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Bob Dylan: 80 trivialidades

Bob Dylan cumple 80 años el 24 de mayo de 2021.

Hace diez años, poco antes de cumplir 70 y en un gesto sin precedentes, emitió una declaración pública para sus «fans y seguidores»:

Todos sabemos que hay una montonera de libros sobre mí publicados o a punto de ser publicados. Animo a cualquiera que me haya conocido, escuchado o incluso visto a que entre en acción y garabatee su propio libro. Nunca se sabe, cualquiera puede tener un gran libro dentro.

Vale, Bobby, tomo tu palabra. Van por ti y tus largos años sobre el mundo 80 afirmaciones que se balancean, como la existencia, entre la verdad y la mentira.

En las siguientes enumeraciones podría haber verdades y podría haber mentiras. Tú me has enseñado que son complementarias, que nada sucede cuando todas las verdades del mundo se añaden a una mentira, que nada sucede cuando todas las mentiras se añaden a una verdad.

También me enseñaste que la vida es un espejo para desaparecer.

Jugaré con tus pecados y bendiciones.

Se trata de adivinar qué es cierto y qué es falso. No hay patrón. También me enseñaste que la vida debe vivirse en modo random.

1. Cuando tocó un par de canciones en la guardería de uno de sus hijos, los críos empezaron a llorar y regresaron a casa quejándose del «hombre raro». Algunos tuvieron pesadillas. La guardería le declaró persona non grata.

2. En su primer papel en una película interpretó a un personaje llamado Alias. No pronunciaba ni una sola palabra.

3. En sus primeras actuaciones en cafés bohemios de Nueva York imitaba a Charlie Chaplin entre canción y canción.

4. Ha cantado acompañado por la banda punk The Plugz.

5. Cuando tocó en el festival de la Isla de Wight de 1969 se reunió con los Beatles en una granja. Hubo una jam musical que fue grabada. Las cintas harán millonario a quien las descubra.

6. Cuando está de gira viaja siempre en un autobús plateado, un Prevost customizado que cuesta 1,8 millones de euros. Como Dylan tiene miedo de que atenten contra él, el grupo comparte otro vehículo idéntico. Los presuntos atacantes lo tienen difícil para saber en cual de ambos viaja el cantante.

7. Una de sus novias le preguntó: «¿Por qué no podemos vivir juntos?». Dylan contestó: «Porque ni siquiera puedo vivir conmigo mismo».

8. Es íntimo amigo de la actriz Raquel Welch. Al parecer, bastante íntimo.

9. En su juventud robaba discos en casa de los amigos que le daban cuartel para pasar unas noches. Luego negaba los hurtos.

10. Desde 1988 ha dado casi 3.000 conciertos.

11. Prefiere hacer el amor con mujeres negras y entradas en carnes.

12. Su primera esposa había sido conejita de Playboy.

13. Cuando se divorció de ella se lió con la terapeuta familiar que trataba a sus hijos pequeños para minimizar los efectos de la separación.

14. Estuvo a punto de grabar un disco con todas las canciones cantadas en castellano.

15. Lo último que ha afirmado sobre sus creencias religiosas es: «Soy de la Iglesia de la Mente Envenenada».

16. Le encanta el hip-hop, sobre todo Public Enemy y Jay Z. Aparece en un vídeoclip de Jean Wyclef.

17. Libro de direcciones: hasta los seis años vivió en Duluth: 519 North 3rd Av. E. Entre 1947 y 1959, en Hibbing: 2425 7th Av. E. En un talent show en 1957 tocó el piano —adoraba a Little Richard— en el salón de actos del Hibbing High School (800 E. 21st St.) con el grupo amateur The Golden Chords. Dos años después se graduó como bachiller en este mismo centro educativo. Se mudó a Minneapolis en el otoño de 1959 para estudiar en la universidad (destino que nunca cumplió). Su primera residencia fue la fraternidad para alumnos judíos Sigma Alpha Mu (915 University Av. SE), un edificio que ya no existe.

18. Muchos años más tarde, en un festival le presentaron así: “Tomadlo, es vuestro y de todos nosotros”.

19. Una canción de Dylan sirvió para bautizar a un grupo terrorista armado.

20. Tuvo una hija con una de las cantantes de su coro femenino. Lo mantuvieron en secreto durante 15 años. Dylan se pasaba de vez en cuando por la casa del suburbio de Los Angeles que compró para ellas para ver a la cría. A veces se disfrazaba para que los vecinos no le reconociesen.

21. Tiene al menos otros cuatro hijos secretos.

Foto: Daniel Karmer

22. No leyó poesía hasta los ventitantos. Los primeros libros (simbolistas franceses) se los dejó su primera novia.

23. No adoptó el nombre de Dylan por el poeta Dylan Thomas.

24. En su casa de Malibú instaló una letrina portatil para que sus guardaespaldas no entrasen en la vivienda.

25. Sobre la cama de la casa de Malibú hay un coche colgado del cielo raso.

26. Tiene al menos otra docena de casas en propiedad, entre ellas una mansión en las Highlands de Escocia. En algunas de las viviendas no ha dormido nunca. Contrata a un cuidador para que se haga cargo del mantenimiento.

27. Se chutó heroína con John Lennon.

28. Paul McCartney se lo encontró en el aeropuerto de Heathrow a finales de los años noventa. Dylan, con aspecto de homeless, no le reconoció.

29. De adolescente quería ser como Little Richard.

30. Fue canguro durante muchas noches de Ari, el hijo de Alain Delon y Nico (cantante de la Velvet Underground).

31. Tuvo un affaire con una princesa maorí.

32. Tuvo un affaire con una bailarina de danza del vientre.

33. Estuvo a punto de quedarse a vivir en un kibbutz de Israel.

34. En la portada de uno de sus discos aparecen únicamente dos músicos bengalíes.

35. Compuso una canción a medias con Michael Bolton.

36. Cantó en un disco de Bette Midler.

37. Cantó a dúo con Marlon Brando Blowin’ In the Wind en una sinagoga.

38. Fue compañero de instituto del coguionista de las películas de Woody Allen El dormilón y Annie Hall.

Foto: Richard Avedon

39. Las últimas cuatro mujeres con las que ha tenido una relación más o menos estable se llaman Carol.

40. Utilizó durante años el mismo seudónimo para registrarse de incógnito en los hoteles: Justin Case (just in case, por si acaso).

41. También ha usado estos otros seudónimos: Bob Landy, Blind Boy Grunt, Robert Milkwood Thomas, Roosevelt Gook y Elston Gunnn.

42. En 1985 tocó la mandolina en el baile de una boda rural. No conocía a los contrayentes.

43. Dylan, los Beatles y Elvis Presley han versionado una misma canción.

44. Es el músico más citado en sentencias judiciales. Un catedrático de Harvard dice que ha encontrado estrofas de Dylan en 186 fallos de los tribunales estadounidenses. También localizó 74 de los Beatles y 69 de Bruce Springsteen.

45. Dylan hizo coros en el primer disco de Leonard Cohen. No aparece en los créditos.

46. Grabó una versión jocosa de un tema de Simon & Garfunkel. Dylan se mofa de ambos imitando las voces de cada uno y mezclándolas.

47. A Dylan le encanta Charles Aznavour.

48. Sus canciones han sido versionadas unas 30.000 veces por unos dos mil intérpretes.

49. No se cambia los calcetines a diario. Prefiere llevarlos dos días seguidos.

50. Tiene (al menos) nueve nietos.

51. Cuando tocó en París en 1966 intentó que le presentasen a Françoise Hardy. No lo consiguió.

52. En febrero de 1959, Dylan vió tocar a Buddy Holly tres días antes de que éste muriese al estrellarse la avioneta en la que viajaba.

53. Le gustaba la cantante egipcia Om Kalsoum, a la que definió como «una señora gorda que huele a hachís«.

54. Su primera esposa, Sarah Lowdnes, alegó maltratos físicos durante el juicio de divorcio. El dictamen del tribunal no estimó probada la circunstancia.

55. Otra de sus novias, Ruth Tyrangiel, con quien mantuvo una relación esporádica pero continuada entre 1973 y 1993, le reclamó judicialmente cinco millones de euros. Perdió el juicio.

56. Dylan estuvo enganchado a la bencedrina, la heroína, la cocaína y el alcohol.

57. Su gran afición es la pintura. Uno de sus discos lleva un óleo pintado por él en la portada.

58. La familia de Edie Sedgwick, una estrella de la Factory de Andy Warhol, adujo que Dylan la obligó a abortar.

59. Su novia Suze Rotolo estuvo embarazada y perdió al bebé. Nunca quedó claro cómo.

Foto: Elliot Landy

60. Ha grabado discos con músicos de los Rolling Stones y los Spiders from Mars (la banda glam de David Bowie).

61. Produjo un disco para Barry Goldberg, uno de los padrinos de la mafia del blues de Chicago.

62. En uno de sus mejores discos, Blood on the Tracks, todas las canciones están compuestas en el mismo tono abierto de guitarra.

63. Cantó un rap en un disco de Kurtis Blow.

64. Tras la polémica gira europea de 1966 se refugió unas semanas en un antiguo molino español sin electricidad ni agua corriente. Jugaba al ajedrez con los paisanos del pueblo más cercano.

65. En una de sus canciones menciona las ciudades de Madrid y Barcelona.

66. En 1967 grabó con The Band casi un centenar de canciones conocidas como The Basement Tapes. Algunos pensamos que son lo mejor de su carrera. No fueron editadas oficialmente hasta 2014.

67. Ha vendido menos discos que Nana Mouskouri.

68. En 1966 dijo: «Soy el tipo de persona que se suicidaría. Me pegaría un tiro en el cerebro. Si las cosas fueran mal, saltaría por la ventana».

69. Ha tocado con músicos de los grupos punk The Clash y Sex Pistols.

70. Ha dirigido en una película a Penélope Cruz.

71. Fue el primer músico de poprock en ser pirateado. Años depués, cuando ya era el músico más pirateado de la historia, editó una colección sin parangón donde ha ido reuniendo, para ruina de sus fanáticos, casi todo lo que grabó, ensayó o mal interpretó. Llamó a la colección The Bootleg Series.

72. Se ha columpiado al borde de varios abismos, entre ellos las drogas, la fama y el cristianismo pentecostalista. Tras caer ha vuelto a ser Bob Dylan.

Foto: Elliot Landy

73. La música grabada, el proceso, el negocio, le importan poco. Graba los discos en tres días, con una producción descuidada. Lo único importante son las canciones: grabar es tocar una canción en un momento determinado.

74. Nunca da consejos con afanes moralistas. No hace de los conciertos mítines, ni de sus palabras catecismo. Que tire la primera piedra quien esté libre de pecados tan veniales como tocar ante el Papa o aparecer en un anuncio de lencería.

75. Toda la rebeldía del siglo XX está condensada en su obra.

75. Es frecuente que se autoparodie con la suficiente ironía como para no ser un payaso.

76. Le encanta hacer el payaso de vez en cuando.

77. Los ecos de Charlie Patton, Jimmie Rodgers, Blind Willie McTell y la Carter Family le han servido para hacer rock and roll, volver al folk, reinventar el country, volver de nuevo al rock y, en esas sucesivas derivas, saber que no estaba haciendo nada especial, nada nuevo .

78. ¿Necesita usted asistir al mejor curso magistral sobre música popular? Escuche el programa de radio Theme Time Radio Hour, que Dylan presentó entre 2006 y 2009.

79. A Dylan le gustan las buenas canciones, vengan de donde vengan, sean del estilo que sean. El gremio le adora. Han tocados como teloneros para Dylan, entre otros: Grateful Dead, Tom Petty, Santana, Ani DiFranco, Joni Mitchell, Paul Simon, Willie Nelson, Foo Fighters, Wilco, My Morning Jacket, Mavis Staples…

80. Sabe de música más que ningún intérprete de su generación: es el último genealogista y la única gran figura musical del pop-rock que no practica el esnobismo integrista dictado por lo moderno, lo que se lleva o lo que pueda epatar a los burgueses.

«La mejor canción que he compuesto», se le escucha decir antes de empezar a tocar Sad-Eyed Lady of the Lowlands. Son las 3 de la madrugada del 13 de marzo de 1966 en un hotel situado en, no podría ser otro el lugar, Denver. El sonido es sucio, pero who among them do they think could bury you?

Por cierto, las ochenta afirmaciones de la enumeración previa son verdades absolutas, al menos según mi juicio, al que se debe otorgar el beneficio parcial del sinsentido existencial del que no deseo desligarme ni aspiro a romper.

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El cumpleaños de Dylan ha servido de estímulo para el último episodio del podcast: Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’.

Pueden escucharlo en este reproductor:

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Los tres álbumes de Bob Dylan sin los cuales no habría nada

El vegetal, el animal, cada célula, en cada instante de su vida, son idénticos a sí mismos y, al mismo tiempo, difieren de sí gracias a la asimilación y desasimilación de sustancias, a la respiración, a la formación y muerte de las células.

A partir de Friedrich Engels, autor de la fórmula de la lógica formal según la cual «A es A» y todo objeto es siempre igual a sí mismo, es lícito postular que:

Sin The Velvet Underground and Nico (The Velvet Underground, 1967) no habría David Bowie, Sonic Youth…

Sin King of the Delta Blues Singers (Robert Johnson, 1961) no habría Rolling Stones, Cream, Led Zeppelin…

Sin Horses (Patti Smith, 1975) no habría REM, PJ Harvey, Madonna…

Sin Raw Power (The Stooges, 1973) no habría Sex Pistols, White Stripes…

Sin Discreet Music (Brian Eno, 1975) no habría Björk, U2, LCD Soundsystem, Aphex Twin…

Sin King Tubby Meets Rockers Uptown (Augustus Pablo, 1976) no habría DJ Shadow, David Holmes, The Clash…

Sin Live at the Apollo (James Brown, 1963) no habría Nas, J Dilla, Kendrick Lamar…

Sin The Soft Machine (The Soft Machine, 1968) no habría Can, Radiohead…

Sin Monster Movie (Can, 1969) no habría new wave inglesa con sintetizadores…

Sin Black Sabbath (Black Sabbath, 1970) no habría Nirvana…

Sin Elvis Presley (Elvis Presley, 1956) no habría Beatles.

Sin Hank Williams Sings (Hank Williams, 1952) no habría Elvis Presley.

Sin Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde (Bob Dylan, 1965-1966) no habría nada de nada y el poprock merecería la misma consideración que los merengues.

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Dentro de cuatro días Bob Dylan cumple 80 años. El episodio del podcast Hot Parade Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’ es un intento de resumir cuánto y cómo puede quemar el contacto con la obra única del mejor músico popular del siglo XX.

Puede ser escuchado aquí:

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Treinta preguntas sobre el poeta eléctrico y sexy Bob Dylan

Cuando Bob Dylan fue galardonado con el Nobel de Literatura en 2016, se desató una, otra, de las fogosas tormentas que persiguen al músico-cantante desde que, hace sesenta años, empezó a frecuentar los escenarios.

En uno de esos planteamientos periodísticos aspiran a la categoría de espejo buscando la confrontación de pareceres, gratamente titulado Bob Dylan pone música al Nobel de Literatura, me pidieron entonces un textito, casi un telegrama, para justificar mi alegría por la concesión del premio al mejor escritor nacido en la maternidad de la música popular.

Titulé la diminuta sonrisa, que aún mantengo pintada en mi careta de payaso con dos términos que merecen sumo respeto: Poesía Stratocaster.

Mi pieza —enfrentada a otra de una recordada amiga que opinaba lo contrario—, decía:

Primer Nobel eléctrico. Me alegro porque no han lamido al insufrible hípster Murakami, el cocacola cero del menú. ¿Lo merece San Bob, juglar, oral, sexy? No más que otros que se quedaron tocando el timbre –Borges, Kiš, Gombrowicz, Nabokov…– y al menos tanto como el autor de radionovelas Gabo. ¿Por qué digo sí? Porque entre 1965 y 1966, Dylan enchufó la poesía a una Stratocaster alimentada con bencedrina. Además, nunca da las gracias y tampoco pide palmas.

Unos meses antes, en mayo del mismo año (2016), cuando Dylan cumplía 75, el mismo diario me había pedido un billete para servir de apoyo a una crónica sobre el aniversario. Titulé aquella opinión, que también sigo custodiando, Huraño y silvestre. Me tomo la libertad de pegar el texto:

Podría inventariar las razones por las que admiro a Bob Dylan, pero ocuparían, desde la portada hasta la contra, todo el ejemplar de este diario. Algunas son pequeñeces (aunque sólo en apariencia): fue el primero en invitar a marihuana a los Beatles y, tras aquellas caladas, los ingleses dejaron la tontuna y se montaron en una nave espacial.

Otras, al contrario, son tan canónicas que bordean lo inmencionable: los discos de refundación del rock and roll de 1965 y 1966, cuando simbiotizó a Presley y Rimbaud en un personaje vertiginoso, celestial y ladino —hubo un tiempo, niños, en que Dylan fue un presagio de Rotten, Cobain y la Baader-Meinhof—; las Cintas del Sótano, el único GPS necesario para comprender el sonido que emerge de la tierra; la Gira de Nunca Acabar, un martirologio en el que anuncia, desde hace treinta años, su disposición a morir sobre las tablas…

Aunque los dos últimos discos, Shadows in the Night (2015) y Fallen Angels (2016), merecen estar en el católogo para bailes de salón de cualquier residencia geriátrica, mantengo el ardor de un enamorado.

Dylan, huraño y silvestre, jamás me ha decepcionado: nunca se ha dedicado, como tantas otras leyendas vivas, a considerar que el mundo gira sobre las punteras de sus zapatos.

Bob Dylan retratado por Elliot Landy en torno a 1967

No fue el único texto que redacté en 2016 sobre Dylan, a cuyos 80 años, que cumple el 24 de mayo, está dedicado el último episodio del podcast Hot Parade. La pelea de gallos alimentada por el Nobel, que los departamentos universitarios y logias cercanas no tragaron sin demostrar el sufrimiento porque les negaban la posibilidad de papers para engorde de nómina mediante falso currículo, me sirvió de acicate para publicar en mi web personal treinta dudas —Bob Dylan, ¿un Nobel videolúdico y transmedia?— que aprovecho ahora el momento para recuperar a partir del siguiente párrafo.

He leído las palabras ‘videolúdico’ y ‘transmedia’ y he sobrevivido. He visto a peritos académicos y escritores de las últimas dos o tres generaciones, como diría el viejito Ginsberg en Howl, en busca «de un cólerico pinchazo». Al parecer pillaron. El Nobel a Dylan fue el tam-tam para que las voces «hambrientas histéricas desnudas» (sin comas, sin tomar aliento) de los «hípsters con cabezas de ángel» se arracimasen en un todos a una de pelotón de fusileros: «grosería, cantante, indigno, Serrat»… Pensando en todos los voceros de la Alta Cultura exclusivista del aquí sólo se entra con carné sindical, formulo estas preguntas-vacilaciones.

1. Tienes veinte años, acompáñeme ahora, cuando aún no sabes de derrotas. Sé gitana out of fashion para mí, descálzate y brinca. Si el circo está en la ciudad, ¿por qué tanta cólera, señorita cupkake?

2. ¿Por qué te conmueven más los perros huérfanos que mi tribu de ancianos?

3. Nos tumbaron los gases de Berkeley. Lloramos como trigales bajo el vendaval. Desmembraron nuestros miembros en Praga y Berlín. ¿Merecimos tanto cuando sólo repartíamos indulgencias y caramelos?

4. Las circunstancias siguen siendo las de tus padres; la diplomacia, la de tus abuelos. ¿Cómo soportas escucharte?

5. Todo se ha roto, el amor está enfermo, la dignidad es una marca de ready to wear, en los templos repican grabaciones de campanas, la indulgencia tiene el tamaño de un grano de arena. ¿Por qué no te vas a cama?

Foto de Bob Dylan en el anuario del instituto donde estudió Secundaria

6. No portees, olvida amamantar a futuros esclavos, no leas a tus compañeros de clase, no votes PACMA, desnúdate con rubor, tuéstate al sol sucio de medianoche. ¿Cuándo vas a dejar de ser una histérica?

7. Pon en peligro la salud. Deja que los dientes se te pudran como la chaqueta. ¿Queda libre alguno de tus agujeros para esconderme dentro?

8. Nos intoxicaron en Wight, frente al sepulcro de Shelley. Mezclaron insecticida y alcaloides. ¿Entiendes la geometría de la inocencia?

9. No vas a morir, no es veneno. No vas a enloquecer, no es un máster ¿Por qué eres tan poco tarántula?

10. ¿Cuándo vas a dejar que borre tu inútil experiencia y destroce tanto artefacto, tanta joya y tanto binocular? ¿Cuándo empezarás a ser más drástica?

11. No te hagas la francesa, no te pongas mona, no hay zombie para ti en esta serie. ¿Que vas a hacer cuando no queden ambulancias para llevarte a casa?

12. Me dicen que te casas, que sirves un bufé, que tienes lista de bodas, que vas a trabajar como gólem, que nada te aprieta… ¿Dejarás algún día de ser tan moderna, tan parásita?

13. ¿En que almacén debo archivarte? ¿Por qué no me dejas ser Judas y venderte por un puñado de fango?

14. Y tú, profesor ayudante y sin lágrimas, ¿de qué te sirven las lecciones de la Escuela de Fráncfort cuando te miras en el espejo y ves un cuervo?

Casa en la que Dylan pasó su infancia y adolescencia en Hibbing, en el estado de Minesota

15. El pan caía de nuestras manos y el tiempo caía en besos y nosotros caíamos también. Agotamos  los gemidos y solo nos quedaba vivir. ¿Ya no recuerda tu cátedra cuánto y en qué cantidad?

16. Ese lápiz que sujetas, ¿significa que quieres algo de mí o vas a repetir la clase del curso pasado?

17. Examen de conciencia: ¿cuántas veces has trajinado la palabra metalenguaje desde que te pagan con mis impuestos?

18. ¿Me prestas esa pantera que bebe champán de tu copa?

19. ¿Dónde dejaste la capacidad de ser impío? ¿Por qué temes el pecado?

20. Nos alojamos en habitaciones tristes, bajamos a Mozambique, celebramos un jolgorio y quemamos un millón de dólares… ¿Por qué has dejado de golpear?

21. Fregamos el suelo con bombones, soñamos con hogazas de pan colectivas, matamos a palos los insectos, nos negamos a sufrir a Kant ¿Estás ahí o eres una sombra?

22. Ganamos en el torneo de las biografías ¿Cuando quemaste las alas que ennoblecían tu espalda?

23. Aseguras que renaceré en los restos de tu saliva, que bailaré en la pista de tus arrugas futuras… ¿Por qué me invitas a comprar cadenas, magister?

24. Tenemos uñas sucias de ferroviario, llegamos a los pasillos hambrientos ¿Cuánto te despidieron a ti de la factoría de los sueños?

25. ¿Por qué la rutina hitleriana de las amapolas romántico-expresionistas o los trillados rayos de sol, siempre parejos?

26.  Es fácil olvidar, considerar que vivir y revivir y pervivir y sobrevivir son colillas chupadas ¿No aprecias que tu lealtad de la de una caja de zapatos?

27. ¿Qué hacías mientras quemamos sándalo en el búnquer, el gulag, el gueto, la jefatura? ¿Dabas de comer a tu siamés?

28. ¿Por qué no hay sangre en los atriles?

29 . ¿Por qué el Orgullo Gay es una gran fiesta de la cultura?

30. Señorita, profesor, ¿por qué os saca de las casillas el Nobel a un poeta que no es un drama king?

Silueta de Dylan en la portada del disco ‘The Basement Tapes’

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Si quieres escuchar el podcast Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’ puedes hacerlo en este reproductor.

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Parada técnica-emocional del podcast

No somos –pero somos- pertenencia de alguien
María Victoria Atencia

[Cierre transitorio del podcast. Anoto más abajo siete posibles razones. ¿Para cuándo el regreso? Lo decidirán providencias como mi capricho, el dolor de muelas, la primavera reventada, el vendaval de la senilidad, la jubilación laboral, la indecencia normativa de ganar y ser buena gente, el peso de la primera persona del plural mayestático, la decepción nacida del olvido, la milonga de las tribus… En fin, el trámite de seguir sin heridas]

1
De camino, pero ¿hacia dónde?, ¿qué meta disponen para quienes hemos perdido el afán de llegar a parte alguna?

De camino, es correcto, mas ¿qué dedo índice señala el punto cardinal?, ¿qué huesos tocan las maracas del retorno?

Cuando a Elvis Presley le preguntaron a qué motivo achacaba la locura provocada por su rock and roll, contestó:

—No lo sé. Yo no hice nada, sólo cantaba canciones de otros.

Cuando a Bob Dylan le preguntaron por qué había quemado su guitarra de caja de cedro enchufándola a la red eléctrica, contestó:

—No lo sé. Yo no hice nada, sólo quería tocar jodidamente alto.

Nadie hace nada, todo rueda como la luz en esas películas aceleradas de alta definición, como la pelota de goma en una calle cuesta abajo.

No es necesaria una patada para caerse del vagón en marcha, la gran boca de la velocidad te absorbe, lasciva, cuando le permites abrir la puerta.

2
De camino, pero ¿a qué ritmo?, ¿cuándo empieza a ser un camino y deja de ser un argumento, una trama desproporcionada para tanto disturbio emocional?

De camino, pero ¿cómo distingues?, ¿qué determinación te salpica en el instante exacto, invisible al ojo y los demás sentidos, en que debes reclutar toda la vida y ordenar el ataque?

Cuando a Peter Pan le preguntaron cómo se las apañaba para mantener la infancia disimulada en el almanaque, contestó:

—No lo sé. Yo sólo quiero hacerte rabiar, viejo fósil.

Cuando a Paul Celan le preguntaron qué escoria empleaba para cargar la pluma, contestó:

—No lo sé. Yo sólo pienso en las cenizas oscuras de mamá bailando en el humo de la chimenea.

Cumplen años los días, no las horas. Cuando celebras, suprimes; cuando implicas, ruegas. Rezan las oraciones, no los orantes.

Busqué ángeles entre los hilos del dobladillo, busqué maravillas en los epigramas de las nubes. Sólo encontré un cartel luminoso que decía: «cenas».

3
De camino, pero ¿qué baile organizan en el salón?, ¿quién traducirá para mí los pasquines, el precio de las entradas, la diplomacia de los saludos?

De camino, pero ¿cómo implicarme en el dominio de las pestañas, en el horario de los trenes?, ¿qué sindicato acepta esta federación para dos afiliados?

Cuando a Malcolm Lowry le preguntaron quién mantenía su vaso lleno, contestó:

—No lo sé. Yo sólo confío en Las manos de Orlac, las manos de Peter Lorre.

Cuando al asesino le preguntaron por qué seguía matando, contestó:

—No lo sé. Yo sólo abro los ojos.

El niño intentó romper la distancia con una patada lateral, los soviets intentaron romper las cadenas con hoces y martillos. Nadie selecciona el arma correcta.

Existen catálogos para casi todo: amistades, fábulas, temperamento. Las escuelas de ficción automática son el próximo gran negocio.

4
De camino, pero aún con la maleta despistada, con el permiso de circulación recusado, con la hoja de ruta manchada por la última taza de caldo de gallina.

De camino, pero soñando con el resollar inútil del pez fuera del agua, con la chispa de una piedra contra otra piedra. Soñar es diluirse en una gama de grises.

Cuando a Lenin le preguntaron quién sostenía sus manos al ordenar fusilamientos, contestó:

—No lo sé. Yo sólo pienso en mis hermanos.

Cuando a Dubuffet le preguntaron qué pretendía pintando tonterías, contestó:

—No lo sé. Yo sólo dejo que los pinceles caminen por las calles.

A veces las canciones me sorprenden tullido. A veces las canciones son como un tren perdido y tienes ganas de perseguirlas. A veces las canciones son como cuartos con pésimo mobiliario.

A veces las canciones me sorprenden llamándome idiota. A veces las canciones son frías y espléndidas como la piel de una muñeca. A veces las canciones dejan de oler a huerto para hacerse silencio.

5
De camino, pero puedo equivocarme (aunque, soy consciente, en el tropiezo está el agua menos estancada) y no cantar con el árbol, con el timón, con la ropa de saldo…

De camino, pero el libro no escrito es el único custodio de las verdades, porque un «fino hilo de humo» lleva a la «única resurrección posible».

Cuando al sueño le preguntaron un himno, contestó:

—No lo sé. Yo sólo canto el principio de las cosas creadas.

Cuando a Bruce Chatwin le preguntaron el motivo de su mala educación, contestó:

—No lo sé. Quien no tiene caballo no puede pensar.

A veces las canciones son capullo de seda, lugar escondido. A veces las canciones son neón en el pecho, mareo de pétalos, caras de muerte. A veces conviene enfermar.

A veces las canciones son bahías de nostalgia, destello de mar adentro, verso ondulado. A veces conviene la toxicidad.

6
De camino, porque everlast no es el título de un rock and roll, es cicatriz nunca cerrada.

De camino, porque siempre nos queda el verano de 1967, porque los lugares de culto merecen ser redimidos.

Cuando al hambre le exigieron un motivo, contestó:

—No lo sé. Yo sólo registro los cambios de caudal en la boca.

Cuando a Nashville le pidieron un deseo, la ciudad dejó que hablase el viento:

—No lo sé. Todos los deseos están enterrados con Hank Williams.

A veces las canciones son las reinas del sabbath, las amazonas, las madres de Itaca y quieres ser mujer para saber qué se siente.

A veces las canciones son un estanque de fotografías. A veces restregar no es lo mismo que frotar.

7
De camino, pero ¿quién espera tras la llegada?, ¿cómo cargar el dosel de la cama cuando nunca duermes?

De camino, pero ¿cuándo restauran el color verde tras el incendio?, ¿quién sopla sobre la ceniza para que, apartándola, resucite el dorado?

Cuando al Niño Triste le preguntaron qué combinación de teclas daba acceso a la caja fuerte del pecho, contestó:

—No lo sé. Yo sólo espero el escoplo de tus dedos.

A veces no quieres escapar.

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Post scríptum:

La mejor banda sonora para el momento, en mi opinión, está en este reproductor:

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sagrario

La seducción infalible (y algo canalla) de los personajes ‘cool’

¿Qué decimos cuando decimos cool? Aunque la palabra sea ajena al español, no hay demasiada duda de que cualquiera tiene una definición: rebelde, sexy, carismático, misterioso, bello, gozoso, que te hace soñar… En fin: algo o alguien irresistible, que te desarma y te deja sin defensas.

En el caso de personas es cool un ser humano que parece celeste, de cualidades seductoras infalibles, aunque también sereno, impasible, tranquilo, una proyección de una esencia pura —o picante, incluso levemente sucia y canalla— que soporta el paso del tiempo como si el tiempo fuese una mentira y deja sobre los años una huella imborrable y única.

Los estudiosos de la etimología y los usos idiomáticos colocan el nacimiento de las acepciones admirativas de cool —que textualmente significa frío— en la jerga de los negros y datan las primeras manifestaciones escritas del adjetivo en los años treinta, cuando los músicos de jazz empezaron a definir como cool a un estilo fresco y nuevo pero siempre mantenido bajo control por el intérprete.

Según los organizadores de la exposición American Cool (Lo ‘cool’ estadounidense) —en la National Portrait Gallery del Smithsonian de Washington hasta el 7 de septiembre—, se trata de un compendio sobre el zeigeist de los EE UU. Lo cool, dicen, ha sido el bien cultural «más exportable» del país durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI. «Cool es una sensibilidad estadounidense original y sigue siendo una obsesión global», añaden.

Para demostrar la tesis han elegido a un centenar de personajes y los muestran en retratos que condesan el poder su estilo, la inmortalidad de su identidad, el esplendor de su belleza —no siempre canónica, por cierto— y el efecto perturbador que siguen repartiendo aunque algunos estén muertos desde hace bastante. La exposición pretende ser un «estudio cultural» sobre la «sorprendente» duración del término y «una oportunidad para una conversación nacional sobre quién define lo que es cool«, dicen desde la National Portrait Gallery.

Para elegir a los cien personajes más cool de la historia de los EE UU, los responsables de la muestra han tenido en cuenta cuatro factores: originalidad artística ejercida con estilo personal y único, la rebeldía cultural o transgresión social ejercida sobre una generación determinada, el poder icónico que permite un reconocimiento visual instantáneo y un legado o cuerpo de trabajo reconocidos. Cada figura cool tiene al menos tres de estos elementos y el elenco final representa a los «rebeldes con éxito de la cultura estadounidense» y el santuario pop del país.

Entre los american cool hay músicos de jazz —Miles Davis y Billie Holiday—, actores  —Johnny Depp, Marlon Brando, Faye Dunaway y Robert Mitchum—, cantantes de rock y otros subgéneros —Elvis Presley, Patti Smith, Lou Reed, Bob Dylan y Jay -Z—, activistas político-sociales —Malcolm X, Angela Davis— y artistas y literatos —Walt Whitman, Jack Kerouac, Hunter S. Thompson, Andy Warhol—. La lista completa puede consultarse en el magazine online del Smithsonian.

Los retratos de la exposición están firmados por fotógrafos que, en ocasiones, son tan famosos como los modelos. Entre otros figuran Diane Arbus, Richard Avedon, Henri Cartier- Bresson y Annie Leibovitz.

[Esta pieza procede de mi web personal]

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‘Sé dónde está la bala’, dijo Johnny Ace antes de llevarse el revolver a la sien

Una fábula crepuscular.

Johnny Ace —de nombre real John Marshall Alexander, Jr.— reunía todos los componentes de la fórmula equilibrada: nacido en Memphis (1929), la ciudad donde el viento sabe cantar baladas; hijo de predicador baptista y, por obligación filial, con la garganta educada en los coros dominicales; bien dotado intérprete de piano; con facilidad para componer melodías esponjosas y quedonas…

La época también era la oportuna: la primera mitad de los años cincuenta, cuando los músicos negros del sur de los EE UU cautivaron por primera vez a los jóvenes blancos con canciones de resbaladiza lascivia y melodías que parecían descender desde las estrellas de un cielo nocturno de verano.

A Johnny Ace no le iba nada mal. Ganaba un buen dinero tocando como asalariado en el grupo de BB King y daba salida a sus dotes como compositor grabando para una de las discográficas independientes con más empuje, Duke. Entre 1952 y 1954 encadenó singles que se vendieron con facilidad de canciones de amor en clave urbana. Eran fáciles, pegadizas y contenían la siempre latente promesa de noches románticas a la luz de la luna. Johnny y su voz templada eran objetos de adoración entre los adolescentes.

Cross My Heart, The Clock, Please Forgive Me y Never Let Me Go le convirtieron en residente habitual de las listas de éxitos. Empezó a ganar dinero y a dar conciertos. Solía in en tándem con la gran Willie Mae Big Mama Thornton, la mujer que inspiró a Elvis Presley.

El 24 de diciembre de 1954 los contrataron para un concierto especial de Navidad en el City Auditorium de Houston-Texas. Ace estaba pletórico: tras la actuación regresaba a Memphis para unas semanas de descanso. Una hora antes del show compró al contado un Oldsmobile para llegar a casa en el coche flamante que merecía un triunfador.

Sobre lo que sucedió en el local no hay unanimidad. Según Thornton, Johnny no había dejado de beber whisky desde hacía horas y estaba muy borracho. Según otras fuentes, desde mucho antes la tragedia rondaba al músico, que tenía 25 años y no había podido digerir la fama sin perder la cordura en el camino: llevaba siempre encima un revólver y le gustaba jugar a la ruleta rusa con una bala en el tambor.

Entre bastidores y antes del concierto, se pavoneó con el arma, apuntando a algunos invitados. Le dijeron, espantados, que dejara de hacer el idiota, pero insistió en la temeridad sin que nadie lo evitara.

«Sé dónde está la bala. No hay peligro», dijo antes de llevarse el cañón a la sien. El disparo fue mortal.

Al entierro asistieron varios miles de personas. Los discos póstumos de Johnny Ace, sobre todo la balada Pledging My Love, se vendieron como pan caliente.

Décadas después el cineasta Abel Ferrara, que ha sobrevivido a varios abismos, eligió Pledging My Love, donde Johnny Ace promete amor eterno y alma ardiente, para cerrar, antes del inicio de los créditos, la turbia y bestial película Teniente corrupto (Bad Lieutenant en inglés), en la que Harvey Keitel interpreta a un detective de la Policía de Nueva York que busca una imposible redención.

[Esta pieza procede de mi web personal]

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The Carter Family, música de la parte de atrás de la lejanía

‘Border radio’ XERA

No se trataba de una emisora de radio. Era la voz de los dioses. El locutor estornudaba en el estudio, una casucha de planta baja en Ciudad Acuña (México), y en Chicago, 2.400 kilómetros al norte, decían «salud».

Con una potencia de transmisión titánica -un millón de watios-, los alambres de espino de todas las praderías de Texas sintonizaban la señal sin necesidad de receptor. Algunos oyentes se quejaban de que el zumbido interrumpía el sueño de los bebés.

Las antenas de la emisora, de cien metros de altura, burlaban la ley de los EE UU sobre los alcances de las transmisiones. Los ingresos publicitarios evadían el control fiscal.

La XERA (operó con distintos nombres desde 1931 hasta finales de los años cincuenta) era una border radio, una estación casi pirata, consentida por las autoridades mexicanas pero ideada para los oyentes del norte de la frontera.

El dueño era el médico John Romulus Brinkley, a quien las autoridades le habían retirado la licencia por ofrecerse a curar la disfunciones eréctiles masculinas transplantando a hombres testículos de cabras. Practicó la operación miles de veces. Se ganó el apodo de Doctor Cabra.

Eran tiempos de mascar arena, tragar y encomendarse. La Gran Depresión había dejado a 18 millones de estadounidenses sin empleo y el paisaje era desconocido para la tierra de las oportunidades: migraciones interiores en busca de mendrugos de pan, desalojos, arados oxidados, niños descalzos, villas-miseria…

The Carter Family: Maybelle (sentada), A.P. y Sara

De los aparatos de radio alimentados con baterías nacían los eslabones de una cadena. Los 20 millones de receptores del país emitían palabrería y comerciales (tónicos vitales, libros con el anuncio de un inminente apocalipsis…), pero también la única forma de esperanza cuando la impotencia y el dolor te aconsejan romperte la crisma contra una piedra: canciones.

La emisora del Doctor Cabra contrató en 1938 a tres montañeses de los Apalaches para que hiciesen dos programas al día desde la border radio. El contrató establecía un estipendio de 75 dólares a la semana.

Los Apalaches, como toda cordillera, no deben reducirse a un accidente geográfico. La orografía y el enmarañado rosario de valles y bosques razonan los usos dialectales, el vestuario sobrio, el ánimo ensimismado y la cultura insólita de los habitantes.

Horace Kephart, un aventurero, escritor y etnógrafo que se adentró en la amplia comarca en una fecha tan tardía como 1904, se encontró con una terra incógnita y aislada a la que llamó «la parte de atrás de la lejanía».

Los músicos contratados por la XERA venían del suroeste del estado de Virginia, de un lugar bautizado con exactitud descriptiva como Poor Valley (Valle Pobre). Eran gente de los Apalaches y estaban emparantados por lazos familiares. Se hacían llamar The Carter Family. Cuando te rebautizas no puedes faltar al respeto a quienes te bautizaron por primera vez en la capilla.

Desde la izquierda, A.P., Sara y Maybelle Carter

El hombre larguirucho de la foto es Alvin Pleasant Delaney Carter (a partir de ahora, como él prefería, A.P. Carter). A su lado está su esposa, Sara Carter. A la derecha, Maybelle Carter, casada con un hermano de A.P.

De no ser por ellos no hubiesen existido Hank Williams, Elvis Presley, Al Perkins, Johnny Cash, Bob Dylan, Gram Parsons, The Band

The Carter Family son el pilar de la iglesia, la entrada al santuario, el primer gemido de la música que fluye desde los años treinta del siglo XX hasta hoy.

Amigos como somos en España de considerar que lo nuevo es válido sólo porque es nuevo, sometidos como estamos a la dictadura del acné, no me extraña el poco respeto que se presta a músicos como The Carter Family. Su integral In the Shadow of Clinch Mountain (una docena de discos, editados por Bear Family Records), nunca aparece citada con la magnitud que merece: primordial.

Estoy leyendo un libro que jamás será publicado por la industria editorial española, Will You Miss Me When I’m Gone?. Es la primera biografía rigurosa sobre el grupo, sus integrantes y la saga posterior de descendientes y familiares. Me hace zozobrar cada noche.

Cabaña donde nació A.P. Carter, en el Condado de Scott (Virginia-EE UU)

Cuando la madre de A.P. Carter estaba embarazada, salió a recoger manzanas a un prado. La sorprendió una tormenta inesperada y un rayó rajó uno de los árboles. La mujer cayó al suelo empujada por el impacto eléctrico y sintió que la hierba a su alrededor se erizaba.

Achacaron a la descarga el carácter del crío: tembloroso e inquieto, atesorando chispas. Probó algunos oficios -carpintero, labrador, vendedor…- para descubir que eran absurdos y dedicarse a lo único que valía la pena: agotar los zapatones por todos los caminos de los Apalaches para rescatar canciones de la memoria de los ancianos.

The Carter Family

Cuando fueron contratados por la emisora de la frontera, The Carter Family se convirtieron en una leyenda y un altar público. Recibían cinco mil cartas al mes: les pedían milagros; rezaban para que Sara no perdiera la voz; les agradecían el consuelo de saber hablar con el idioma de los vencidos; ponían en duda que Maybelle fuese una chica («ninguna mujer puede tocar la guitarra tan rápido»)…

En 1939 desaparecieron, se desvanecieron sin dar explicaciones. Nunca tuvieron la descortesía de airear sus pecados para alimentar a la bestia de la fanaticada y el rumor.

Sara y A.P. se habían divorciado en 1936. Ella estaba enamorada de su primo Coy Bays, a quien la familia había enviado a California para no alimentar la llama. Una noche de febrero de 1939, en directo desde el programa de radio, Sara le dedicó una canción, insistiendo en que le seguía amando. Coy, que estaba escuchando la radio, hizo las maletas. Se casaron en una capilla al lado de la emisora.

Maybelle siguió tocando con el mismo pasmoso virtuosismo. Una de sus hijas, June Carter, se casó con Johnny Cash.

A.P. se retiró en silencio y falleció en 1960 sin hacer ruido.

Antes de morir, en 1979, Sara dijo que estaba deseando llegar al cielo: «No quiero perderme la música que cantan allí. Me han dicho que es de la Carter Family».

[Publiqué este texto en mi web personal en algún momento de 2013. Lo reaprovecho ahora al pairo del episodio del podcast sobre Harry Smith, donde he usado un par de párrafos sobre la Carter Family en el guión]

Vuelvo a insertar el reproductor de Ivoox del episodio:

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La conmoción de la llegada del ‘rock and roll’

La primera generación de jóvenes posterior a la II Guerra Mundial había encontrado un sonido propio, un catalizador que alcanzaría proporciones inesperadas de impacto social, económico y vital: el rock and roll, una diabólica mezcla de sonido negro y sentimiento blanco, de ritmo sincopado y ansias de liberación, sexualidad y rebeldía. El país crecía, había dinero y empleo, un pick-up y una radio en cada casa. Los chicos tenían los bolsillos listos y, sobre todo, la mente preparada.

Los años medios de la década de los cincuenta habían sido una sobrecarga para los sentidos. El actor Marlon Brando, una máquina lúbrica con cazadora de cuero y jeans, encabezaba una pandilla de motoristas nómadas en la película The wild one (Salvaje. Laszlo Benedeck, 1954). James Dean, más existencialista pero igualmente bello, era el adolescente con problemas para ser autónomo de Rebel without a cause (Rebelde sin causa. Nicholas Ray, 1955). Jack Kerouac, el inspirador seminal de la generación beat, moviéndose según el rugido del be bop, atravesaba el país por el simple placer de peregrinar, mientras escribía la novela On the road sin tomar aliento.

Pero, sobre todo, Estados Unidos sonaba distinto.

En 1956, el diario The Times había titulado en primera plana: «El rock and roll es una enfermedad contagiosa». El New York Herald Tribune asentía: «Después de Elvis Presley sólo queda la obscenidad».

Ese mismo año, el Consejo de Ciudadanos Blancos del Estado de Alabama alertaba en una declaración pública: «El rock es un medio para rebajar al hombre blanco al nivel inferior del negro (…), es parte de un complot para socavar la moral de la juventud».

El cardenal Strich aseguraba en Chicago, en 1957: «La juventud católica no debe tolerar el tribalismo y los bailes indecentes».

En 1958, Frank Sinatra, ídolo de la multitud complaciente, declaró: «El rock and roll es la forma de expresión más fea, brutal, desesperada y depravada que he tenido la desgracia de escuchar».

Una santa alianza de pastores presbiterianos, sacerdotes católicos, pedagogos con salario público, catedráticos de Yale, congresistas y comentaristas de televisión se puso manos a la obra: organizaron que- mas de discos ante las tiendas, prohibieron emitir rock and roll en las emisoras, editorializaron sobre la decadencia moral y emparentaron la música juvenil con la venida de Satanás a la Tierra.

Tenían razón. Algo realmente peligroso sucedía cuando aquel excamionero de Tupelo (Misisipí), Elvis Presley, centrifugaba las caderas, rotaba la pelvis y cantaba:

Si buscas problemas has venido al lugar adecuado
Mírame a la cara

Un espanto recorría la médula de los padres blancos, anglosajones y protestantes escuchando berrear al negro amanerado Little Richard:

Cuando bailas rock and roll
No puedes escuchar a tu mamá llamándote

El apocalipsis era textual con Jerry Lee Lewis, un chico guapo y, para mayor escarnio, sureño, quemando con gasolina el piano y dirigiéndose a las quinceañeras: «Me gustaría ver qué hijo de puta supera esto».

¿Qué estaba pasando con los limpios hijos de Norteamérica para que cayesen seducidos con el Who do you love? de Bo Didley?:

Mano de lápida, mente de cementerio
Tengo 22 años, no me importa morir

Pero el más peligroso, también negro, aceitoso, de bigote lascivo y ojos de pimienta, era Chuck Berry. Tocaba prodigiosamente la guitarra al estilo de los bluesmen de Chicago, cruzaba el escenario a brincos y escribía como un poeta. Sus canciones mandaban a paseo a Beethoven y Chaikovski (Roll over Beethoven), creaban héroes rebeldes (Johnny B. Goode), protestaban contra el tedio del colegio (School days) o aceleraban a las niñas para que fuesen mujeres cuanto antes (Sweet little sixteen):

Ella, dulce niña de dieciséis años
Se ha comprado los mismos blues que los mayores
Ceñidos vestidos y una barra de labios
Lleva zapatos de tacón alto
Sí, pero por la mañana tendrá que cambiar de aspecto,
Ser la dulce niña de dieciséis años
Y volver a clase otra vez.

Desvirgaban a la nación y a los chicos les gustaba. Los papás y mamás no entendían nada. Ni siquiera eran capaces de descifrar qué demonios querían decir aquellos cantantes, hablando en un código incompren- sible para los mayores y, sin embargo, concebido por los jóvenes como jerga, lenguaje de clan. ¿Qué significaba Be-bop-a-lula, como decía Gene Vincent, o Awopbopaloobop alopbamboom, uno de los gritos de guerra de Little Richard?, ¿cómo podía llamar Elvis a su chica hound dog (perra canalla)?, se preguntaban.

Los trazos de fondo de esa conmoción estaban dibujados en el tono verde de los billetes de dólar. La bonanza económica era de una pro- porción nunca antes conocida: enorme poder adquisitivo y alimentos, alquileres y servicios baratos. Por ende, se consolidaba como el princi- pal grupo consumidor la emergente clase media —con ingresos anuales de entre 4.000 y 7.000 dólares—, que había pasado de ser un colectivo de 5,5 millones de personas en 1929 a 17,9 millones en 1955. Los habi- tantes de los barrios suburbanos como Hawthorne representaban ahora el 35% de la población del país e ingresaban el 42% del total de los salarios.

La revolución del rock and roll coincidió también con el estallido de la alta fidelidad, experimentada por los Laboratorios Bell desde la década de los años treinta y culminada, en torno a 1954, con la edición de los primeros discos con el sonido separado en dos canales (estéreo). En 1948 había aparecido el primer long play, disco de vinilo que gira- ba a 33 revoluciones por minuto y almacenaba en sus microsurcos más de 20 minutos de música, condenando a muerte a los viejos acetatos de 78 revoluciones. Casi al tiempo, la empresa 3M Scotch comercializó con éxito las cintas magnéticas de grabación. La gra- badora de bobina se convertiría en un electrodoméstico más a partir de 1951. Tres años más tarde, se puso a la venta el primer aparato de radio portátil. La música podía salir de paseo y sonar en cualquier lugar.

En sincronía con la prosperidad y los avances técnicos, Bill Haley and The Comets grabaron, el 6 de abril de 1954, Rock around the clock. Al principio no pasó nada, pero el tema fue elegido para la secuencia inicial de Blackboard jungle (Semilla de maldad. Richard Brooks, 1955), una película pestilente a moralina sobre la violencia en los institutos de secundaria. Los jóvenes protagonistas, en una alusión perfecta de los tiempos, destruían la colección de acetatos de jazz de su tutor. Entonces, como si los adolescentes quisieran secundar a los gam- berros de la cinta, sucedió el milagro. El 20 de abril de 1955, un año después de ser grabada, Rock around the clock se convirtió en la primera canción de rock and roll en llegar al primer puesto de las listas de ventas.

El 6 de junio de 1956, Elvis Presley repitió el milagro con la imperecedera Heartbreak hotel.

[Este texto pertenece a mi libro, Bendita locura: la tormentosa epopeya de Brian Wilson y los Beach Boys. Me pareció pertinente para ilustrar el nuevo episodio del podcast Hot Parade, Quizá Elvis fue el mejor, pero no llegó antes: cronología básica del rock and roll, dedicado al nacimiento, tramitado entre 1922 y 1954, del rock and roll]

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Este es el tracklist del episodio:

01 – Trixie Smith – My Man Rocks Me (With One Steady Roll) [1922]
02 – Tampa Red – It’s Tight Like That [1928]
03 – Blind Roosevelt Graves – Crazy About My Baby [1929]
04 – Washboard Rhythm Kings – Tiger Rag [1932]
05 – Bob Willis & His Texan Playboys – Ida Rae [1938]
06 – Sister Rosetta Tharpe – Rock Me [1938]
07 – Will Bradley Trio – Down The Road A Piece [1940]
08 – Lionel Hampton And His Orchestra – Flying Home [1942]
09 – Nat ‘King’ Cole – Straighten Up And Fly Right [1944]
10 – Helen Humes – Be Baba Leba [1945]
11 – Arthur Smith – Guitar Boogie [1945]
12 – Ella Mae Morse and Freddie Slack – House Of Blue Lights [1946]
13 – Arthur ‘Big Boy’ Crudup – That’s All Right (Mama) [1946]
14 – Wynonie Harris – Good Rocking Tonight [1946]
15 – Wild Bill Moore – We’re Gonna Rock, We’re Gonna Roll [1947]
16 – Hank Williams – Move It On Over [1947]
17 – Amos Milburn – Chicken Shack Boogie [1948]
18 – John Lee Hooker – Boogie Chillen [1948]
19 – Erline Harris – Jump and Shout [1949]
20 – Goree Carter – Rock A While [1949]
21 – Jimmy Preston – Rock the Joint [1949]
22 – Jimmy Smith – Rock That Boogie [1949]
23 – Louis Jordan And His Tympany Five – Saturday Night Fish Fry [1949]
24 – Roy Brown – Boogie At Midnight [1949]
25 – Hank Snow & His Rainbow Ranch Boys – I’m Movin’ On [1950]
26 – Charli Gracie – Boogie Woogie Blues [1951]
27 – Jackie Brenston And His Delta Cats – Rocket ’88’ [1951]
28 – Lloyd Price – Lawdy Miss Clawdy [1952]
29 – Ray Charles – Mess Around [1953]
30 – The Robins – Riot In Cell Block Number Nine [1954]
31 – Bo Diddley – Bo Diddley [1954]
32 – Elvis Presley – Heartbreak Hotel [1956]

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Parchman, la cárcel donde nació la música

Algunas cárceles hacen que la noción del infierno sea deseable.

En el mundo invertido del blues, donde la ruina y el dolor son garantía de veracidad, las cárceles son uno de los regazos primarios.

Junto con plantaciones y juke joints, las prisiones acunaron al niño trágico, le alimentaron con leche amarga.

Parchman, por ejemplo. Una antigua granja es decir, otra forma de presidio- comprada por el Estado de Misisipi en 1900 para encerrar a negros.

Los legisladores no estaban dispuestos a perder los 80.000 dólares que costaron las 7.300 hectáreas iniciales (se ampliaron pronto a 15.000) de terreno seco, agrietado por la humedad y poblado de febriles mosquitos del delta.

Pusieron a los convictos a trabajar (seis días a la semana, diez horas al día). Cultivos de algodón y granjas de cerdos y gallinas atendidas por presos encadenados.

La apariencia era compasiva. «Mirad, no hay puerta, no hay rejas, no hay torres de vigilancia. El terreno está abierto», decían los alcaides. Tras ellos, los guardias a caballo, armados con Winchester de repetición, mascaban tabaco y escupían. Los gargajos eran lentejuelas sobre la arcilla.

En 1905 la cárcel-empresa cerró el año con unas ganacias de 185.000 dólares (equivalentes a unos 5 millones de dólares de ahora). Era la segunda fuente de ingresos de Misisipi, sólo superada por la recaudación de impuestos.

Algunas cárceles han merecido el interés de los blancos. En las de San Quintín y Folsom cantó Johnny Cash; Burt Lancaster crió gorriones en Alcatraz.

A Parchman nunca se acercó ningún famoso. Excepto los guardias armandos, todos en Parchman eran negros.

Por mucho que digan algunos esnobistas de ciudad, el blues no nació de noche. La lámpara de aquel parto fue el sol que, en las plantaciones, castigaba con una severidad racista.

Los días en Parchman era muy largos y el blues siempre estuvo ahí, a plena luz, latiendo en los surcos como una víscera. Bukka White, que sabía lo que era una cárcel, lo dijo mejor que nadie:

Estoy en la vieja granja Parcham
Pero quiero volver a casa

Los braceros de la cárcel nada poseían, ni una herramienta, ni una tabla, ni un animal. Morían con el mismo pantalón de sarga con el que había muerto antes otro interno. Tenían tiempo para cantar porque vivían para trabajar.

Columna de castigo en Parchman

El blues no sabe de sutilezas. En Parchman castigaban a los díscolos, poco productivos o protestones con latigazos de Annie la Negra, una correa de cuero de diez centímetros de ancho que había mellado espaldas de esclavos desde hacía medio siglo y que la prisión guardaba como un tesoro. Los encargados de administrar la sanción eran los presos de confianza: chivatos, veteranos sometidos, amantes por obligación de los guardias…

Los azotes, como los golpes de azada, los cascos de los caballos, las inundaciones del río y el vuelo de los mosquitos, también seguían el ritmo.

Algunas canciones nacieron en ferias de ganado (Elvis Presley y su country acelerado); otras, en burdeles (los Beatles y sus nacientes armonías en la zona rosa de Hamburgo); otras más, en el garaje de papá (las canciones de capilla y pies descalzos de los Beach Boys tras lavar y sacar brillo al automóvil de la familia); otras, sobre las sábanas desordenadas tras el sexo (Sam Cooke)…

Al blues lo parió la cópula entre un látigo y el vientre de una prisión.

Son House, el músico sin el cual no hubieran existido los White Stripes (por citar un ejemplo menor y de escasa importancia), estuvo internado en Parchman durante dos años. No está claro si por contrabando o, como a él le gustaba alardear, por matar a una mujer.

En una fecha tan tardía como 2005 descubrieron una de sus grabaciones, Mississippy County Farm Blues. Sólo hace falta escucharla para visitar Parchman, la cárcel donde nació la música.

[Publiqué esta reseña en un diario en el que colaboraba y cuyo nombre no deseo repetir porque no lo merece. Reaproveché parte del material en el episodio del podcast Hot Parade dedicado al blues del Delta del Misisispi. Puede ser escuchado en el reproductor de abajo o también en nuestra cuenta de Spotify]

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Las primeras grabaciones de Dylan, Bowie, Reed, Parsons, Zappa…

El nuevo episodio del podcast un título inequívoco: Antes de que fuesen famosos.

Vamos a reunirnos con aspirantes a estrellas; músicos con más sueños que profesión en la maleta; jóvenes que dejaban volar la fantasía para imaginarse como reyes de los escenarios; wannabes que ni siquiera tenían claro qué nombre artístico era el adecuado, mantenían como identidad escénica la misma del documento de identidad y aún dudaban sobre el estilo que deseaban cultivar y la imagen que pretendían transmitir.

El camino hacia la fama casi nunca está enlosado con baldosas doradas. Al contrario, abundan los tropiezos, errores, malas decisiones o encuentros con personajes peligrosos que sólo quieren sacar rendimiento económico a la creatividad del artista.

Los 19 candidatos a héroes del pop que nos acompañan quizá sintieron bochorno por el resultado de sus primeros tanteos, pero no andaban desencaminados en las pretensiones. Sin excepciones pero con mucha abnegación —no hablamos de la época de las estrellas instantáneas: el mérito había que pelearlo—, todos llegaron a la cima.

El episodio es una gira por los primeros pasos, no siempre acertados, de las carreras discográficas de, entre otros debutantes, Bob Dylan, Lou Reed, Frank Zappa, The Band, Janis Joplin, Creedence, Gram Parsons, The Beatles, Prince, Elvis Presley, David Bowie, Warren Zevon, Elton John.

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Esta es la playlist:

01 – Davie Jones with the King Bees – Liza Jane
02 – Elvis Presley – My Happiness
03 – Bob Dylan – When I Got Troubles
04 – Levon Helm & The Hawks – The Stones I Throw
05 – Gram Parsons & The Shilos – Zah’s Blues
06 – The Mynah Birds – It’s My Time
07 – The Rockets – Hole in My Pocket
08 – Lyme & Cybelle – Follow Me
09 – Marty Balin – You Made Me Fall
10 – Frank Zappa & Don Van Vliet – Lost in a Whirlpool
11 – Janis Joplin – What Good Can Drinkin’ Do
12 – The Quarry Men – In Spite Of All The Danger
13 – Bob Marley – Judge Not
14 – Bluesology feat. Reg Dwight – Come Back Baby
15 – J.J. Cale – Outside Lookin’ In
16 – Lewis Reed – Your Love
17 – Tom & Jerry – Hey Schoolgirl
18 – The Golliwogs – Walking On The Water
19 – 94East – Just Another Sucker

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