. François Truffaut, 1960); una Biblia siempre abierta sobre un atril de madera negra y las obras completas de Shakespeare. Copiaba de la una y las otras para escribir canciones.

La película de Truffaut está basada en un relato del autor de hard-boiled David Goodis, que fue periodista, renunció al periodismo, vivió sólo y murió a los 49 años. Combatía el insomnio paseando toda la noche por las calles de Nueva York y escribió 19 novelas con el mismo ritmo: desesperación, inseguridad, claustrofobía y tormentos sexuales. Había muerto, tan desgraciado como sus personajes, sólo unos meses antes, en enero de 1967, pero Dylan no sabía eso. Tampoco que uno de los primos de Goodis se llamaba Morris Beck.

Otras dos muertes separadas por ocho meses con fidelidad de plomada. El 3 de octubre de 1967, en el hospital Creedmoor de Queens-Nueva York, dejó de sufrir Woody Guthrie después de caminar por espinas durante tres décadas. La bendición, el resguardo, la versión original de Bob Dylan.

El 5 de junio del año siguiente, a Abbe Zimmerman (56 años) lo mata un infarto en su casa de Hibbing (Minnesota). Bob Dylan vuela sin compañía a la tierra natal, vela el cadáver en la funeraria Dougherty, acompaña al cortejo hasta el cementerio judío de Duluth… Ante la tumba de su versión original, Bob Dylan se derrumbó.

A Hi Lo Ha llegaban turbas de peregrinos: niñas mustias, adoratrices sin moral, taladradores greñudos, lectores retorcidos de Hesse y Zoroastro, pánfilos comedores de flor de loto, mujeres con sombrero de pantera y dientes de plástico, familias de adoradores de las runas, conspiradores del novilunio… Morris Peck era uno de ellos.

Morris Peck, c. 1967

El loco, Morris Peck, había nacido en 1940 en la base aérea de Eglin, en Pensacola (Florida). Su padre era coronel de aviación. Morris emigró al oeste en 1966, deambuló por la Baja California, se unió a una liga de troskistas, aprendió a tocar la guitarra y experimentó la vida en común en una colectividad cristiana. En enero de 1967 comenzó a sufrir alucinaciones y estados de catatonia. Fue internado en un hospital y sometido a medicación anti sicótica. Se fugó a los dos meses. Dejo dos preguntas, escritas con heces, en la pared de la enfermería:

¿Cómo duermes, Zimmy?, ¿qué animal te puebla?

A Clarence Scmidt le fue muy mal en Nueva York. No intentó ponerse en contacto con su familia, ni con las personas que le habían tratado. Se conformaba con dormir en portales, mendigar y dibujar en las aceras. En ocasiones, robaba. Sobre todo objetos inútiles como piezas de cubertería y cajas de chicle que luego intentaba vender a los transeuntes con un reclamo:

Puede construir con esto una casa.

Carpeta del disco ‘John Wesley Harding’ (1967). Dylan aparece flanqueado por los hermanos Purna y Lakhsman Das

Dos secundarios más: los hermanos Purna y Lakhsman Das, dos bauls de Bengala, un par de músicos místicos que se alojaron en la zona durante unas semanas. Ambos aparecen —junto a Dylan y un anciano que no ha pasado a la historia— en la foto en blanco y negro que sirve de portada al disco John Wesley Harding, grabado unos meses después.

Morris Beck se coló tres veces en Hi Lo Ha. Las dos primeras fueron tímidas incursiones en el jardín. Era uno de tantos y no le dieron importancia.

La palabra sánscrita baul contiene tres raíces: betul (fuera de ritmo), vayu (aliento) y âuliyâ (santidad). Los baul, asentados en Bengala —hoy Bangladesh— son de religión indistinta, musulmana o hindú. Forman una tribu extra tribal que utiliza la poesía, la danza y la música, desde el siglo XIII, como camino de iluminación. No tienen residencia fija y sólo admiten como posesión sus vestidos e instrumentos. Son nómadas, tocan de aldea en aldea hasta la muerte. Lo suyo es una gira de nunca acabar.

Un día, al despertarse, Bob Dylan y su mujer, Sara, encontraron a Morris Beck observándoles en silencio, sentado en el suelo de la habitación. El sheriff detuvo al intruso, que no opuso resistencia. En su chaqueta encontraron un cuaderno con esta nota carente de signos de puntuación o mayúsculas:

sólo amanece el día para el que estamos despiertos vivir ardiendo y no sentir la quemadura alguien está por tocar la puerta cuando el león come hierba seca el sol poniente es la aureola de un santo la espada está bruñida para ponerla en manos del matador nos iremos como el languidecer de un enfermo soplaremos una sola vez los estados del ánimo nacidos del fuego no desaparecen las ofrendas de una madre deben ser mancilladas por el hijo por encima de las estrellas alzaremos nuestro trono por un mechón de sus cabellos un pequeño mechón robado sólo quedaran unos pocos evadidos para sacar de la casa los huesos ni siquiera la tierra más recta oculta las manchas del pecado la juventud es una devastación que no sospechas mina de sal guarida de animal salgan de aquí quienes nos vendieron a las tinieblas ninguna mano es demasiado corta para el rescate a las bestias te entregaré como pasto no serás recogido ni enterrado daremos la ciudad a los enemigos, casaremos a tus hijas con sus abuelos trocaré en duelo tu fiesta ararán los bueyes el mar un duelo de hijo único lengua embustera que su brazo se seque del todo y del todo se oscurezca su ojo haré que te pateen como el lodo de las calles sólo amanecerá sólo amanecerá sólo amanecerá el tiempo de llorar

En la nota de Beck un perito de la Policía encontró 61 referencias bíblicas.

John Wesley Harding no tiene la velocidad, en ocasiones grotesca, de Highway 61 revisited; ni el ormanetado simbolismo de Blonde on blonde, pero figura como el disco más hondo de Bob Dylan, el de poética más acabada. Es un disco sin espacios vacíos.

En las canciones de John Wesley Harding hay 61 referencias bíblicas.

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Clarence Schmidt (1897-1978). Foto: Peter Moore, 1964

Clarence Schmidt fue recogido de la calle por la asistencia social. Le trasladaron a un hospital donde le diagnosticaron una diabetes severa. Mostraba también síntomas de demencia. Murió en un albergue de caridad de Kensington en 1978. Los escasos restos de The House of Mirrors y Mark II que habían sobrevivido al fuego fueron pastos del pillaje. Sólo se conservan unas docenas de fotografías.

Richard Manuel, Rick Danko, Robbie Robertson y Levon Helm formaron The Band, el grupo que reinventó el rock and roll. Acabaron peleados, litigando en los tribunales, hablando pestes unos de los otros.

El perro Hamlet fue abandonado por Rick Danko cuando éste dejó la zona de Woostock. Unos vecinos se hicieron cargo del animal, pero el poodle murió a los pocos meses.

Rick Danko sufrió un accidente de tráfico en 1968. Padeció un abusivo dolor de espalda durante el resto de su vida. Sólo se sentía en paz cuando se picaba heroína. Murió el 10 de diciembre de 1999 mientras dormía, a los 56 años. Tres días antes había cantado por última vez en un pequeño bar medio vacío de Ann Arbor (Michigan). Sus última palabras al público fueron:

Estoy aquí para vender mi nuevo disco. Espero que compréis una copia en el puesto de la entrada.

Richard Manuel se ahorcó en un motel de Winter Park (Florida) el 4 de marzo de 1986. Vivía en la depresión, era alcohólico y consumidor de heroína.

Garth Hudson edita discos melindrosos con su mujer, Maud. Vendió la grabadora Uher a la corporación que gestiona los Hard Rock Café.

Robbie Robertson se dedicó a las bandas sonoras, a la exploración etnográfica de sus orígenes mohawk y a cultivar las apariencias en las fiestas de clase alta.

Levon Helm luchó y domó durante años un cáncer de garganta pero la enfermedad salió ganando y, en 2012, lo llevó a la tumba. Tenía 72 años, se había amargado tanto como para apoyar las guerras de castigo de George W. Bush y finalmente consiguió algo de alegría y vida extra gracias a un establo milagroso.

Si intentas comprar algo de David Goodis en un gran almacén no encontrarás ni un sólo libro.

Los bauls siguen fatigando los caminos de la India, Pakistán y Bangladesh.

Bob Dylan también es un baul y morirá tocando. En unos días cumple 80 años.

Bob Dylan en el salón de Hi Lo Ha. Foto: Elliot Landy, 1967

Morris Peck, internado en un manicomio de Nueva York, dijo en julio de 2005 a un equipo de televisión:

El pastor inútil caerá el año próximo.

En la Habitación Roja y el sótano, entre enero y otoño de 1967, Dylan, Danko, Manuel, Roberston, Helm y Hudson, grabaron 103 canciones: cantos marinos, baladas de lagrimeo, cuentos morales, lamentos gospel y sumisiones. Hasta 2014 no fueron publicadas en una versión íntegra, pero circularon en ediciones ilegales que bastaban a los devotos. Demuestran que la telepatía existe, que las ventanas deben estar abiertas, que los abuelos son superiores a los nietos, que la serenidad puede ser un ladrido…

Una de ellas, la mejor canción de Bob Dylan, dice:

No I don’t belong to her
I don’t belong to anybody
She’s my prize forsaken angel
But she don’t care she cries
She’s a lone-hearted mystic and she can carry on

When I’m there, she’s all right
But she’s not when I’m gone
Heaven knows that the answer she’s don’t call in no one
She’s a wave, a sailing beautiful she’s mine for the one

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En esta entrada hay 61 referencias bíblicas. Algunas tienen categoría de alucinación. Otras son cicatrices. Considéralo.

El podcast Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’ puede ser escuchado aquí:

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Los tres álbumes de Bob Dylan sin los cuales no habría nada

El vegetal, el animal, cada célula, en cada instante de su vida, son idénticos a sí mismos y, al mismo tiempo, difieren de sí gracias a la asimilación y desasimilación de sustancias, a la respiración, a la formación y muerte de las células.

A partir de Friedrich Engels, autor de la fórmula de la lógica formal según la cual «A es A» y todo objeto es siempre igual a sí mismo, es lícito postular que:

Sin The Velvet Underground and Nico (The Velvet Underground, 1967) no habría David Bowie, Sonic Youth…

Sin King of the Delta Blues Singers (Robert Johnson, 1961) no habría Rolling Stones, Cream, Led Zeppelin…

Sin Horses (Patti Smith, 1975) no habría REM, PJ Harvey, Madonna…

Sin Raw Power (The Stooges, 1973) no habría Sex Pistols, White Stripes…

Sin Discreet Music (Brian Eno, 1975) no habría Björk, U2, LCD Soundsystem, Aphex Twin…

Sin King Tubby Meets Rockers Uptown (Augustus Pablo, 1976) no habría DJ Shadow, David Holmes, The Clash…

Sin Live at the Apollo (James Brown, 1963) no habría Nas, J Dilla, Kendrick Lamar…

Sin The Soft Machine (The Soft Machine, 1968) no habría Can, Radiohead…

Sin Monster Movie (Can, 1969) no habría new wave inglesa con sintetizadores…

Sin Black Sabbath (Black Sabbath, 1970) no habría Nirvana…

Sin Elvis Presley (Elvis Presley, 1956) no habría Beatles.

Sin Hank Williams Sings (Hank Williams, 1952) no habría Elvis Presley.

Sin Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde (Bob Dylan, 1965-1966) no habría nada de nada y el poprock merecería la misma consideración que los merengues.

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Dentro de cuatro días Bob Dylan cumple 80 años. El episodio del podcast Hot Parade Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’ es un intento de resumir cuánto y cómo puede quemar el contacto con la obra única del mejor músico popular del siglo XX.

Puede ser escuchado aquí:

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Treinta preguntas sobre el poeta eléctrico y sexy Bob Dylan

Cuando Bob Dylan fue galardonado con el Nobel de Literatura en 2016, se desató una, otra, de las fogosas tormentas que persiguen al músico-cantante desde que, hace sesenta años, empezó a frecuentar los escenarios.

En uno de esos planteamientos periodísticos aspiran a la categoría de espejo buscando la confrontación de pareceres, gratamente titulado Bob Dylan pone música al Nobel de Literatura, me pidieron entonces un textito, casi un telegrama, para justificar mi alegría por la concesión del premio al mejor escritor nacido en la maternidad de la música popular.

Titulé la diminuta sonrisa, que aún mantengo pintada en mi careta de payaso con dos términos que merecen sumo respeto: Poesía Stratocaster.

Mi pieza —enfrentada a otra de una recordada amiga que opinaba lo contrario—, decía:

Primer Nobel eléctrico. Me alegro porque no han lamido al insufrible hípster Murakami, el cocacola cero del menú. ¿Lo merece San Bob, juglar, oral, sexy? No más que otros que se quedaron tocando el timbre –Borges, Kiš, Gombrowicz, Nabokov…– y al menos tanto como el autor de radionovelas Gabo. ¿Por qué digo sí? Porque entre 1965 y 1966, Dylan enchufó la poesía a una Stratocaster alimentada con bencedrina. Además, nunca da las gracias y tampoco pide palmas.

Unos meses antes, en mayo del mismo año (2016), cuando Dylan cumplía 75, el mismo diario me había pedido un billete para servir de apoyo a una crónica sobre el aniversario. Titulé aquella opinión, que también sigo custodiando, Huraño y silvestre. Me tomo la libertad de pegar el texto:

Podría inventariar las razones por las que admiro a Bob Dylan, pero ocuparían, desde la portada hasta la contra, todo el ejemplar de este diario. Algunas son pequeñeces (aunque sólo en apariencia): fue el primero en invitar a marihuana a los Beatles y, tras aquellas caladas, los ingleses dejaron la tontuna y se montaron en una nave espacial.

Otras, al contrario, son tan canónicas que bordean lo inmencionable: los discos de refundación del rock and roll de 1965 y 1966, cuando simbiotizó a Presley y Rimbaud en un personaje vertiginoso, celestial y ladino —hubo un tiempo, niños, en que Dylan fue un presagio de Rotten, Cobain y la Baader-Meinhof—; las Cintas del Sótano, el único GPS necesario para comprender el sonido que emerge de la tierra; la Gira de Nunca Acabar, un martirologio en el que anuncia, desde hace treinta años, su disposición a morir sobre las tablas…

Aunque los dos últimos discos, Shadows in the Night (2015) y Fallen Angels (2016), merecen estar en el católogo para bailes de salón de cualquier residencia geriátrica, mantengo el ardor de un enamorado.

Dylan, huraño y silvestre, jamás me ha decepcionado: nunca se ha dedicado, como tantas otras leyendas vivas, a considerar que el mundo gira sobre las punteras de sus zapatos.

Bob Dylan retratado por Elliot Landy en torno a 1967

No fue el único texto que redacté en 2016 sobre Dylan, a cuyos 80 años, que cumple el 24 de mayo, está dedicado el último episodio del podcast Hot Parade. La pelea de gallos alimentada por el Nobel, que los departamentos universitarios y logias cercanas no tragaron sin demostrar el sufrimiento porque les negaban la posibilidad de papers para engorde de nómina mediante falso currículo, me sirvió de acicate para publicar en mi web personal treinta dudas —Bob Dylan, ¿un Nobel videolúdico y transmedia?— que aprovecho ahora el momento para recuperar a partir del siguiente párrafo.

He leído las palabras ‘videolúdico’ y ‘transmedia’ y he sobrevivido. He visto a peritos académicos y escritores de las últimas dos o tres generaciones, como diría el viejito Ginsberg en Howl, en busca «de un cólerico pinchazo». Al parecer pillaron. El Nobel a Dylan fue el tam-tam para que las voces «hambrientas histéricas desnudas» (sin comas, sin tomar aliento) de los «hípsters con cabezas de ángel» se arracimasen en un todos a una de pelotón de fusileros: «grosería, cantante, indigno, Serrat»… Pensando en todos los voceros de la Alta Cultura exclusivista del aquí sólo se entra con carné sindical, formulo estas preguntas-vacilaciones.

1. Tienes veinte años, acompáñeme ahora, cuando aún no sabes de derrotas. Sé gitana out of fashion para mí, descálzate y brinca. Si el circo está en la ciudad, ¿por qué tanta cólera, señorita cupkake?

2. ¿Por qué te conmueven más los perros huérfanos que mi tribu de ancianos?

3. Nos tumbaron los gases de Berkeley. Lloramos como trigales bajo el vendaval. Desmembraron nuestros miembros en Praga y Berlín. ¿Merecimos tanto cuando sólo repartíamos indulgencias y caramelos?

4. Las circunstancias siguen siendo las de tus padres; la diplomacia, la de tus abuelos. ¿Cómo soportas escucharte?

5. Todo se ha roto, el amor está enfermo, la dignidad es una marca de ready to wear, en los templos repican grabaciones de campanas, la indulgencia tiene el tamaño de un grano de arena. ¿Por qué no te vas a cama?

Foto de Bob Dylan en el anuario del instituto donde estudió Secundaria

6. No portees, olvida amamantar a futuros esclavos, no leas a tus compañeros de clase, no votes PACMA, desnúdate con rubor, tuéstate al sol sucio de medianoche. ¿Cuándo vas a dejar de ser una histérica?

7. Pon en peligro la salud. Deja que los dientes se te pudran como la chaqueta. ¿Queda libre alguno de tus agujeros para esconderme dentro?

8. Nos intoxicaron en Wight, frente al sepulcro de Shelley. Mezclaron insecticida y alcaloides. ¿Entiendes la geometría de la inocencia?

9. No vas a morir, no es veneno. No vas a enloquecer, no es un máster ¿Por qué eres tan poco tarántula?

10. ¿Cuándo vas a dejar que borre tu inútil experiencia y destroce tanto artefacto, tanta joya y tanto binocular? ¿Cuándo empezarás a ser más drástica?

11. No te hagas la francesa, no te pongas mona, no hay zombie para ti en esta serie. ¿Que vas a hacer cuando no queden ambulancias para llevarte a casa?

12. Me dicen que te casas, que sirves un bufé, que tienes lista de bodas, que vas a trabajar como gólem, que nada te aprieta… ¿Dejarás algún día de ser tan moderna, tan parásita?

13. ¿En que almacén debo archivarte? ¿Por qué no me dejas ser Judas y venderte por un puñado de fango?

14. Y tú, profesor ayudante y sin lágrimas, ¿de qué te sirven las lecciones de la Escuela de Fráncfort cuando te miras en el espejo y ves un cuervo?

Casa en la que Dylan pasó su infancia y adolescencia en Hibbing, en el estado de Minesota

15. El pan caía de nuestras manos y el tiempo caía en besos y nosotros caíamos también. Agotamos  los gemidos y solo nos quedaba vivir. ¿Ya no recuerda tu cátedra cuánto y en qué cantidad?

16. Ese lápiz que sujetas, ¿significa que quieres algo de mí o vas a repetir la clase del curso pasado?

17. Examen de conciencia: ¿cuántas veces has trajinado la palabra metalenguaje desde que te pagan con mis impuestos?

18. ¿Me prestas esa pantera que bebe champán de tu copa?

19. ¿Dónde dejaste la capacidad de ser impío? ¿Por qué temes el pecado?

20. Nos alojamos en habitaciones tristes, bajamos a Mozambique, celebramos un jolgorio y quemamos un millón de dólares… ¿Por qué has dejado de golpear?

21. Fregamos el suelo con bombones, soñamos con hogazas de pan colectivas, matamos a palos los insectos, nos negamos a sufrir a Kant ¿Estás ahí o eres una sombra?

22. Ganamos en el torneo de las biografías ¿Cuando quemaste las alas que ennoblecían tu espalda?

23. Aseguras que renaceré en los restos de tu saliva, que bailaré en la pista de tus arrugas futuras… ¿Por qué me invitas a comprar cadenas, magister?

24. Tenemos uñas sucias de ferroviario, llegamos a los pasillos hambrientos ¿Cuánto te despidieron a ti de la factoría de los sueños?

25. ¿Por qué la rutina hitleriana de las amapolas romántico-expresionistas o los trillados rayos de sol, siempre parejos?

26.  Es fácil olvidar, considerar que vivir y revivir y pervivir y sobrevivir son colillas chupadas ¿No aprecias que tu lealtad de la de una caja de zapatos?

27. ¿Qué hacías mientras quemamos sándalo en el búnquer, el gulag, el gueto, la jefatura? ¿Dabas de comer a tu siamés?

28. ¿Por qué no hay sangre en los atriles?

29 . ¿Por qué el Orgullo Gay es una gran fiesta de la cultura?

30. Señorita, profesor, ¿por qué os saca de las casillas el Nobel a un poeta que no es un drama king?

Silueta de Dylan en la portada del disco ‘The Basement Tapes’

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Si quieres escuchar el podcast Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’ puedes hacerlo en este reproductor.

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Los diez mejores discos de Bob Dylan más allá de filias y fobias personales

A partir del último episodio del podcast, Bob Dylan cumple 80 años: “Ahora soy mucho más joven”, parece adecuado filtrar una suerte de discografía básica para enfrentarse con la obra oceánica del creador más trascendente de la historia de la música popular.

Asentada la entrega de Hot Parede en una selección personal, esta vez enumero y reseño someramente diez discos, digamos, indiscutibles. Aunque es posible y justificable, como intento demostrar en el podcast, casi cualquier otro compendio, esta decena está más allá de filias y fobias.

Blonde on blonde / Bob Dylan, 1966
Noche de ojos abiertos, nuevos sentimientos y nuevos ruidos, poblada de mujeres místicas y sangre rota. La declaración de amor más triste de la historia (Sad Eyed Lady of the Lowlands). Un disco como nunca habrá otro, un cuerpo deshuesado, todo espíritu. San Juan de la Cruz no lo habría cantado mejor.

The Basement Tapes / Bob Dylan and The Band, 1968 (grabación) – 1975 (edición)
Otra gran vuelta de tuerca. Instintivo y rugoso, sin concesiones, una fiesta orbital en el único lugar posible, el sótano de una casa de campo, con los amigos. La historia, toda, de la música popular, deshilada y cosida. La ropa gastada es la que sienta mejor.

Blood on the tracks / Bob Dylan, 1974
Pese a la miseria del acabado (arreglos apresuados y melosos, producción ramplona, voz anulada), las canciones son suficiente milagro. Una colección, en ocasiones emotiva y auto indulgente, de reflexiones sobre lo irrevocable del desamor. Dylan, que negociaba su divorcio, canta con la garganta abrasada. Tangled Up in Blue y You’re a Big Girl Now esclavizan como las manos de una novia.

The times they are a-changin’ / Bob Dylan, 1964
Áspero, con una espada en llamas, el profeta amenaza con el purgatorio, anuncia plagas y desacredita a los infieles. Crudo como un matadero, perdurable en su reclamo de libertad e igualdad. Sin embargo, el mejor momento, es de íntimidad: One Too Many Mornings, un lamento por la matemática inquebrantable del tiempo. Mil mañanas para un jovencillo que deja atónito al mundo y abofeta a los miserables.

John Wesley Harding / Bob Dylan, 1967
Sesenta y una referencias bíblicas en solamente 12 canciones para un disco-instantáneo que no parece haber sido grabado, sino nacido de un fluir. Sin espacios vacíos ni metáforas, simple, casi átono, desarreglado. Junto con Blood on the Tracks, el disco más revelador y biográfico de Dylan. Así suena un bosque en una mañana de febrero.

Live 1966 / Bob Dylan & The Hawks, 1966 (grabación) – 1998 (edición)
Nadie superará nunca la intensidad explosiva de esta grabación en directo, de la gira inglesa de mayo de 1966. Dylan y sus colegas —aún llamados The Hawks, luego serían The Band— escupen furia, mastican anfetaminas y palabras. El momento único que justifica al rock and roll ante la historia que vendrá (sea cual sea) está aquí: un asistente llama-grita-insulta a Dylan («¡Judas!») por haberse entregado a la disolución eléctrica. El bardo calla, rasga el primer acorde, contesta: «No te creo, eres un mentiroso» y grita «uno, dos». Su guitarrista, Robbie Robertson, ordena al grupo: «¡Tocad jodidamente fuerte!». Lo hacen.

Highway 61 Revisited / Bob Dylan, 1965
Pieza media del pasmoso rush de 1965-1966. Situado entre Bringing It All Back Home y Blonde on Blonde. Dylan tiene don de lenguas: escribe páginas y páginas y todas son navajas. El golpe de batería inicial de la primera canción, Like a Rolling Stone, abrió una puerta que ya nadie podrá cerrar.

The Bootleg Series, Vols 1-3 / Bob Dylan, 1961-1989 (grabación) – 1991 (edición)
Cofre documento que agranda la leyenda: el artista cincelando las canciones en el estudio, desentendido de todo lo ajeno al clima y el momento. Primer atisbo del tesoro que nos aguarda: los grandes temas perdidos del extenso catálogo de Dylan.

Time Out of Mind / Bob Dylan, 1997
Sin esperanza. Tras una grave infección de las membranas cardíacas («casi vi a Elvis», dijo tras salir del hospital), Dylan graba un disco crepúscular, de espacios vacíos. Mientras el mundo entero compra un teléfono celular y una computadora, Dylan prefiere el páramo. La última obra maestra.

The Bootleg Series, Vol 5: Bob Dylan Live 1975 / Bob Dylan, 2002
Publicado en 2002, el doble disco recoge algunos momentos de la memorable Rolling Thunder Revue, la loquísima, concurrida —había por momentos 15 músicos en escena— y acelerada por la cocaína gira de Dylan como cómico de la legua por pequeños locales de los EE UU, en algunos de los cuales las actuaciones sólo era anunciadas en el último momento. Aunque parte de la turnée está documentada en la delirante película Renaldo and Clara —culpemos al speed de la coca de las pretensiones de Dylan al creerse capaz de dirigir— y en el disco faltan muchas de las versiones que era improvisadas en cada show (mención especial: una vibranbte recreación de Never Let Me Go del gran Johnny Ace), el volumen es un gran disco en directo.

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El podcast con el que Hot Parade se apunta a la celebración del octogésimo aniversario de Bob Dylan puede ser escuchado en el microrreproductor de aquí abajo:

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Bob Dylan cumple 80: de pillastre ‘folkie’ a profeta iracundo

¿Qué se puede decir sobre Bob Dylan que tenga sentido y no consista en repetir lugares comunes?

Formulo la pregunta cuando el músico-compositor, acaso el de más importancia de nuestro tiempo, está cerca de cumplir 80 años —la fecha exacta del aniversario es el 24 de mayo—.

En el nuevo episodio del podcast, Bob Dylan cumple 80 años: “Ahora soy mucho más joven” afrontamos el desafío mediente la selección de 20 canciones que abarcan las seis décadas de ejercicio musical del juglar.

No se trata, quedan ustedes avisados, de un grandes éxitos, sino de un devocionario personal de quien, como yo, cree en Dylan como fundamental consejero, profeta, escritor, folclorista, juglar e intérprete.

El título del episodio está tomado de un lema («entonces yo era más viejo / y ahora soy mucho más joven») que procede del coro de la primera canción (My Back Pages, 1964) en la que Dylan confesó que sentía la portavocía generacional como un peso que no deseaba sobre sus hombros. «Ahora mucha gente hace canciones para señalar con el dedo. Ya sabes, señalan todas las cosas que están mal. Yo ya no quiero escribir para la gente. No quiero ser portavoz de nadie», dijo en una entrevista de la época.

Versión inicial de ‘My Back Pages’ publicada en el cuarto álbum en estudio de Bob Dylan: ‘Another Side of Bob Dylan’ (1964).

En el episodio pueden encontrarse canciones de la época inaugural del pillastre que se dedicaba a cantar como un «Charlie Chaplin folkie» en clubes izquierdistas de Nueva York; experimentales creaciones en directo en el estudio durante los años milagrosos del cutting edge, el filo de la navaja, cuando firmó consecutivamente, entre 1965 y 1966, tres de los mejores y más valientes discos de la historia del rock —Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y el álbum doble Blonde on Blonde—; piezas asombrosas, sucias y chirriante de la gira rechazada por buena parte del público porque era demasiado eléctrica; letanías de sotano; largas canciones-crónica detalladas en lugar, momento y circunstancia, con inicio, desarrollo, inflexiones dramáticas y final; capturas en directo de la gira con nombre suicida, Never Ending Tour, el Tour de Nunca Acabar, que Dylan inició a finales de los años ochenta y mantuvo durante unos 3.000 conciertos mundo adelante…

No falta alguna entrega reciente, como la despiadada Pay In Blood, de 2012, donde Dylan canta como una figura demoníaca o un iracundo profeta del Antiguo Testamento, entre guitarras amenazantes y una letra que distribuye dolor y matanza sin compasión y veneno en cada acorde:

Tus ojos nadarán en algo que tengo en el bolsillo / Tengo perros que desgarrarán tus miembros / Un político suelta su meada / Un mendigo harapiento te lanza un beso / La vida es corta, no dura mucho / Te ahorcarán por la mañana y te cantarán una canción / He vivido un infierno, ¿de qué ha servido? / Mi conciencia está limpia, ¿qué tal la tuya? / Así paso mis días / Vine a enterrar, no a elogiar / Saciaré mi sed y dormiré solo / Yo pago con sangre, pero no es la mía

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Estas son las 20 canciones del set list del episodio:

01 – Mixed-Up Confusion [1962]
02 – My Back Pages [1964]
03 – Talkin’ John Birch Society Blues [1963]
04 – Blind Willie McTell [1983]
05 – Dirge [1974 – con The Band]
06 – Going, Going, Gone [1976]
07 – False Prophet [2020]
08 – Idiot Wind [1974]
09 – Joey [1975]
10 – High Water (for Charley Patton) [2003]
11 – Down in the Flood [1971]
12 – Nobody ‘Cept You [1973]
13 – She’s Your Lover Now [1966]
14 – Tears of Rage [1967]
15 – Po’ Boy [2001]
16 – Ring Them Bells [1993]
17 – Tweeter and the Monkey Man [1988 – Traveling Wilburys]
18 – Tell Me, Momma [1966]
19 – Pay in Blood [2012]
20 – I’m Not There [1967]

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Bob Dylan, Roger McGuinn, Tom Petty, Neil Young, Eric Clapton y George Harrison cantan ‘My Back Pages’ en el concierto de 1992 que celebraba los treinta años en activo del primero
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Muere Monte Hellman, cineasta del Chevy 1955, el coche del rock and roll

Acaba de morir Monte Hellman, director, entre otras películas ajenas a modas y esnobismos de esos realizadores amamantados por los videoclips, Two-lane blacktop (1971) Además de una parábola sobre el final del tiempo de las flores y una respuesta al fracaso de los ideales hippies mucho menos alambicada que Easy Rider, la de Hellman fue el gran canto cinematográfico sobre el mejor y más hermoso automóvil nunca fabricado: el Chevy 1955.

Motor Hardtop de ocho cilindros en uve, pistones de aluminio ligero y 180 caballos de potencia. Fue el coche que mejor resumió el tiempo de frenética alegría y lascivia del rock and roll.

Mi padre tenía un Ford Fairlane, grande y muy sólido, pero era el taxi en el que trabajaba por las calles de Caracas y un coche en el que puede viajar cualquiera que levante la mano desde la acera nunca es del todo tuyo. No hay colectivismo que valga cuando hablamos de estas cosas. Ni siquiera la pintura del coche de papá, bicolor, azul y blanca, terminaba de gustarme.

Yo prefería el Chevy de J., un amigo de la familia.

Chevrolet Bel Air, 1955, ‘Chevy’

Parecía un helado sundae pidiendo un bocado y roncaba como un anciano, pero visto de frente sonreía, se alegraba del camino, y también nosotros sonreíamos, contagiados de nafta, purificados por la promesa de las llantas ribeteadas de blanco, alados por el cromo de la figura estilizada que coronaba el capó, unida a la carrocería por una fusión de apenas un milímetro, expelida, indomable, hacia el vacío.

Two-lane blacktop fue titulada en España Carretera asfaltada en dos direcciones. La estrenaron, sin pena ni gloria, en 1971: una road movie melancólica, una alegoría sobre la derrota final de los ideales hippies dirigida por Hellman, un legendario y valiente francotirador.

Dos jóvenes viajan en un viejo Chevy de 1955 por el suroeste de Estados Unidos, ganándose la vida en carreras ilegales con otros coches con apuestas por medio.

Desde la izquierda, en la foto a color, Laurie Bird, James Taylor y Dennis Wilson

Las figuras principales son arquetipos sin nombre: el Conductor, interpretado por el cantautor James Taylor y el Mecánico, Dennis Wilson, que tocaba la batería en los Beach Boys y era tan bello como el Chevy.

Recogen por el camino a la Chica, una hippie (Laurie Bird) que deambula haciendo autoestop, acaso, escapando de, no queda claro, algo o alguien.

Sólo hablan lo necesario, sobre todo de mécanica.

Se enfrentan en una enloquecida carrera hasta Nueva York con un coche de fabricación industrial que maneja Warren Oates, identificado como personaje por la marca del vehículo, GTO.

Es clara la intención de Hellman de trazar la metáfora dialéctica de dos formas de vida.

Cuentan que el rodaje fue una juerga cabal, que James Taylor, que acababa de grabar Sweet Baby James, se afeitaba con la luz del amanecer, cantando a los Beatles:

He sleeps in the park
Shaves in the dark
Trying to save lightbulbs

Unos años después, en 1979, sintiéndose hinchada de viento, Laurie Bird se suicidó con una sobredosis de somníferos en el lujoso ático de Manhattan que compartía con su novio Art Garfunkel, el de Simon and Garfunkel.

En 1983, Dennis Wilson, que era una piltrafa de párpados lejanos, se ahogó en el Pacífico y James Taylor mezcló su sangre con el marfil de la heroína.

Ni ellos ni yo sabemos dónde ha ido a parar, a qué osario, a qué escarcha, nuestro Chevy, el mejor coche del mundo. Lo fabricaban en 1955, año de mi nacimiento.

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El papel en el bolsillo de Coltrane en el último concierto de su vida

La última grabación en vida deJohn Coltrane fue el concierto en el Center of African Culture de Harlem en abril de 1967.

Se le conoce como Olatunji Concert, porque el local había sido fundado por el amigo de Trane Babatunde Olatunji (1927-1993), percusionista nigeriano que compuso Jingo, el tremendo canto de caza que Santana convirtió en 1969 en una tormenta de sexo.

Al título del disco se añade la nota The Last Live Concert, un epílogo necesario para anotar que Trane ya estaba muy enfermo.

Tenía 40 años y era hermoso, como si el cáncer de hígado no pudiese competir con la piedad de su ánimo.

Entonces, en 1967, era el único músico capaz de explicarse a sí mismo mientras el rock niñeaba con el cabaret y Bob Dylan tenía miedo de ser Bob Dylan.

En 1967 todos amábamos a Barbarella y al año siguiente la policía nos rompió los sueños y los dientes. Empezamos entonces a amarnos a nosostros mismos (hasta hoy, así nos va).

Trane tenía un sueño terreno, menos necio que los nuestros: quería romper el esnobismo de los enteradillos, dinamitar el freakland de las clases, las edades, las pintas, quemar la ropita y hacer música con las cenizas en un local de ensayo abierto al mundo.

Mientras los músicos patriarcales del hippismo musitaban «om mani padme um» en el asiento de atrás de una limusina, Trane había regresado al barrio: ya no tocaba en teatros, en clubs decadentes y groseros, no quería ser el payaso de nadie, abominaba de los intermediarios.

Prefería tocar para abuelos, padres e hijas, albañiles, camareros y estudiantes: gente triste y buena con diez centavos en el bolsillo.

Lo que había grabado en los últimos meses —Ascension, Interstellar space, Stellar Regions…—, era tan crudo como la piel de un tiburón: Trane creaba y destruía las notas, no dejaba aliento para pensar: bodishatva borracho de espacio y luz, tenía la mente en el mejor de los lugares posibles, el humilde blanco, color censurado por quienes acaso necesiten considerar la verdad de la espuma de una ola.

—Música de Dios, decía.

No tenía el sex appeal de Miles Davis, la provocadora intransigencia de Charles Mingus, la altanería de Ornette Coleman.

Cuando acababa de tocar, no iba a los camerinos, no se retiraba: bajaba a la platea, se sentaba entre el público. Era simple como barco sin costa y nada necesitaba excepto el énfasis de la felicidad. Como todos los músicos que me hacen llorar, nunca hablaba con lenguaje de músico.

Desde A love supreme (1966), sus nuevos compañeros de viaje –su esposa y pianista Alice, el joven baterista Rashied Ali, el contrabajista Jimmy Garrison; el saxofonista Pharoah Sanders, que se convertiría en leyenda– sólo recibían instrucciones en forma de disimulados koan zen:

—Tocad los colores correctos, las texturas correctas, el sonido de los acordes…

Perdió público: quienes le habían enaltecido como Gran Padre no entendían que cada disco fuese otro mundo de compases rotos. Estaba limpiando el espejo de suciedad y el reflejo, al fin nítido, asustaba.

En el Olatunji, en el corazón del Harlem de los perros que fuman y los niños que ladran, Trane encedió barras de incienso para el público familiar.

Llevaba un papel en el bosillo de la americana: la epifánica oración que había escito para la carpeta de A love supreme:

I have seen God—I have seen ungodly—none can be greater—none can compare to God

El disco (yo no estaba allí: he llegado a pocos lugares con puntualidad exacta) sólo tiene dos temas, una trastornada versión-río (34 minutos) de My favourite things, la canción que nunca dejaba atrás, que nunca era lastre, y Ogunde (28), una pieza de sonoridad africana.

ELATIONS—ELEGANCE—EXALTATION
All from God
Thank you God

En el disco –lo único que tengo ahora para estar allí donde no puedo estar—, no se me ocurre mejor manera de decirlo, los músicos están ardiendo.

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Tres meses después, el 17 de julio, Coltrane murió en el hospital Huntington de Nueva York. El cáncer de hígado no quiso concederle aplazamientos.

En 1966, en una de las escasas declaraciones de principios que redujo a palabras, había dicho:

—Quiero ser una fuerza del bien.

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[John Coltrane vertebra Las oraciones del jazz espitual, último episodio del podcast. Es posible escucharlo por entero (casi tres horas de música, veinte canciones en búsqueda de la joya en el corazón de loto) en el minireproductor de abajo.]

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Un presente más: la grabación (imagen y sonido) de la única interpretación en directo de Coltrane y su inolvidable cuarteto —McCoy Tyner (piano), Jimmy Garrison (contrabajo) y Elvin Jones (batería)— de la suite completa de A Love Supreme. Ocurrió en el Festival de Antibes, en la Costa Azul francesa, el 26 de julio de 1965.

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Jazz espiritual: el rezo chirriante

Un par de consejos:

1.
«Todos en este planeta están siempre rogando al Creador por cosas, pero nadie le da nunca nada al Creador. Así que cada mañana le doy al Creador una canción».

2.
«No quiero morir en ritmo de 4 por 4».

La primera exhortación es de Sun Ra, nombre cósmico y artístico de Herman Poole Blount, poeta, pianista y teclista, compositor, arreglista, escritor, visionario, mitólogo y líder de una una big band que superó todos los límites de la improvisación y la unificación de influencias dispares para llegar a un sonido holístico y exótico.

La segunda máxima, acaso complementaria de la primera, fue formulada por Louis Thomas Hardin, conocido por su alias callejero: Moondog, uno de los últimos outsider de la música del siglo XX. Vivió años en la calle e hizo música basada en lo que llamaba métrica-serpiente, que definía como»un ritmo deslizante en compases que no son ordinarios».

Ambos personajes, sembradores de la alegría del éxtasis religioso, aparecen en Las oraciones del jazz espiritual, el nuevo episodio del podcast, que regresa tras una parada técnica-emocional de un mes.

La pretensión del episodio es reunir a una serie de músicos que, desde mediados de los años sesenta del siglo XX, hablaron con el don de lenguas evangélico, rastrearon todas las sendas de la espiritualidad y llegaron a percepciones de una fuerza tan convinciente como para trascender cualquiera de las formas musicales de los discursos ordinarios y lograr transmitir la esencia mística incluso a través del chirrido y el grito.

Este es el tracklist:

01 – John Coltrane – Welcome
02 – Albert Ayler Quintet – Our Prayer
03 – Bubba Thomas and The Lightmen Plus One – All Praises To Allah (Parts 1-2)
04 – Charlie Munro Quartet – Islamic Suite
05 – Michael Garrick Sextet – Temple Dancer
06 – James Tatum Trio Plus – Introduction
07 – Lonnie Liston Smith – Astral Traveling
08 – John Coltrane – A Love Supreme Pt. II – Resolution (directo, Juan-les-Pins, 1965)
09 – Tony Scott – Kundalina, Serpent Power
10 – Rahsaan Roland Kirk – Salvation and Reminiscing
11 – Binder Quintet – Vasvirág
12 – Sonny Sharrock – Black Woman
13 – Steve Reid [featuring The Legendary Master Brotherhood] – Free Spirits-Unknown
14 – Moondog – Viking 1
15 – Sun Ra and His Solar-Myth Arkestra – Pyramids
16 – Ronnie Boykins – The Will Come, Is Now
17 – Phil Cohran and Legacy – The Dogon
18 – Michael White – The Blessing Song
19 – Pharoah Sanders – Hum-Allah-Hum-Allah-Hum-Allah
20 – John Coltrane – Stellar Regions (toma alternativa)

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Mike Bloomfield: el cadáver de un guitarrista de blues dentro de un Chevy

Michael Bernard Mike Bloomfield nació en 1943 en la mejor ciudad del mundo si quieres ser un guitarrista de blues: Chicago, tierra prometida de los bluesmen de los humedales del Mississippi que habían emigrado hacia el norte industrial de los EE UU antes y durante los tiempos del gran crack económico de 1929.

Había unos cuantos problemas para que el muchacho, empeñado una y otra vez en imitar las progresiones dolientes de los guitarristas de blues, fuera admitido en el club: Bloomfield era blanco, hijo de judíos y su familia tenía mucho dinero. «¿Cómo puede sentir el blues alguien con tanta miel sobre la tostada y todos los dientes en la boca?», se preguntaban los negros de los clubes de Chicago al ver al chico.

Una años más tarde, Bloomfield respondió a su manera a la paradoja que le echaron en cara tantas veces: «En este país los negros sufren por fuera. Los judíos sufrimos por dentro. El sufrimiento es el puntal del blues».

Aunque la teoría conduce a terrenos raciales incómodos (¿pretendía privar a los negros de la capacidad intelectual del sufrimiento y reservarla para los judíos, dejando a los primeros la mera posibilidad de responder al maltrato físico?), Bloomfield dedicó sus años sobre la tierra, que fueron pocos —murió en 1981, a los 37— a demostrar al mundo que un blanco también puede sentir la profunda llaga del blues.

¿Guitarristas de blues de piel blanca?

Las primeras respuestas de una hipotética votación citarían, me parece, a los británicos, que en Europa nos caen bastante mejor que los gringos por una pura cuestión de cercanía y mejor prensa, sin pararnos a pensar si tocan mejor o con más sentimiento.

Arriba, Mick Taylor (izq.) y Eric Clapton. Abajo, Jeff Beck (izq.) y Peter Green.

Me atrevo a opinar que Eric Clapton obtendría la mayoría absoluta, siempre se la ha querido bien pese a su decadencia creativa, a punto de cumplir cuatro décadas, seguido por Jeff Beck y quizá Mick Taylor, Jimmy Page o Alvin Lee. Mi voto iría para Peter Green.

Si damos el salto atlántico, la nómina es mucho más rica en dinámica y tono. Pese a esta evidencia incontestable, pocos de ellos son reconocidos en Europa en su justa valía.

Los guitarristas de blues de piel blanca de los EE UU nunca pretendieron, como a veces parece suceder con sus colegas europeos, tocar como Robert Johnson —tarea imposible: todavía nadie ha logrado superar su complejidad armónica—,sino llevar hacia el blues la sensibilidad de otras tradiciones.

Arriba, Johnny Winter (izq.) y Lowell George. Abajo, Ry Cooder (izq.) y Duane Allman

El albino Johnny Winter inyectó modales de hard rock en la música tradicional negra; los prematuramente fallecidos Lowell George y Duane Allman mezclaron el blues con el rock sureño, nacido a la sombra de aquel y mezclado con la psicodelia de la Costa Oeste, y el gran Ry Cooder empapó la toalla con los múltiples aromas de la frontera.

Mike Bloomfield era grande antes de que el mundo se enterase de la grandeza. Los viejos negros que vivían en Chicago y llenaban de bencina las noches de los clubes (Sleepy John Estes, Yank Rachell, Little Brother Montgomery, Muddy Waters…) le hicieron hueco sin mirar el color de la piel. Pasmaban con aquel chico judío que era capaz de emanar tristeza de cada yema de los dedos de las manos.

Bob Dylan le fue a ver a uno de aquellos antros en 1963 y le llamó dos años después para un par de movimientos que romperían la historia del rock. El primero, la actuación en el Newport Folk Festival de 1965, en un pase de cuatro canciones que, pese a lo escueto, merece una entrada en las enciclopedias como la controvertida electrificación de Bob Dylan.

La circunstancia es bien conocida. El domingo 24 de julio de 1965 fue el día del juicio final. Las sesiones sumarísimas se celebraron en el parque Freebody de Newport (Rhode Island – EE UU) y las más o menos 15.000 personas que formaban parte del jurado decidieron, por aplastante mayoría, condenar a muerte a quien, hasta antes de la actuación, era el Dios del folk de protesta. ¿Delito? Enchufarse y vestir una americana de cuero.

La guitarra solista la tocaba Bloomfield.  Unas semanas antes también había secundado a Dylan en la grabación de la que quizá sea la canción superlativa del siglo XX, Like a Rolling Stone, y de las demás del álbum Highway 61 Revisited.

No es raro que Bloomfield haya sido avistado por Dylan, adorador del blues, a la hora de romper cánones. Este músico semiolvidado es el mejor ejemplo de la adaptación casi simbiótica de un pálido a una música racial. Su gloria es que nunca se cerró a ampliar horizontes y romper academicismos.

Durante los años sesenta Bloomfield fue uno de los redentores que devolvieron la atención hacia el blues de la audiencia hippie, hasta entonces refractaria al género. Lo hizo primero con The Paul Butterfield Blues Band, grupo de mayoría blanca con inclinaciones bluesy pero sin problemas para lanzarse por los vericuetos de las ragas de la India; luego con The Electric Flag, una banda ambiciosa que quiso fundar un género («música americana», pretendían, sin demasiada imaginación, bautizarlo) basado en la fusión de blues, soul, country, rock y folk, y finalmente con colaboraciones bajo la formula del súpergrupo, primero con Al Kooper, otro habitual del primer Dylan eléctrico, y Stephen Stills y más tarde con Dr. John…

Mike Bloomfield (1943-1981)

El carisma de Bloomfield fue decayendo a medida que los años y los gustos cambiaban. Grabó casi una veintena de discos como solista entre 1970 y 1981. Fueron editados por discográficas modestas, se vendieron mal pero recibieron muy buenas críticas. El estilo pristino del guitarrista, enemigo de distorsiones y feedback, seguía estando lo más cerca del blues a lo que podía llegar un blanco.

La ilusión se le apagaba e intentó iluminarla con la luz blanca de la heroína. «Cuando me pincho me siento vacío y la música me deja de importar», confesó en una de las entrevistas finales.

No se merecía el tipo de muerte que le esperaba. El 15 de febrero de 1981 su cuerpo apareció en el asiento delantero de un coche en una calle de San Francisco. El forense dictaminó que una sobredosis de heroína había causado el fallecimiento. La Policía, tras una somera investigación, descubrió que Bloomfield había muerto en una fiesta y que dos de sus amigos, asustados por el problema, le metieron en un coche que condujeron a varias manzanas de distancia y abandonaron.

Alguien debería componer un blues partiendo de la imagen: un Chevy con el cadáver de un guitarrista dentro.

[Esta reseña no es la única que firmé sobre Bloomfield. En mi web personal puede leerse una crítica de la caja From His Head to His Heart to His Hands (2014), la primera gran antología sobre la carrera corta pero fastuosa del guitarrista]