Cuando Bob Dylan fue galardonado con el Nobel de Literatura en 2016, se desató una, otra, de las fogosas tormentas que persiguen al músico-cantante desde que, hace sesenta años, empezó a frecuentar los escenarios.
En uno de esos planteamientos periodísticos aspiran a la categoría de espejo buscando la confrontación de pareceres, gratamente titulado Bob Dylan pone música al Nobel de Literatura, me pidieron entonces un textito, casi un telegrama, para justificar mi alegría por la concesión del premio al mejor escritor nacido en la maternidad de la música popular.
Titulé la diminuta sonrisa, que aún mantengo pintada en mi careta de payaso con dos términos que merecen sumo respeto: Poesía Stratocaster.
Mi pieza —enfrentada a otra de una recordada amiga que opinaba lo contrario—, decía:
Primer Nobel eléctrico. Me alegro porque no han lamido al insufrible hípster Murakami, el cocacola cero del menú. ¿Lo merece San Bob, juglar, oral, sexy? No más que otros que se quedaron tocando el timbre –Borges, Kiš, Gombrowicz, Nabokov…– y al menos tanto como el autor de radionovelas Gabo. ¿Por qué digo sí? Porque entre 1965 y 1966, Dylan enchufó la poesía a una Stratocaster alimentada con bencedrina. Además, nunca da las gracias y tampoco pide palmas.
Unos meses antes, en mayo del mismo año (2016), cuando Dylan cumplía 75, el mismo diario me había pedido un billete para servir de apoyo a una crónica sobre el aniversario. Titulé aquella opinión, que también sigo custodiando, Huraño y silvestre. Me tomo la libertad de pegar el texto:
Podría inventariar las razones por las que admiro a Bob Dylan, pero ocuparían, desde la portada hasta la contra, todo el ejemplar de este diario. Algunas son pequeñeces (aunque sólo en apariencia): fue el primero en invitar a marihuana a los Beatles y, tras aquellas caladas, los ingleses dejaron la tontuna y se montaron en una nave espacial.
Otras, al contrario, son tan canónicas que bordean lo inmencionable: los discos de refundación del rock and roll de 1965 y 1966, cuando simbiotizó a Presley y Rimbaud en un personaje vertiginoso, celestial y ladino —hubo un tiempo, niños, en que Dylan fue un presagio de Rotten, Cobain y la Baader-Meinhof—; las Cintas del Sótano, el único GPS necesario para comprender el sonido que emerge de la tierra; la Gira de Nunca Acabar, un martirologio en el que anuncia, desde hace treinta años, su disposición a morir sobre las tablas…
Aunque los dos últimos discos, Shadows in the Night (2015) y Fallen Angels (2016), merecen estar en el católogo para bailes de salón de cualquier residencia geriátrica, mantengo el ardor de un enamorado.
Dylan, huraño y silvestre, jamás me ha decepcionado: nunca se ha dedicado, como tantas otras leyendas vivas, a considerar que el mundo gira sobre las punteras de sus zapatos.
No fue el único texto que redacté en 2016 sobre Dylan, a cuyos 80 años, que cumple el 24 de mayo, está dedicado el último episodio del podcast Hot Parade. La pelea de gallos alimentada por el Nobel, que los departamentos universitarios y logias cercanas no tragaron sin demostrar el sufrimiento porque les negaban la posibilidad de papers para engorde de nómina mediante falso currículo, me sirvió de acicate para publicar en mi web personal treinta dudas —Bob Dylan, ¿un Nobel videolúdico y transmedia?— que aprovecho ahora el momento para recuperar a partir del siguiente párrafo.
He leído las palabras ‘videolúdico’ y ‘transmedia’ y he sobrevivido. He visto a peritos académicos y escritores de las últimas dos o tres generaciones, como diría el viejito Ginsberg en Howl, en busca «de un cólerico pinchazo». Al parecer pillaron. El Nobel a Dylan fue el tam-tam para que las voces «hambrientas histéricas desnudas» (sin comas, sin tomar aliento) de los «hípsters con cabezas de ángel» se arracimasen en un todos a una de pelotón de fusileros: «grosería, cantante, indigno, Serrat»… Pensando en todos los voceros de la Alta Cultura exclusivista del aquí sólo se entra con carné sindical, formulo estas preguntas-vacilaciones.
1. Tienes veinte años, acompáñeme ahora, cuando aún no sabes de derrotas. Sé gitana out of fashion para mí, descálzate y brinca. Si el circo está en la ciudad, ¿por qué tanta cólera, señorita cupkake?
2. ¿Por qué te conmueven más los perros huérfanos que mi tribu de ancianos?
3. Nos tumbaron los gases de Berkeley. Lloramos como trigales bajo el vendaval. Desmembraron nuestros miembros en Praga y Berlín. ¿Merecimos tanto cuando sólo repartíamos indulgencias y caramelos?
4. Las circunstancias siguen siendo las de tus padres; la diplomacia, la de tus abuelos. ¿Cómo soportas escucharte?
5. Todo se ha roto, el amor está enfermo, la dignidad es una marca de ready to wear, en los templos repican grabaciones de campanas, la indulgencia tiene el tamaño de un grano de arena. ¿Por qué no te vas a cama?
6. No portees, olvida amamantar a futuros esclavos, no leas a tus compañeros de clase, no votes PACMA, desnúdate con rubor, tuéstate al sol sucio de medianoche. ¿Cuándo vas a dejar de ser una histérica?
7. Pon en peligro la salud. Deja que los dientes se te pudran como la chaqueta. ¿Queda libre alguno de tus agujeros para esconderme dentro?
8. Nos intoxicaron en Wight, frente al sepulcro de Shelley. Mezclaron insecticida y alcaloides. ¿Entiendes la geometría de la inocencia?
9. No vas a morir, no es veneno. No vas a enloquecer, no es un máster ¿Por qué eres tan poco tarántula?
10. ¿Cuándo vas a dejar que borre tu inútil experiencia y destroce tanto artefacto, tanta joya y tanto binocular? ¿Cuándo empezarás a ser más drástica?
11. No te hagas la francesa, no te pongas mona, no hay zombie para ti en esta serie. ¿Que vas a hacer cuando no queden ambulancias para llevarte a casa?
12. Me dicen que te casas, que sirves un bufé, que tienes lista de bodas, que vas a trabajar como gólem, que nada te aprieta… ¿Dejarás algún día de ser tan moderna, tan parásita?
13. ¿En que almacén debo archivarte? ¿Por qué no me dejas ser Judas y venderte por un puñado de fango?
14. Y tú, profesor ayudante y sin lágrimas, ¿de qué te sirven las lecciones de la Escuela de Fráncfort cuando te miras en el espejo y ves un cuervo?
15. El pan caía de nuestras manos y el tiempo caía en besos y nosotros caíamos también. Agotamos los gemidos y solo nos quedaba vivir. ¿Ya no recuerda tu cátedra cuánto y en qué cantidad?
16. Ese lápiz que sujetas, ¿significa que quieres algo de mí o vas a repetir la clase del curso pasado?
17. Examen de conciencia: ¿cuántas veces has trajinado la palabra metalenguaje desde que te pagan con mis impuestos?
18. ¿Me prestas esa pantera que bebe champán de tu copa?
19. ¿Dónde dejaste la capacidad de ser impío? ¿Por qué temes el pecado?
20. Nos alojamos en habitaciones tristes, bajamos a Mozambique, celebramos un jolgorio y quemamos un millón de dólares… ¿Por qué has dejado de golpear?
21. Fregamos el suelo con bombones, soñamos con hogazas de pan colectivas, matamos a palos los insectos, nos negamos a sufrir a Kant ¿Estás ahí o eres una sombra?
22. Ganamos en el torneo de las biografías ¿Cuando quemaste las alas que ennoblecían tu espalda?
23. Aseguras que renaceré en los restos de tu saliva, que bailaré en la pista de tus arrugas futuras… ¿Por qué me invitas a comprar cadenas, magister?
24. Tenemos uñas sucias de ferroviario, llegamos a los pasillos hambrientos ¿Cuánto te despidieron a ti de la factoría de los sueños?
25. ¿Por qué la rutina hitleriana de las amapolas romántico-expresionistas o los trillados rayos de sol, siempre parejos?
26. Es fácil olvidar, considerar que vivir y revivir y pervivir y sobrevivir son colillas chupadas ¿No aprecias que tu lealtad de la de una caja de zapatos?
27. ¿Qué hacías mientras quemamos sándalo en el búnquer, el gulag, el gueto, la jefatura? ¿Dabas de comer a tu siamés?
28. ¿Por qué no hay sangre en los atriles?
29 . ¿Por qué el Orgullo Gay es una gran fiesta de la cultura?
30. Señorita, profesor, ¿por qué os saca de las casillas el Nobel a un poeta que no es un drama king?
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Si quieres escuchar el podcast Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’ puedes hacerlo en este reproductor.