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Treinta preguntas sobre el poeta eléctrico y sexy Bob Dylan

Cuando Bob Dylan fue galardonado con el Nobel de Literatura en 2016, se desató una, otra, de las fogosas tormentas que persiguen al músico-cantante desde que, hace sesenta años, empezó a frecuentar los escenarios.

En uno de esos planteamientos periodísticos aspiran a la categoría de espejo buscando la confrontación de pareceres, gratamente titulado Bob Dylan pone música al Nobel de Literatura, me pidieron entonces un textito, casi un telegrama, para justificar mi alegría por la concesión del premio al mejor escritor nacido en la maternidad de la música popular.

Titulé la diminuta sonrisa, que aún mantengo pintada en mi careta de payaso con dos términos que merecen sumo respeto: Poesía Stratocaster.

Mi pieza —enfrentada a otra de una recordada amiga que opinaba lo contrario—, decía:

Primer Nobel eléctrico. Me alegro porque no han lamido al insufrible hípster Murakami, el cocacola cero del menú. ¿Lo merece San Bob, juglar, oral, sexy? No más que otros que se quedaron tocando el timbre –Borges, Kiš, Gombrowicz, Nabokov…– y al menos tanto como el autor de radionovelas Gabo. ¿Por qué digo sí? Porque entre 1965 y 1966, Dylan enchufó la poesía a una Stratocaster alimentada con bencedrina. Además, nunca da las gracias y tampoco pide palmas.

Unos meses antes, en mayo del mismo año (2016), cuando Dylan cumplía 75, el mismo diario me había pedido un billete para servir de apoyo a una crónica sobre el aniversario. Titulé aquella opinión, que también sigo custodiando, Huraño y silvestre. Me tomo la libertad de pegar el texto:

Podría inventariar las razones por las que admiro a Bob Dylan, pero ocuparían, desde la portada hasta la contra, todo el ejemplar de este diario. Algunas son pequeñeces (aunque sólo en apariencia): fue el primero en invitar a marihuana a los Beatles y, tras aquellas caladas, los ingleses dejaron la tontuna y se montaron en una nave espacial.

Otras, al contrario, son tan canónicas que bordean lo inmencionable: los discos de refundación del rock and roll de 1965 y 1966, cuando simbiotizó a Presley y Rimbaud en un personaje vertiginoso, celestial y ladino —hubo un tiempo, niños, en que Dylan fue un presagio de Rotten, Cobain y la Baader-Meinhof—; las Cintas del Sótano, el único GPS necesario para comprender el sonido que emerge de la tierra; la Gira de Nunca Acabar, un martirologio en el que anuncia, desde hace treinta años, su disposición a morir sobre las tablas…

Aunque los dos últimos discos, Shadows in the Night (2015) y Fallen Angels (2016), merecen estar en el católogo para bailes de salón de cualquier residencia geriátrica, mantengo el ardor de un enamorado.

Dylan, huraño y silvestre, jamás me ha decepcionado: nunca se ha dedicado, como tantas otras leyendas vivas, a considerar que el mundo gira sobre las punteras de sus zapatos.

Bob Dylan retratado por Elliot Landy en torno a 1967

No fue el único texto que redacté en 2016 sobre Dylan, a cuyos 80 años, que cumple el 24 de mayo, está dedicado el último episodio del podcast Hot Parade. La pelea de gallos alimentada por el Nobel, que los departamentos universitarios y logias cercanas no tragaron sin demostrar el sufrimiento porque les negaban la posibilidad de papers para engorde de nómina mediante falso currículo, me sirvió de acicate para publicar en mi web personal treinta dudas —Bob Dylan, ¿un Nobel videolúdico y transmedia?— que aprovecho ahora el momento para recuperar a partir del siguiente párrafo.

He leído las palabras ‘videolúdico’ y ‘transmedia’ y he sobrevivido. He visto a peritos académicos y escritores de las últimas dos o tres generaciones, como diría el viejito Ginsberg en Howl, en busca «de un cólerico pinchazo». Al parecer pillaron. El Nobel a Dylan fue el tam-tam para que las voces «hambrientas histéricas desnudas» (sin comas, sin tomar aliento) de los «hípsters con cabezas de ángel» se arracimasen en un todos a una de pelotón de fusileros: «grosería, cantante, indigno, Serrat»… Pensando en todos los voceros de la Alta Cultura exclusivista del aquí sólo se entra con carné sindical, formulo estas preguntas-vacilaciones.

1. Tienes veinte años, acompáñeme ahora, cuando aún no sabes de derrotas. Sé gitana out of fashion para mí, descálzate y brinca. Si el circo está en la ciudad, ¿por qué tanta cólera, señorita cupkake?

2. ¿Por qué te conmueven más los perros huérfanos que mi tribu de ancianos?

3. Nos tumbaron los gases de Berkeley. Lloramos como trigales bajo el vendaval. Desmembraron nuestros miembros en Praga y Berlín. ¿Merecimos tanto cuando sólo repartíamos indulgencias y caramelos?

4. Las circunstancias siguen siendo las de tus padres; la diplomacia, la de tus abuelos. ¿Cómo soportas escucharte?

5. Todo se ha roto, el amor está enfermo, la dignidad es una marca de ready to wear, en los templos repican grabaciones de campanas, la indulgencia tiene el tamaño de un grano de arena. ¿Por qué no te vas a cama?

Foto de Bob Dylan en el anuario del instituto donde estudió Secundaria

6. No portees, olvida amamantar a futuros esclavos, no leas a tus compañeros de clase, no votes PACMA, desnúdate con rubor, tuéstate al sol sucio de medianoche. ¿Cuándo vas a dejar de ser una histérica?

7. Pon en peligro la salud. Deja que los dientes se te pudran como la chaqueta. ¿Queda libre alguno de tus agujeros para esconderme dentro?

8. Nos intoxicaron en Wight, frente al sepulcro de Shelley. Mezclaron insecticida y alcaloides. ¿Entiendes la geometría de la inocencia?

9. No vas a morir, no es veneno. No vas a enloquecer, no es un máster ¿Por qué eres tan poco tarántula?

10. ¿Cuándo vas a dejar que borre tu inútil experiencia y destroce tanto artefacto, tanta joya y tanto binocular? ¿Cuándo empezarás a ser más drástica?

11. No te hagas la francesa, no te pongas mona, no hay zombie para ti en esta serie. ¿Que vas a hacer cuando no queden ambulancias para llevarte a casa?

12. Me dicen que te casas, que sirves un bufé, que tienes lista de bodas, que vas a trabajar como gólem, que nada te aprieta… ¿Dejarás algún día de ser tan moderna, tan parásita?

13. ¿En que almacén debo archivarte? ¿Por qué no me dejas ser Judas y venderte por un puñado de fango?

14. Y tú, profesor ayudante y sin lágrimas, ¿de qué te sirven las lecciones de la Escuela de Fráncfort cuando te miras en el espejo y ves un cuervo?

Casa en la que Dylan pasó su infancia y adolescencia en Hibbing, en el estado de Minesota

15. El pan caía de nuestras manos y el tiempo caía en besos y nosotros caíamos también. Agotamos  los gemidos y solo nos quedaba vivir. ¿Ya no recuerda tu cátedra cuánto y en qué cantidad?

16. Ese lápiz que sujetas, ¿significa que quieres algo de mí o vas a repetir la clase del curso pasado?

17. Examen de conciencia: ¿cuántas veces has trajinado la palabra metalenguaje desde que te pagan con mis impuestos?

18. ¿Me prestas esa pantera que bebe champán de tu copa?

19. ¿Dónde dejaste la capacidad de ser impío? ¿Por qué temes el pecado?

20. Nos alojamos en habitaciones tristes, bajamos a Mozambique, celebramos un jolgorio y quemamos un millón de dólares… ¿Por qué has dejado de golpear?

21. Fregamos el suelo con bombones, soñamos con hogazas de pan colectivas, matamos a palos los insectos, nos negamos a sufrir a Kant ¿Estás ahí o eres una sombra?

22. Ganamos en el torneo de las biografías ¿Cuando quemaste las alas que ennoblecían tu espalda?

23. Aseguras que renaceré en los restos de tu saliva, que bailaré en la pista de tus arrugas futuras… ¿Por qué me invitas a comprar cadenas, magister?

24. Tenemos uñas sucias de ferroviario, llegamos a los pasillos hambrientos ¿Cuánto te despidieron a ti de la factoría de los sueños?

25. ¿Por qué la rutina hitleriana de las amapolas romántico-expresionistas o los trillados rayos de sol, siempre parejos?

26.  Es fácil olvidar, considerar que vivir y revivir y pervivir y sobrevivir son colillas chupadas ¿No aprecias que tu lealtad de la de una caja de zapatos?

27. ¿Qué hacías mientras quemamos sándalo en el búnquer, el gulag, el gueto, la jefatura? ¿Dabas de comer a tu siamés?

28. ¿Por qué no hay sangre en los atriles?

29 . ¿Por qué el Orgullo Gay es una gran fiesta de la cultura?

30. Señorita, profesor, ¿por qué os saca de las casillas el Nobel a un poeta que no es un drama king?

Silueta de Dylan en la portada del disco ‘The Basement Tapes’

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Si quieres escuchar el podcast Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’ puedes hacerlo en este reproductor.

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Los diez mejores discos de Bob Dylan más allá de filias y fobias personales

A partir del último episodio del podcast, Bob Dylan cumple 80 años: “Ahora soy mucho más joven”, parece adecuado filtrar una suerte de discografía básica para enfrentarse con la obra oceánica del creador más trascendente de la historia de la música popular.

Asentada la entrega de Hot Parede en una selección personal, esta vez enumero y reseño someramente diez discos, digamos, indiscutibles. Aunque es posible y justificable, como intento demostrar en el podcast, casi cualquier otro compendio, esta decena está más allá de filias y fobias.

Blonde on blonde / Bob Dylan, 1966
Noche de ojos abiertos, nuevos sentimientos y nuevos ruidos, poblada de mujeres místicas y sangre rota. La declaración de amor más triste de la historia (Sad Eyed Lady of the Lowlands). Un disco como nunca habrá otro, un cuerpo deshuesado, todo espíritu. San Juan de la Cruz no lo habría cantado mejor.

The Basement Tapes / Bob Dylan and The Band, 1968 (grabación) – 1975 (edición)
Otra gran vuelta de tuerca. Instintivo y rugoso, sin concesiones, una fiesta orbital en el único lugar posible, el sótano de una casa de campo, con los amigos. La historia, toda, de la música popular, deshilada y cosida. La ropa gastada es la que sienta mejor.

Blood on the tracks / Bob Dylan, 1974
Pese a la miseria del acabado (arreglos apresuados y melosos, producción ramplona, voz anulada), las canciones son suficiente milagro. Una colección, en ocasiones emotiva y auto indulgente, de reflexiones sobre lo irrevocable del desamor. Dylan, que negociaba su divorcio, canta con la garganta abrasada. Tangled Up in Blue y You’re a Big Girl Now esclavizan como las manos de una novia.

The times they are a-changin’ / Bob Dylan, 1964
Áspero, con una espada en llamas, el profeta amenaza con el purgatorio, anuncia plagas y desacredita a los infieles. Crudo como un matadero, perdurable en su reclamo de libertad e igualdad. Sin embargo, el mejor momento, es de íntimidad: One Too Many Mornings, un lamento por la matemática inquebrantable del tiempo. Mil mañanas para un jovencillo que deja atónito al mundo y abofeta a los miserables.

John Wesley Harding / Bob Dylan, 1967
Sesenta y una referencias bíblicas en solamente 12 canciones para un disco-instantáneo que no parece haber sido grabado, sino nacido de un fluir. Sin espacios vacíos ni metáforas, simple, casi átono, desarreglado. Junto con Blood on the Tracks, el disco más revelador y biográfico de Dylan. Así suena un bosque en una mañana de febrero.

Live 1966 / Bob Dylan & The Hawks, 1966 (grabación) – 1998 (edición)
Nadie superará nunca la intensidad explosiva de esta grabación en directo, de la gira inglesa de mayo de 1966. Dylan y sus colegas —aún llamados The Hawks, luego serían The Band— escupen furia, mastican anfetaminas y palabras. El momento único que justifica al rock and roll ante la historia que vendrá (sea cual sea) está aquí: un asistente llama-grita-insulta a Dylan («¡Judas!») por haberse entregado a la disolución eléctrica. El bardo calla, rasga el primer acorde, contesta: «No te creo, eres un mentiroso» y grita «uno, dos». Su guitarrista, Robbie Robertson, ordena al grupo: «¡Tocad jodidamente fuerte!». Lo hacen.

Highway 61 Revisited / Bob Dylan, 1965
Pieza media del pasmoso rush de 1965-1966. Situado entre Bringing It All Back Home y Blonde on Blonde. Dylan tiene don de lenguas: escribe páginas y páginas y todas son navajas. El golpe de batería inicial de la primera canción, Like a Rolling Stone, abrió una puerta que ya nadie podrá cerrar.

The Bootleg Series, Vols 1-3 / Bob Dylan, 1961-1989 (grabación) – 1991 (edición)
Cofre documento que agranda la leyenda: el artista cincelando las canciones en el estudio, desentendido de todo lo ajeno al clima y el momento. Primer atisbo del tesoro que nos aguarda: los grandes temas perdidos del extenso catálogo de Dylan.

Time Out of Mind / Bob Dylan, 1997
Sin esperanza. Tras una grave infección de las membranas cardíacas («casi vi a Elvis», dijo tras salir del hospital), Dylan graba un disco crepúscular, de espacios vacíos. Mientras el mundo entero compra un teléfono celular y una computadora, Dylan prefiere el páramo. La última obra maestra.

The Bootleg Series, Vol 5: Bob Dylan Live 1975 / Bob Dylan, 2002
Publicado en 2002, el doble disco recoge algunos momentos de la memorable Rolling Thunder Revue, la loquísima, concurrida —había por momentos 15 músicos en escena— y acelerada por la cocaína gira de Dylan como cómico de la legua por pequeños locales de los EE UU, en algunos de los cuales las actuaciones sólo era anunciadas en el último momento. Aunque parte de la turnée está documentada en la delirante película Renaldo and Clara —culpemos al speed de la coca de las pretensiones de Dylan al creerse capaz de dirigir— y en el disco faltan muchas de las versiones que era improvisadas en cada show (mención especial: una vibranbte recreación de Never Let Me Go del gran Johnny Ace), el volumen es un gran disco en directo.

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El podcast con el que Hot Parade se apunta a la celebración del octogésimo aniversario de Bob Dylan puede ser escuchado en el microrreproductor de aquí abajo:

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Bob Dylan cumple 80: de pillastre ‘folkie’ a profeta iracundo

¿Qué se puede decir sobre Bob Dylan que tenga sentido y no consista en repetir lugares comunes?

Formulo la pregunta cuando el músico-compositor, acaso el de más importancia de nuestro tiempo, está cerca de cumplir 80 años —la fecha exacta del aniversario es el 24 de mayo—.

En el nuevo episodio del podcast, Bob Dylan cumple 80 años: “Ahora soy mucho más joven” afrontamos el desafío mediente la selección de 20 canciones que abarcan las seis décadas de ejercicio musical del juglar.

No se trata, quedan ustedes avisados, de un grandes éxitos, sino de un devocionario personal de quien, como yo, cree en Dylan como fundamental consejero, profeta, escritor, folclorista, juglar e intérprete.

El título del episodio está tomado de un lema («entonces yo era más viejo / y ahora soy mucho más joven») que procede del coro de la primera canción (My Back Pages, 1964) en la que Dylan confesó que sentía la portavocía generacional como un peso que no deseaba sobre sus hombros. «Ahora mucha gente hace canciones para señalar con el dedo. Ya sabes, señalan todas las cosas que están mal. Yo ya no quiero escribir para la gente. No quiero ser portavoz de nadie», dijo en una entrevista de la época.

Versión inicial de ‘My Back Pages’ publicada en el cuarto álbum en estudio de Bob Dylan: ‘Another Side of Bob Dylan’ (1964).

En el episodio pueden encontrarse canciones de la época inaugural del pillastre que se dedicaba a cantar como un «Charlie Chaplin folkie» en clubes izquierdistas de Nueva York; experimentales creaciones en directo en el estudio durante los años milagrosos del cutting edge, el filo de la navaja, cuando firmó consecutivamente, entre 1965 y 1966, tres de los mejores y más valientes discos de la historia del rock —Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y el álbum doble Blonde on Blonde—; piezas asombrosas, sucias y chirriante de la gira rechazada por buena parte del público porque era demasiado eléctrica; letanías de sotano; largas canciones-crónica detalladas en lugar, momento y circunstancia, con inicio, desarrollo, inflexiones dramáticas y final; capturas en directo de la gira con nombre suicida, Never Ending Tour, el Tour de Nunca Acabar, que Dylan inició a finales de los años ochenta y mantuvo durante unos 3.000 conciertos mundo adelante…

No falta alguna entrega reciente, como la despiadada Pay In Blood, de 2012, donde Dylan canta como una figura demoníaca o un iracundo profeta del Antiguo Testamento, entre guitarras amenazantes y una letra que distribuye dolor y matanza sin compasión y veneno en cada acorde:

Tus ojos nadarán en algo que tengo en el bolsillo / Tengo perros que desgarrarán tus miembros / Un político suelta su meada / Un mendigo harapiento te lanza un beso / La vida es corta, no dura mucho / Te ahorcarán por la mañana y te cantarán una canción / He vivido un infierno, ¿de qué ha servido? / Mi conciencia está limpia, ¿qué tal la tuya? / Así paso mis días / Vine a enterrar, no a elogiar / Saciaré mi sed y dormiré solo / Yo pago con sangre, pero no es la mía

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Estas son las 20 canciones del set list del episodio:

01 – Mixed-Up Confusion [1962]
02 – My Back Pages [1964]
03 – Talkin’ John Birch Society Blues [1963]
04 – Blind Willie McTell [1983]
05 – Dirge [1974 – con The Band]
06 – Going, Going, Gone [1976]
07 – False Prophet [2020]
08 – Idiot Wind [1974]
09 – Joey [1975]
10 – High Water (for Charley Patton) [2003]
11 – Down in the Flood [1971]
12 – Nobody ‘Cept You [1973]
13 – She’s Your Lover Now [1966]
14 – Tears of Rage [1967]
15 – Po’ Boy [2001]
16 – Ring Them Bells [1993]
17 – Tweeter and the Monkey Man [1988 – Traveling Wilburys]
18 – Tell Me, Momma [1966]
19 – Pay in Blood [2012]
20 – I’m Not There [1967]

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Bob Dylan, Roger McGuinn, Tom Petty, Neil Young, Eric Clapton y George Harrison cantan ‘My Back Pages’ en el concierto de 1992 que celebraba los treinta años en activo del primero
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Jazz espiritual: el rezo chirriante

Un par de consejos:

1.
«Todos en este planeta están siempre rogando al Creador por cosas, pero nadie le da nunca nada al Creador. Así que cada mañana le doy al Creador una canción».

2.
«No quiero morir en ritmo de 4 por 4».

La primera exhortación es de Sun Ra, nombre cósmico y artístico de Herman Poole Blount, poeta, pianista y teclista, compositor, arreglista, escritor, visionario, mitólogo y líder de una una big band que superó todos los límites de la improvisación y la unificación de influencias dispares para llegar a un sonido holístico y exótico.

La segunda máxima, acaso complementaria de la primera, fue formulada por Louis Thomas Hardin, conocido por su alias callejero: Moondog, uno de los últimos outsider de la música del siglo XX. Vivió años en la calle e hizo música basada en lo que llamaba métrica-serpiente, que definía como»un ritmo deslizante en compases que no son ordinarios».

Ambos personajes, sembradores de la alegría del éxtasis religioso, aparecen en Las oraciones del jazz espiritual, el nuevo episodio del podcast, que regresa tras una parada técnica-emocional de un mes.

La pretensión del episodio es reunir a una serie de músicos que, desde mediados de los años sesenta del siglo XX, hablaron con el don de lenguas evangélico, rastrearon todas las sendas de la espiritualidad y llegaron a percepciones de una fuerza tan convinciente como para trascender cualquiera de las formas musicales de los discursos ordinarios y lograr transmitir la esencia mística incluso a través del chirrido y el grito.

Este es el tracklist:

01 – John Coltrane – Welcome
02 – Albert Ayler Quintet – Our Prayer
03 – Bubba Thomas and The Lightmen Plus One – All Praises To Allah (Parts 1-2)
04 – Charlie Munro Quartet – Islamic Suite
05 – Michael Garrick Sextet – Temple Dancer
06 – James Tatum Trio Plus – Introduction
07 – Lonnie Liston Smith – Astral Traveling
08 – John Coltrane – A Love Supreme Pt. II – Resolution (directo, Juan-les-Pins, 1965)
09 – Tony Scott – Kundalina, Serpent Power
10 – Rahsaan Roland Kirk – Salvation and Reminiscing
11 – Binder Quintet – Vasvirág
12 – Sonny Sharrock – Black Woman
13 – Steve Reid [featuring The Legendary Master Brotherhood] – Free Spirits-Unknown
14 – Moondog – Viking 1
15 – Sun Ra and His Solar-Myth Arkestra – Pyramids
16 – Ronnie Boykins – The Will Come, Is Now
17 – Phil Cohran and Legacy – The Dogon
18 – Michael White – The Blessing Song
19 – Pharoah Sanders – Hum-Allah-Hum-Allah-Hum-Allah
20 – John Coltrane – Stellar Regions (toma alternativa)

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Mike Bloomfield: el cadáver de un guitarrista de blues dentro de un Chevy

Michael Bernard Mike Bloomfield nació en 1943 en la mejor ciudad del mundo si quieres ser un guitarrista de blues: Chicago, tierra prometida de los bluesmen de los humedales del Mississippi que habían emigrado hacia el norte industrial de los EE UU antes y durante los tiempos del gran crack económico de 1929.

Había unos cuantos problemas para que el muchacho, empeñado una y otra vez en imitar las progresiones dolientes de los guitarristas de blues, fuera admitido en el club: Bloomfield era blanco, hijo de judíos y su familia tenía mucho dinero. «¿Cómo puede sentir el blues alguien con tanta miel sobre la tostada y todos los dientes en la boca?», se preguntaban los negros de los clubes de Chicago al ver al chico.

Una años más tarde, Bloomfield respondió a su manera a la paradoja que le echaron en cara tantas veces: «En este país los negros sufren por fuera. Los judíos sufrimos por dentro. El sufrimiento es el puntal del blues».

Aunque la teoría conduce a terrenos raciales incómodos (¿pretendía privar a los negros de la capacidad intelectual del sufrimiento y reservarla para los judíos, dejando a los primeros la mera posibilidad de responder al maltrato físico?), Bloomfield dedicó sus años sobre la tierra, que fueron pocos —murió en 1981, a los 37— a demostrar al mundo que un blanco también puede sentir la profunda llaga del blues.

¿Guitarristas de blues de piel blanca?

Las primeras respuestas de una hipotética votación citarían, me parece, a los británicos, que en Europa nos caen bastante mejor que los gringos por una pura cuestión de cercanía y mejor prensa, sin pararnos a pensar si tocan mejor o con más sentimiento.

Arriba, Mick Taylor (izq.) y Eric Clapton. Abajo, Jeff Beck (izq.) y Peter Green.

Me atrevo a opinar que Eric Clapton obtendría la mayoría absoluta, siempre se la ha querido bien pese a su decadencia creativa, a punto de cumplir cuatro décadas, seguido por Jeff Beck y quizá Mick Taylor, Jimmy Page o Alvin Lee. Mi voto iría para Peter Green.

Si damos el salto atlántico, la nómina es mucho más rica en dinámica y tono. Pese a esta evidencia incontestable, pocos de ellos son reconocidos en Europa en su justa valía.

Los guitarristas de blues de piel blanca de los EE UU nunca pretendieron, como a veces parece suceder con sus colegas europeos, tocar como Robert Johnson —tarea imposible: todavía nadie ha logrado superar su complejidad armónica—,sino llevar hacia el blues la sensibilidad de otras tradiciones.

Arriba, Johnny Winter (izq.) y Lowell George. Abajo, Ry Cooder (izq.) y Duane Allman

El albino Johnny Winter inyectó modales de hard rock en la música tradicional negra; los prematuramente fallecidos Lowell George y Duane Allman mezclaron el blues con el rock sureño, nacido a la sombra de aquel y mezclado con la psicodelia de la Costa Oeste, y el gran Ry Cooder empapó la toalla con los múltiples aromas de la frontera.

Mike Bloomfield era grande antes de que el mundo se enterase de la grandeza. Los viejos negros que vivían en Chicago y llenaban de bencina las noches de los clubes (Sleepy John Estes, Yank Rachell, Little Brother Montgomery, Muddy Waters…) le hicieron hueco sin mirar el color de la piel. Pasmaban con aquel chico judío que era capaz de emanar tristeza de cada yema de los dedos de las manos.

Bob Dylan le fue a ver a uno de aquellos antros en 1963 y le llamó dos años después para un par de movimientos que romperían la historia del rock. El primero, la actuación en el Newport Folk Festival de 1965, en un pase de cuatro canciones que, pese a lo escueto, merece una entrada en las enciclopedias como la controvertida electrificación de Bob Dylan.

La circunstancia es bien conocida. El domingo 24 de julio de 1965 fue el día del juicio final. Las sesiones sumarísimas se celebraron en el parque Freebody de Newport (Rhode Island – EE UU) y las más o menos 15.000 personas que formaban parte del jurado decidieron, por aplastante mayoría, condenar a muerte a quien, hasta antes de la actuación, era el Dios del folk de protesta. ¿Delito? Enchufarse y vestir una americana de cuero.

La guitarra solista la tocaba Bloomfield.  Unas semanas antes también había secundado a Dylan en la grabación de la que quizá sea la canción superlativa del siglo XX, Like a Rolling Stone, y de las demás del álbum Highway 61 Revisited.

No es raro que Bloomfield haya sido avistado por Dylan, adorador del blues, a la hora de romper cánones. Este músico semiolvidado es el mejor ejemplo de la adaptación casi simbiótica de un pálido a una música racial. Su gloria es que nunca se cerró a ampliar horizontes y romper academicismos.

Durante los años sesenta Bloomfield fue uno de los redentores que devolvieron la atención hacia el blues de la audiencia hippie, hasta entonces refractaria al género. Lo hizo primero con The Paul Butterfield Blues Band, grupo de mayoría blanca con inclinaciones bluesy pero sin problemas para lanzarse por los vericuetos de las ragas de la India; luego con The Electric Flag, una banda ambiciosa que quiso fundar un género («música americana», pretendían, sin demasiada imaginación, bautizarlo) basado en la fusión de blues, soul, country, rock y folk, y finalmente con colaboraciones bajo la formula del súpergrupo, primero con Al Kooper, otro habitual del primer Dylan eléctrico, y Stephen Stills y más tarde con Dr. John…

Mike Bloomfield (1943-1981)

El carisma de Bloomfield fue decayendo a medida que los años y los gustos cambiaban. Grabó casi una veintena de discos como solista entre 1970 y 1981. Fueron editados por discográficas modestas, se vendieron mal pero recibieron muy buenas críticas. El estilo pristino del guitarrista, enemigo de distorsiones y feedback, seguía estando lo más cerca del blues a lo que podía llegar un blanco.

La ilusión se le apagaba e intentó iluminarla con la luz blanca de la heroína. «Cuando me pincho me siento vacío y la música me deja de importar», confesó en una de las entrevistas finales.

No se merecía el tipo de muerte que le esperaba. El 15 de febrero de 1981 su cuerpo apareció en el asiento delantero de un coche en una calle de San Francisco. El forense dictaminó que una sobredosis de heroína había causado el fallecimiento. La Policía, tras una somera investigación, descubrió que Bloomfield había muerto en una fiesta y que dos de sus amigos, asustados por el problema, le metieron en un coche que condujeron a varias manzanas de distancia y abandonaron.

Alguien debería componer un blues partiendo de la imagen: un Chevy con el cadáver de un guitarrista dentro.

[Esta reseña no es la única que firmé sobre Bloomfield. En mi web personal puede leerse una crítica de la caja From His Head to His Heart to His Hands (2014), la primera gran antología sobre la carrera corta pero fastuosa del guitarrista]

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Diamanda Galás: mujer con cuchillo de trinchar

La Dama del Laberinto, la cantante que todo lo tritura, nos recibe, reptante, en su cueva, en el Moloch de Manhattan. La diosa del avant-garde cambia de piel ante nuestros ojos: le gusta la «música enferma» y teme la muerte de sus padres.

En las fatigadas entrañas del palacio de Cnossos, en la isla griega de Creta, fueron encontradas dos figuras minoicas. Son un par de mujeres de largas túnicas que dejan al aire los pechos. Ambas sostienen serpientes en las manos alzadas. Simbolizan a la Gran Madre, la Dama del Laberinto, fundamento de arcaicos y fervientes cultos en cuevas que podemos imaginar como de luz escasa, fetidez acuosa y forma laberíntica.

Otra cueva, cuatro mil años más tarde: Manhatthan, el ostentoso escaparate de Babilonia. Soleado mediodía de octubre en la Quinta Avenida, uno de los groseros tajos hendidos de norte a sur en la isla robada a los indios nativos a cambio de 24 dólares y hoy convertida en altar de Occidente. Campo de carroña para todos los zopilotes encorbatados.

En el sereno jardín de la First Presbyterian Church, la iglesia de los patriotas, a la sombra de un ginko, una joven navega por Internet con su laptop. En la acera de enfrente, porque los hijos de las tinieblas rondan en las inmediaciones de los templos, La Serpiente repta.

«¿Pusiste en el cappuccino la cocaína que te dije?», pregunta al camarero. El restaurante se llama Danal. Es bohemio, culto, liberal como todo el barrio de Gramercy Park. El camarero es correctamente amanerado, correctamente barbilampiño, correctamente newyorker: otro pibe efébico en las fauces de Moloch. Bromea con La Serpiente. «¿Cuántas Sarah Pallin habrá este Halloween?». Las carcajadas son antiguas. Huelen a tierra. En el hilo musical, la voz de un negro: Bright blessed days / dark sacred nights.

Tras dos días de lluvia («tirada en cama, triste, con mi gatita Serafina, las dos hundidas y llorando desoladas»), La Serpiente está radiante. Ha cambiado de piel y reparado las heridas del ahogo. Afila los colmillos: «Si me quedase una semana de vida haría daño a todos los que me dañaron. No, no me quedaría mirando las flores. Los asesinaría a todos. Uno a uno». Es fácil imaginarla: una mujer con un cuchillo de trinchar.

Diamanda Galás – foto: Kristofer Buckle

La Serpiente es una mujer, por supuesto. Las cédulas administrativas dicen que se llama Diamanda Galás y nació el 29 de agosto de 1955 en San Diego, al sur de California y «a diez minutos de México». Hija de Dimitri y Giorgia, griegos ortodoxos. Podría ser una diva de la ópera (canta como si lo fuese y la crítica la considera la mejor voz de su país), pero ha decidido, como buen reptil, hablar con los muertos.

«Mi madre dice que mi modo de cantar viene de otro tiempo, de la estirpe de las moiroloias, las mujeres de la península de Mani que cantaban lamentos funerarios». Analogía número 1: las moiroloistas eran evitadas por los hombres. Como La Serpiente, que limita a una palabra su consideración del género masculino: «bastardos». Analogía número 2: los sacerdotes consideraban que los gritos rituales ante los cadáveres de las mujeres bramantes eran impíos. El Vaticano y la Democracia Cristiana italiana tildaron a La Serpiente de sacrílega («más blasfema que Madonna», dijeron oficialmente) cuando representó en Roma, en 1993, The Masque of the Read Death, uno de los oratorios del ciclo de canciones-rugido sobre la cruzada anti-sida de los purpurados.

Sonrisa de alambre
Retrato de La Serpiente: pantalón pitillo y chaleco negros, reloj con pulsera de perlas, sonrisa de alambre, gesticulación neorrealista de recolectora de arroz, de trabajadora industrial, –brazos disparados, muchos voltios en las piernas-araña–, tatuaje en los nudillos de la mano izquierda (we are all HIV+, todos somos seropositivos), ojos de rayos equis casi verdes, una mueca eterna de labios… Pica faláfel y ensalada, unta humus en un trozo de pan de pita, bebe té con hielo. Carcajadas como rascacielos y dientes en cada palabra. Podría hacer daño con tanto marfil.

«No dejo de escuchar bandas sonoras de películas de terror, compuestas para provocar miedo. Películas extrañas sobre humanos que se convierten en cocodrilos o serpientes, sobre humanos que son devorados por gusanos, documentales sobre animales… Me gusta la música enferma».

«The masque of the red death» – Foto: Annie Leibovitz

Desde su debut en 1982 con The Litanies of Satan, La Serpiente ha abierto repetidamente la Caja de Pandora de la que emergen todos los padecimientos. Su discografía bulldozer de 17 álbumes no ha evadido los viajes a la demencia (Vena Cana, 1993); el poder anímicamente laxante del ruido (Schrei 27, 1996); la poesía fúnebre de Baudelaire, Pasolini o el poeta-guerrillero Miguel Huezo Mixco (Malediction and Prayer, 1998); la crónica y lamento del genocidio cometido por los turcos entre 1914 y 1923 contra armenios, griegos y asirios (Defixiones, Will and Testament: Orders from the Dead, 2004) o la reinterpretación perversa de la tradición musical estadounidense, desde el blues de cadena de trabajo de los presidiarios hasta el jazz furioso de Ornette Coleman (The Sporting Life, 1994, y Guilty Guilty Guilty, 2008).

La Serpiente es una máquina de triturar («me encanta esa expresión, sí, sí, ¡soy una jodida máquina de triturar!»), una francotiradora («¿sabe que en los años 80 tenía una camiseta militar con esa expresión, ‘sniper’, que no me quitaba nunca?»). Nos quiere apretar hasta la asfixia. Está de acuerdo al 100% con Kafka cuando aseguraba que la comunicación sólo es posible si el oyente está horrorizado. «La música que me interesa es aquella que te puede provocar la muerte con sólo escucharla. Las notas, el timbre, los dinámicos… Todo debe tener una propulsión capaz de catalizar el cambio y la tensión y llevarte hasta la muerte. Cuando canto las canciones que me gustan me atraviesa la idea de que estoy matando a alguien. Me siento bien con esa sensación».

«Odio a los animales que van en grupo«
Al cantar tiene boca asquerosa de hiena, “esos animales horribles que me aterrorizan, pero colocan los labios en la posición correcta en que los coloco yo para cantar, perfectos desde un punto de vista académico”, pero prefiere la distinción de los animales solitarios. «Criaré lobos en el futuro! Me encanta como aullan. Son como yo. No andan en manadas. Odio a los jodidos y aburridos animales que van en grupo. También a la gente que va en manada. La odio».

Atardece sobre la falsa gloria de Manhattan. Llega la hora del regreso al apartamento del East Village, donde vive sola con la gata triste Serafina. Un lugar «caótico, desordenado, con papeles por todas partes, un lugar capaz de volverte loco». La Serpiente, la sacerdotisa dura y sucia que creció tocando el piano, aislada de las energías criminales de la televisión y la radio, se educó en los placeres del sadomasoquismo en el instituto, estudió bioquímica, perdió a su único hermano por el sida, padeció una severa hepatitis C durante cinco años, declara «obscena» la idea de maternidad y se siente asqueada por el «pop pedófilo» y el «rock imbécil» de estos tiempos, deja que la piel, como un calcetín, empiece a mudar de nuevo.

«Tengo miedo, claro que sí. Como cualquier otra mujer. ¿Miedo a qué? Sobre todo, a la muerte de mis padres. Mi madre, Giorgia, tiene 85 años y es fuerte, pero mi padre, Dimitri, tiene 93, y muchos problemas de salud. Estoy preocupada por ellos, muy nerviosa. Soy su única hija y le doy muchas vueltas a la cabeza. Tiendo a la oscuridad… ¿El suicidio? Alguna vez he pensado en él como todos lo hacemos, pero no sería capaz de hacer algo así. Sería una humillación para mis padres, una bofetada que destruiría su vida. Soy griega, sé cómo practicar el estoicismo. Es difícil vivir, por supuesto, pero soy yo quien lo ha elegido. Navego en la tempestad, pero estoy en mi barco. Al menos puedo pescar. Al menos puedo pagar el alquiler».

13 palabras

«No se debe joder con las palabras, jugar intelectualmente con ellas. Cada palabra es importante, cada una de ellas». Diamanda Galás gusta del rigor poético, de la carga de verdad que mancha. Por eso se siente asqueada por la música desliteraturizada y falsamente llena. «Todo es ruido. La música que se lleva es muy tonta, muy banal, nada complicada. Está llena de falsedad. A nadie le importan las palabras. Todo es dinero y pendejadas».

Jugamos con La Serpiente a desnudar 13 palabras y dejarlas en carne viva:

Dolor
Familia

Mujeres
Mercaderes

Hombres
Bastardos

Prostitución
¡Bien!

Crueldad
Venganza

Drogas
Importantes

Beatles
Chicle, vómito

Elvis
Brillante, maravilloso, interesante.

Bruce Springsteen
Fuerte y poderoso

U2
Un enano saltarín con ínfulas de Napoleón con un grupo detrás

Freud
Estar con una familia griega una hora te hace superar al jodido Freud

Miedo
La muerte de mis padres

Locura
Los griegos tenemos la seguridad del diablo y la esperanza de dios. No tememos la locura porque estamos locos

[Firmé esta entrevista reportajeada, publicada en noviembre de 2008, en la revista Calle 20. Versión completa en PDF]

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Canciones perdidas y exhumadas para tolerar la noche del mundo

Dientes de plata, un cementerio de canciones, el nuevo episodio del podcast, está concebido como una autoexculpación por haber omitido de mi prontuario emocional y mi memoria las piezas musicales con las que conviví en otro tiempo.

Las encontré hace pocos días al sondear entre documentos antiguos almacenados en un back-up informático y darme de bruces con las reseñas que escribí entre 2003 y 2005 para uno de mis blogs, Dientes de plata. Llamé así a aquella bitácora —no se molesten en buscar rastros, la borré del todo— porque deseaba ofrecer pistas de canciones que concedían el privilegio, o al menos eso pensaba y vendía yo a los escasos lectores, de morder la luz de la luna.

Cuando confronté de nuevo aquellas canciones que significaron tanto, me parecieron cantos de hombres extraños situados, como diría mi entrañable Federico Nietzsche, «frente a la puerta muda y fría del mundo, abierta a mil desiertos», ingresando en la oscuridad, cargando con un peso que no es necesariamente específico de ellos mismos, iluminados sólo otoñalmente, porteadores de los fardos más fatigantes, de canciones que son guía, es verdad, pero también deuda que los demás raramente saldamos.

Para hacer frente a ese débito monté este episodio de retorno y reencuentro con ángeles a quienes olvidé con injusticia. Para mí han salido del abismo y el regreso ha sido como un inesperado disfrute. Espero que a los habituales o visitantes accidentales compartan un placer del mismo calibre.

Si debo establecer un valor para estas canciones perdidas y recuperadas, lo situaría entre los bálsamos que permiten tolerar la noche del mundo.

Este es el tracklist:

01 – Robyn Hitchcok – Creeped Out
02 – Brendan Benson – Spit It Out
03 – Eric Ambel – Revolution Blues
04 – Giant Sand – Les Forçats Innocents
05 – American Music Club – Myopic Books
06 – Edison Woods – Brooklyn Flowers
07 – Neal Casal – It’s Not Enough
08 – Alejandro Escovedo – About this Love
09 – Papa M – She Sais Yes
10 – Steve Forbert – Wild As The Wind (A Tribute To Rick Danko)
11 – Richard Buckner – Invitation
12 – Thalia Zedek – Ship
13 – Wovenhand – To Make a Ring
14 – The Blues Explosion – Spoiled
15 – Loose Fur – Liquidation Totale
16 – Jay Farrar – Lucifer Sam

Puedes escuchar el episodio en este reproductor:

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¿Queda algo, 44 años después, de la refrescante maldición de ‘God Save the Queen’?

Sediciosa y bárbara. God Save the Queen, el himno de ruptura y rebelión de los Sex Pistols, cumple en unos meses 44 años y sufre, pese al manejo interesado, pocos síntomas de esclerosis.

Al contrario, cuadra con la miseria político-económica presente, pone en su lugar a las familias reales de tanta utilidad social como las figuritas de Lladró, condensa una respuesta adecuada a la patología social del miedo, traza la historia de la prosperidad edificada en torno al hedonismo de uno y la miseria de los demás, vomita bilis sobre la cultura tribal, pone en duda el modelo del play a todas horas en el bolsillo y proclama exigencias que nunca deberían languidecer y que, como escribió alguien, «ningún gobierno podrá cumplir jamás» porque, como nos demuestran a diario, los gobiernos son antagónicos con la idea de humanidad.

Cuarenta y cuatro años después, God Save the Queen habla del futuro. De muy pocas canciones se puede decir lo mismo.

Por el tiempo agotado en que nada ha cambiado, por los años en que todo deberá cambiar, acaso con la misma violencia que subyace en la canción y su escenografía ético-anarquista, hablemos de God Save the Queen, el Juicio Final en tres minutos y veinte segundos. ¿Sentencia? Culpables, desde luego.

Para empezar piensen en cómo nos va, en el diametro de la rendición, en la superficie del dominio, en los ángulos del maltrato, en el círculo del hambre y la sed, en los ancianos muertos encerrados en residencias durante la pandemia, ese ángel negro que quizá nos merecemos…

Eleven el volumen de su equipo y consideren qué ha sucedido desde 1977 hasta hoy mientras escuchan como suena nuestro pasado, que también es presente y porvenir… Si lo permitimos.

John Lydon, 1975

1. Los delincuentes. Steve Jones (21 años, guitarra), analfabeto, hijo de una peluquera y un boxeador amateur. A los 14 lo internaron en un reformatorio por gamberro. Iba, según él mismo, «camino del crimen y la cárcel». Paul Cook (20, batería), ayudante de electricista y colega de Jones. Glen Matlock (20, bajo), dependiente de un sex-shop —lo echaron del grupo en 1977 porque «le gustaban demasiado los Beatles» y fue reemplazadio por un tal Sid Vicious (20), yonqui y zopenco—. John Lydon (20, cantante), al que Jones bautizó como Johnny Rotten, Juanito el Podrido, por su mala relación con la higiene dental, un pandillero fracasado que se convertiría, como escribió Greil Marcus, en «el único cantante verdaderamente aterrador que ha conocido el rock and roll»: pronunciaba las erres como si le rechinasen los dientes y tenía mirada de lunático, te pulverizaba con los ojos. Había empezado a llamar la atención en 1975, mientras paseaba por las calles pijas de Londres con una camiseta de Pink Floyd sobre la que había garabateado una frase con más poder que el manifiesto de mil intelectuales: «I hate» (Yo odio). También escupía a los hippies. Era un espantajo de las cloacas.

Malcolm McLaren ante la tienda «Sex», 1975

2. El consigliere. Los paseos provocadores de Lydon eran, en realidad, un trabajo. Le pagaba como hombre-póster Malcolm McLaren (1946-2010), descendiente de judíos sefardíes portugueses, exestudiante de arte, aspirante a anarquista y socio de la diseñadora de ropa para falleras modernas Vivienne Westwood en la tienda-boutique Sex (que antes se había llamado Let It Rock y Too Fast to Live too Young to Die y después sería bautizada como Seditionaries). El mismo zig zag que McLaren aplicaba a las marcas lo padecía en el el ánimo: era un desequilibrado que quería estar en todas partes y al mismo tiempo. Ayer, teddy boy; hoy, situacionista; mañana, lo que venda… Al final dió en el clavo. Había estado en Nueva York, visto a los Ramones y descubierto las posibilidades comerciales de la fealdad y la confrontación. Regresó a Londres convencido de que la nueva belleza necesitaba ser asquerosa, ofensiva y asustar a los burgueses. No iba más allá: dinero fácil y rápido («sacar pasta del caos», era su eslogan de operaciones). Reclutó a cuatro golfos, les concedió el derecho a gritar, ayudó en la búsqueda de nombre —antes de dar con el de Sex Pistols barajaron Le Bomb, Subterraneans, Beyond, Teenage Novel, Kid Gladlove, y Crème de la Crème— y añadió algo de background intelectual al asunto. «Si la aventura sale mal, os vuelvo a contratar como hombres-póster», prometió para tranquilizar los ánimos.

Sex Pistols, 1976. Sid Vicious no había entrado en el grupo todavía

3. El lugar del crimen. En 1975, cuando McLaren clonó el punk yanqui en el Londres del aburrimiento, el Reino Unido era un país en desmantelamiento, con la cantidad de desempleados creciendo a tanta velocidad como la grosería de la inmisericorde brecha social y los servicios públicos en perpetuo recorte por mor de la política privatizadora del neoliberalismo. En 1977 deciden festejar, con el barco a punto de naufragar y las condiciones de vida ya hundidas, el Jubileo de Plata de la Reina Isabel II (25 años en el trono). Se organizan fastos millonarios, similares a los celebrados hace unos días por los 60 años en el sillón de la monarca —que es una de las mujeres más ricas del mundo, con una fortuna personal declarada de 600 millones de euros—.

Single de «God Save the Queen», editado por Virgin

4. La munición. El 27 de mayo de 1977 la discográfica Virgin Records pone a la venta el single de los Sex Pistols con God Save the Queen en la cara A y Did You No Wrong en la B —antes de que la banda firmara con la disquera, la empresa A&M había editado algunos ejemplares (se asustaron del contenido de la canción y pararon el proceso) como el que aparece al principio de esta entrada: se tiene conocimiento de que existen una docena y es el disco más valioso en las subastas: 12.000 libras esterlinas, unos 15.000 euros—. El single es el más censurado de la historia: no sólo la BBC, sino también las radios independientes, se niegan a emitir el tema; los almacenes lo boicotean, la prensa seria editorializa lo mismo que la amarilla y habla de «afrenta» y «atentado moral» contra el himno nacional del Reino Unido del que se mofan los Sex Pistols… El grupo organiza una gira por el Támesis en un barco alquilado (el Queen Elizabeth). La policía carga y hay apaleados y detenidos. Se debate sobre los Sex Pistols en el Parlamento. A Rotten le ataca en la calle un skin y le deja secuelas permanentes en una mano. Cuando le preguntan cómo solucionaría los problemas del país, Rotten responde: «Resolvedlos vosotros. Es vuestra puta culpa, esclavos, putos cabrones». El single y su mensaje de profundo y desolador asco calan en la sociedad: el disco se convierte en el más vendido, pero las empresas mediáticas lo ocultan en las listas de éxitos con maniobras grotescas como dejar en blanco la casilla del título de la canción o simplemente subir al número uno a la que ocupaba el segundo puesto, una balada de Rod Stewart que se titula, para completar el ridículo, I Don’t Want To Talk About It (No quiero hablar sobre eso).

Póster anónimo de mayo de 1968 y cartel de los Sex Pistols (Jamie Reid, 1977)

5. El testimonio. La letra de la canción de los Sex Pistols, traducida al español, dice: Dios salve a la Reina / El régimen fascista / Te han convertido en un idiota / Una bomba h en potencia // Dios salve a la Reina / No es un ser humano / No hay futuro / En el sueño de Inglaterra // Dios salve a la Reina / Que no te digan lo que quieres / Que no te digan lo que necesitas / No hay futuro, no hay futuro / No hay futuro para ti // Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / Adoramos a nuestra Reina / Que Dios la salve // Dios salve a la Reina / Porque los turistas son dinero / El torso de nuestro personaje / No es lo que parece // Dios salve a la Reina / Dios salve la historia / Dios salve tu demencial desfile // Dios salve a la reina / Señor, ten piedad / Todos los crímenes se pagan / ¿Cuando no hay futuro / Cómo puede haber pecado? // Somos las flores en el cubo de la basura / Somos el veneno de tu maquinaria humana / Somos el futuro, tu futuro // Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / Adoramos a nuestra Reina / Que Dios la salve // Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / No hay futuro / En el sueño de Inglaterra // No hay futuro , no hay futuro / No hay futuro para ti / No hay futuro , no hay futuro / No hay futuro para mí.

Edición de lujo y tirada limitada de «God Save the Queen», 2012

6. ¿RIP?. Los Sex Pistols nacieron para morir deprisa. Fueron una refrescante maldición. Como una versión en reverso de un embarazo, estuvieron nueve meses entre nosotros, del 4 de noviembre de 1976, fecha de publicación de su primer disco, el single Anarchy in the UK / I Wanna Be Me; al 14 de enero de 1978, cuando actuaron por última vez en público —actuar es un verbo demasiado condescendiente, ya no se soportaban entre sí—. Fue en San Francisco (EE UU) [vídeo del concierto completo tras la entrada] y Rotten acabó el show hablando cara a cara a la audiencia: «¡Ah, ja, ja, ja! ¿Alguna vez os habían engañado? Buenas noches». El resto ha sido muy triste: la muerte anunciada de Vicious, convertido en un más que presunto asesino; actuación de los músicos como mercenarios sin rumbo —con excepción de los muy aconsejables primeros álbumes de PIL, la banda de Lydon—; una reunión crowdfunding en 2007-2008 en la que tocaron como si ellos mismos no hubieran negado la posibilidad de futuro; vulgares pleitos por los derechos de las canciones ante una justicia a la cual nos aconsejaron maldecir; el lanzamiento de un agua de colonia con el nombre de la banda («pura energia, combinada con aroma a piel, heliotropo y pachuli») y durante el nuevo jubileo de Isabel II, la reedición de lujo de 3.500 ejemplares de God Save the Queen en vinilo de siete pulgadas de la que se descolgó Lydon diciendo que «socava todo aquello por lo que lucharon los Sex Pistols».

¿Qué queda de la canción ante la que nadie era capaz de sonreir? Quizá el mensaje esencial de un joven gandul que no se cepilla los dientes, se siente «vacío», quiere «destruir a los transeúntes» y aconseja, como vomitando: «Sean irresponsables. Sean irrespetuosos. Sean todo lo que esta sociedad detesta (…) Te aseguro que no me odias tanto como yo te odio a ti». Suficiente, ¿no?

[Esta pieza procede de mi web personal. He publicado algún otro reportaje sobre el punk. Dejo los titulares y rutas de acceso para quien sienta curiosidad: Huevos fritos con sangre y otros excesos del punk | ¿La última pandemia?]

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Sudor, ‘pogo’ y adolescencia: punk en Varsovia en 1979

Hubo una voz que «renegaba de todos los hechos sociales, y que al negarlos afirmaba que todo era posible», una voz que estaba «disponible para todo aquel que tuviese el valor de utilizarla». Hubo un tiempo en que disponíamos de esa voz para cambiar el mundo.

Lo sostiene Greil Marcus en el libro Rastros de carmín, un ensayo de historia cultural que parte de la premisa de que existe un «hilo secreto» que hermana a las vanguardias iconoclastas europeas del siglo XX: dadaísmo, letrismo, situacionismo y, como aullido final, el punk, la última de las voces que proclamaron el mundo como fraude y el todo está permitido como praxis.

Entre finales de 1975 y, digamos, 1979, la patada nihilista del punk hizo que el rock, cuando todos habíamos asistido a su cremación y al venteo de las cenizas, tuviese otra vez sentido para romper las puertas: las de la percepción y las otras, las del respetable orden y el buen gusto pequeño burgueses.

Sí, es verdad, fue un acción de mercadotecnia importada al Reino Unido —siempre ávido, quizá por su histórica simpleza artística, de ser trendy—. El punk llegó desde los Estados Unidos, donde el espíritu del ábrete y sangra era cosa vieja, de finales de los años sesenta y comienzos de la década siguiente, con Iggy & The Stogges, MC5, The New York Dolls, Richard Hell & The Voidoids y otros bucaneros suicidas.

Pero fue en la vieja Europa donde el punk se hizo antifascista, anarquista, muy maleducado y viral. Empezando por el eructo de Johnny Rotten y acabando por el corta-pega de las Slits, aquella gente era tan horrible y grandiosa como para devolvernos la consigna y el juramento, la grosería y el esputo. Nos entregaron de nuevo la conciencia y, lo que es más importante, lo hicieron en cada uno de los callejones del planeta.

Hace menos de un año, Piotr Obal publicó en su stream de Flickr un reportaje que no sólo demuestra la ubicuidad que hizo del punk una materia universal, sino que permite comprobar cómo quebrantó los sistemas de represión más tenebrosos.

Las 30 fotos están datadas en Varsovia (Polonia) en algún momento de 1979. Es decir, en plena ley marcial dictada por el general y primer ministro Wojciech Jaruzelski. El sindicato Solidarność, todavía ilegal, tenía millones de afiliados y la administración comunista apaleaba cualquier gesto de disidencia. El país estaba al borde del colapso social y económico.

Ese es el marco para estas grandes fotos, un milagro de vida y una prueba de que las reglas de juego del punk (no dejes que otro lo haga por ti, ser amateur es ser sincero) también valen en fotografía.

Fueron tomadas con una Leicaflex –la única half frame que ha fabricado Leica- cargada con Fotopan, una película barata producida en Polonia. «Nada de búsqueda de calidad o mérito artístico. Sólo espíritu punk: sudor, pogo y adolescencia», dice Obal, que tenía entonces 16 años y ni siquiera recuerda qué fotos hizo él y cuáles su colega Iliko Kuruliszwili, porque la cámara «iba de mano en mano y no importaba demasiado quién disparase».

En el concierto tocaron los grupos The Boors y NjuBeatles –de los que más tarde emergería la banda de referencia del rock polaco, Kryzys. «Para mí fue el primer y último concierto punk, algo fundamental para muchos de los que asistimos. Fue el punto de inflexión, la demostración de que aquello tan simple funcionaba: hazlo tú mismo, piensa por ti mismo y que se jodan las poses».

Han transcurrido más de tres décadas, el rock nunca ha vuelto a renacer, la dominación y la sedición se hacen llamar del mismo modo, 2.0, las siglas de un mundo petrificado por chips de silicio. Nada asusta, todo parece al alcance de todos.

Desde este Olimpo frío los adolescentes polacos de estas fotos parecen de otro planeta, recrean la blasfemia. Lean los labios de este muchacho. Dicen: «la humanidad no será feliz hasta que el último burócrata cuelgue de los intestinos del último capitalista».

[Esta reseña procede de mi web personal. En origen había sido un encargo de la web El fotográfico.

En el último episodio del podcast, Una sesión de canciones emparejadas, resalto la importancia de 1979 como año expansivo y, al tiempo, mortuorio del punk británico aprovechando la veneración personal que profesé por los Clash, la única banda que importa, como decíamos entonces los fans.

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Una cita del guión:

Los Clash eran combustible, aguardiente y agua fresca en el terreno despótico del punk, donde casi nadie miraba más allá del aspecto y la falta de pretensiones. Frente a la autosuficiencia macarra de los Sex Pistols —una empresa más que una banda de rock—, Joe Strummer, Mick Jones, Paul Simonon y Tobe Hopper Topper Headon, perseguían la autenticidad, militaban del lado correcto de las trincheras —el de los débiles— y estaban interesados en cualquier tipo de música que sangrara y, acaso lo más importante, en la procedencia de la sangre. En diciembre de 1979 habían editado uno de los más equilibrados y vibrantes discos de la historia, el doble álbum ‘London Calling’, que se vendía a precio de álbum sencillo y contenía música en la que algunos atisbábamos el mismo poder de los cantos libertarios de los milicianos de la Guerra Civil y el primer Elvis Presley]

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Canciones emparejadas, como los talismanes y las manías

Tras un silencio de más de dos semanas, que intentaré reconducir hacia una frecuencia más estable, el podcast regresa con una entrega que relaciona canciones de dos en dos sin más motivo —disculpen el atrevimiento— que mi capricho.

Este episodio, Una sesión de canciones emparejadas, aspira a jugar con alguno de los misterios que la música retiene y a veces extiende entre sus creyentes. Rondaremos en torno a los ideales románticos de una forma creativa, la música, a la que se ha otorgado la condición de ser el «arte de la noche» porque requiere un acercamiento tan sigiloso que impide entender del todo lo que sucede cuando te dejas llevar por la irracionalidad de las canciones.

Escuchamos nueve parejas de canciones —18 temas en total— para experimentar cómo se aparean las piezas musicales en tu interior y por qué lo hacen. Todos llevamos encima —es decir, por dentro— un directorio que iguala, liga, nivela y une ciertas canciones con otras. ¿Son concordantes en ritmo o fraseos? ¿Imploran la misma respuesta afectiva? ¿Nos devuelven a lugares que son siempre los mismos?…

No tengo respuestas certeras para estas preguntas, pero soy consciente de las alianzas que trazan dentro de mí algunas canciones en busca de hermandad. Sospecho que se trata de elementos magnetizados, formas de concordancia ying-yang, mitades dialécticas de una misma verdad.

En el episodio hay instrumentales valientes; viajes en retroceso al posthipismo californiano y a los ajardinados ambientes de la psicodelia oscura reordenada en el Reino Unido por músicos cercanos al colectivo de King Crimson; un par de guitarristas de nuevo cuño, virtuoso estilo fingerpicking y perfiles complementarios: una es primitivista, inglesa y blanca, y la otra soñadora y afroestadounidense; cantautores conscientes de que la música no debe ser tomada por un trayecto de diversión, sino como umbral de acceso a lo sagrado…

Ejemplo palmario de la pretensión de Una sesión de canciones emparejadas, es el cierre con dos temas tomados de la reedición remezclada de Stage Fright, el disco que ahora cumple medio siglo, y que completó el trío inicial de la saga de The Band de la que nació un nuevo idioma para el poprock, el de la desesperanza, con un matiz de sermón y plegaria. Como digo en algún momento del podcast, es el grupo de mi vida, el que más en carne viva me deja, el que nunca me decepciona, el que siempre me obliga a anudar el pecho para retener las lágrimas.

Son, en suma, canciones agrupadas, como los talismanes y las manías, por motivos plenamente personales.

Tras el final de la entrada inserto algunas piezas de vídeo con protagonistas del episodio.

Este es el tracklist, con las canciones separadas por parejas.

01 – Phil Alvin – The Ballad of Smokey Joe
02 – Dave Alvin – Highway 61 Revisited

03 – McDonald and Giles – Tomorrow’s People – The Children of Today
04 – Pete Sinfield – Under the Sky

05 – The Third Mind – Journey in Satchidananda
06 – Bobby Lee – Join Me In LA Boogie

07 – Gwenifer Raymond – Hell for Certain
08 – Yasmin Williams – After the Storm

09 – Sam Burton – I Am No Moon
10 – Sam Moss – Sunday People

11 – The Clash – Washington Bullets
12 – The Clash – Complete Control

13 – Jefferson Starship – Miracles
14 – Hot Tuna – Bar Room Crystal Ball

15 – Durand Jones & The Indications – Is It Any Wonder
16 – Aaron Frazer – If I Got It (Your Love Brought It)

17 – The Band – Stage Fright
18 – The Band – The Shape I’m In

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