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Los tres álbumes de Bob Dylan sin los cuales no habría nada

El vegetal, el animal, cada célula, en cada instante de su vida, son idénticos a sí mismos y, al mismo tiempo, difieren de sí gracias a la asimilación y desasimilación de sustancias, a la respiración, a la formación y muerte de las células.

A partir de Friedrich Engels, autor de la fórmula de la lógica formal según la cual «A es A» y todo objeto es siempre igual a sí mismo, es lícito postular que:

Sin The Velvet Underground and Nico (The Velvet Underground, 1967) no habría David Bowie, Sonic Youth…

Sin King of the Delta Blues Singers (Robert Johnson, 1961) no habría Rolling Stones, Cream, Led Zeppelin…

Sin Horses (Patti Smith, 1975) no habría REM, PJ Harvey, Madonna…

Sin Raw Power (The Stooges, 1973) no habría Sex Pistols, White Stripes…

Sin Discreet Music (Brian Eno, 1975) no habría Björk, U2, LCD Soundsystem, Aphex Twin…

Sin King Tubby Meets Rockers Uptown (Augustus Pablo, 1976) no habría DJ Shadow, David Holmes, The Clash…

Sin Live at the Apollo (James Brown, 1963) no habría Nas, J Dilla, Kendrick Lamar…

Sin The Soft Machine (The Soft Machine, 1968) no habría Can, Radiohead…

Sin Monster Movie (Can, 1969) no habría new wave inglesa con sintetizadores…

Sin Black Sabbath (Black Sabbath, 1970) no habría Nirvana…

Sin Elvis Presley (Elvis Presley, 1956) no habría Beatles.

Sin Hank Williams Sings (Hank Williams, 1952) no habría Elvis Presley.

Sin Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde (Bob Dylan, 1965-1966) no habría nada de nada y el poprock merecería la misma consideración que los merengues.

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Dentro de cuatro días Bob Dylan cumple 80 años. El episodio del podcast Hot Parade Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’ es un intento de resumir cuánto y cómo puede quemar el contacto con la obra única del mejor músico popular del siglo XX.

Puede ser escuchado aquí:

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Parada técnica-emocional del podcast

No somos –pero somos- pertenencia de alguien
María Victoria Atencia

[Cierre transitorio del podcast. Anoto más abajo siete posibles razones. ¿Para cuándo el regreso? Lo decidirán providencias como mi capricho, el dolor de muelas, la primavera reventada, el vendaval de la senilidad, la jubilación laboral, la indecencia normativa de ganar y ser buena gente, el peso de la primera persona del plural mayestático, la decepción nacida del olvido, la milonga de las tribus… En fin, el trámite de seguir sin heridas]

1
De camino, pero ¿hacia dónde?, ¿qué meta disponen para quienes hemos perdido el afán de llegar a parte alguna?

De camino, es correcto, mas ¿qué dedo índice señala el punto cardinal?, ¿qué huesos tocan las maracas del retorno?

Cuando a Elvis Presley le preguntaron a qué motivo achacaba la locura provocada por su rock and roll, contestó:

—No lo sé. Yo no hice nada, sólo cantaba canciones de otros.

Cuando a Bob Dylan le preguntaron por qué había quemado su guitarra de caja de cedro enchufándola a la red eléctrica, contestó:

—No lo sé. Yo no hice nada, sólo quería tocar jodidamente alto.

Nadie hace nada, todo rueda como la luz en esas películas aceleradas de alta definición, como la pelota de goma en una calle cuesta abajo.

No es necesaria una patada para caerse del vagón en marcha, la gran boca de la velocidad te absorbe, lasciva, cuando le permites abrir la puerta.

2
De camino, pero ¿a qué ritmo?, ¿cuándo empieza a ser un camino y deja de ser un argumento, una trama desproporcionada para tanto disturbio emocional?

De camino, pero ¿cómo distingues?, ¿qué determinación te salpica en el instante exacto, invisible al ojo y los demás sentidos, en que debes reclutar toda la vida y ordenar el ataque?

Cuando a Peter Pan le preguntaron cómo se las apañaba para mantener la infancia disimulada en el almanaque, contestó:

—No lo sé. Yo sólo quiero hacerte rabiar, viejo fósil.

Cuando a Paul Celan le preguntaron qué escoria empleaba para cargar la pluma, contestó:

—No lo sé. Yo sólo pienso en las cenizas oscuras de mamá bailando en el humo de la chimenea.

Cumplen años los días, no las horas. Cuando celebras, suprimes; cuando implicas, ruegas. Rezan las oraciones, no los orantes.

Busqué ángeles entre los hilos del dobladillo, busqué maravillas en los epigramas de las nubes. Sólo encontré un cartel luminoso que decía: «cenas».

3
De camino, pero ¿qué baile organizan en el salón?, ¿quién traducirá para mí los pasquines, el precio de las entradas, la diplomacia de los saludos?

De camino, pero ¿cómo implicarme en el dominio de las pestañas, en el horario de los trenes?, ¿qué sindicato acepta esta federación para dos afiliados?

Cuando a Malcolm Lowry le preguntaron quién mantenía su vaso lleno, contestó:

—No lo sé. Yo sólo confío en Las manos de Orlac, las manos de Peter Lorre.

Cuando al asesino le preguntaron por qué seguía matando, contestó:

—No lo sé. Yo sólo abro los ojos.

El niño intentó romper la distancia con una patada lateral, los soviets intentaron romper las cadenas con hoces y martillos. Nadie selecciona el arma correcta.

Existen catálogos para casi todo: amistades, fábulas, temperamento. Las escuelas de ficción automática son el próximo gran negocio.

4
De camino, pero aún con la maleta despistada, con el permiso de circulación recusado, con la hoja de ruta manchada por la última taza de caldo de gallina.

De camino, pero soñando con el resollar inútil del pez fuera del agua, con la chispa de una piedra contra otra piedra. Soñar es diluirse en una gama de grises.

Cuando a Lenin le preguntaron quién sostenía sus manos al ordenar fusilamientos, contestó:

—No lo sé. Yo sólo pienso en mis hermanos.

Cuando a Dubuffet le preguntaron qué pretendía pintando tonterías, contestó:

—No lo sé. Yo sólo dejo que los pinceles caminen por las calles.

A veces las canciones me sorprenden tullido. A veces las canciones son como un tren perdido y tienes ganas de perseguirlas. A veces las canciones son como cuartos con pésimo mobiliario.

A veces las canciones me sorprenden llamándome idiota. A veces las canciones son frías y espléndidas como la piel de una muñeca. A veces las canciones dejan de oler a huerto para hacerse silencio.

5
De camino, pero puedo equivocarme (aunque, soy consciente, en el tropiezo está el agua menos estancada) y no cantar con el árbol, con el timón, con la ropa de saldo…

De camino, pero el libro no escrito es el único custodio de las verdades, porque un «fino hilo de humo» lleva a la «única resurrección posible».

Cuando al sueño le preguntaron un himno, contestó:

—No lo sé. Yo sólo canto el principio de las cosas creadas.

Cuando a Bruce Chatwin le preguntaron el motivo de su mala educación, contestó:

—No lo sé. Quien no tiene caballo no puede pensar.

A veces las canciones son capullo de seda, lugar escondido. A veces las canciones son neón en el pecho, mareo de pétalos, caras de muerte. A veces conviene enfermar.

A veces las canciones son bahías de nostalgia, destello de mar adentro, verso ondulado. A veces conviene la toxicidad.

6
De camino, porque everlast no es el título de un rock and roll, es cicatriz nunca cerrada.

De camino, porque siempre nos queda el verano de 1967, porque los lugares de culto merecen ser redimidos.

Cuando al hambre le exigieron un motivo, contestó:

—No lo sé. Yo sólo registro los cambios de caudal en la boca.

Cuando a Nashville le pidieron un deseo, la ciudad dejó que hablase el viento:

—No lo sé. Todos los deseos están enterrados con Hank Williams.

A veces las canciones son las reinas del sabbath, las amazonas, las madres de Itaca y quieres ser mujer para saber qué se siente.

A veces las canciones son un estanque de fotografías. A veces restregar no es lo mismo que frotar.

7
De camino, pero ¿quién espera tras la llegada?, ¿cómo cargar el dosel de la cama cuando nunca duermes?

De camino, pero ¿cuándo restauran el color verde tras el incendio?, ¿quién sopla sobre la ceniza para que, apartándola, resucite el dorado?

Cuando al Niño Triste le preguntaron qué combinación de teclas daba acceso a la caja fuerte del pecho, contestó:

—No lo sé. Yo sólo espero el escoplo de tus dedos.

A veces no quieres escapar.

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Post scríptum:

La mejor banda sonora para el momento, en mi opinión, está en este reproductor:

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Jeff Tweedy, feroz y sereno como una chaqueta vieja

Jeff Tweedy, en un retrato de promoción de 2008

Un respeto. No hablamos de un payasete amoral y manso como Beck, ni de un papanatas sacerdotal como Thom Yorke, atragantado con la mezcla inmoderada de Schopenhauer y Heineken.

Hablamos de alguien de otra pasta. Uno de esos tipos que gusta de usar la ropa, nunca de marca, hasta que se cae a cachos, porque nada hay tan feroz y sereno como una chaqueta vieja. Hijo de ferrocarrilero y compositor de 300 canciones que queman como clavos, JeffTweedy es acaso el único Presley posible a estas alturas de historia, cuando manda un rock tan educado y consolador que apesta. Toca como solista y con su máquina de matar, el sexteto Wilco, el mejor grupo de rock desde los Beatles.

Durante años Tweedy fue en España casi un secreto. Pese a que ocupaba plaza como el gran reinventor y actualizador de las inagotables tradiciones musicales estadounidenses, las primeras actuaciones de Wilco se limitaron a algún festival y a salas de capacidad media. Los conciertos fueron tan intensos y inusuales que han regresado varias veces y siempre con la categoría que merecen.

El cantante al que tanto quieres tiene aliento de bourbon
Todas sus palabras proceden de los libros que tú nunca lees
Sus mandíbulas están fracturadas; sus correas, demasiado apretadas
Sus colmillos, arrancados

Extracto de la letra de una de las canciones de Tweedy. La búsqueda y la duda, ambas introspectivas y con frecuencia dolorosas, están en la raíz de este músico emotivo, capaz de turbar con su sinceridad sobre el escenario.

Desde adolescente, Tweedy padeció migrañas de tremenda intensidad que derivaron en depresión, vértigo, problemas de visión y ataques de pánico. Hastiado de sufrir, se enganchó a los analgésicos. Cuando intentó dejarlos por su cuenta en 2004 estuvo a punto de romperse en pedazos. «Por no sentirme tan miserablemente mal estaba dispuesto a dejarlo todo, incluso la música», ha explicado.

Por propia voluntad ingresó en una clínica de rehabilitación para desengancharse de los painkillers que tomaba desde niño contra las migrañas.

Poco antes había intentado dejar la medicación sin control médico y sufrido un colapso físico y síquico casi total. «El pánico me hacía sentir como si un león me persiguiese continuamente. Sabes que el león no es real, pero tu cuerpo y tus emociones no lo saben».

Por suerte para él y para la salud cultural de la humanidad, ahora está en forma, ha dejado de fumar compulsivamente, practica la natación, ejerce como padre de dos hijos (uno de ellos, Spencer, músico precoz) y vuelve a sonreir.

Wilco en 2008. Los músicos siguen siendo los mismos en 2021 – Foto: Frank Wockenfels

No ha cejado en la imparable actividad de siempre: habla cada semana con su «amigo» Barack Obama, al que apoya desde hace años, se involucra en campañas sociales, combate las prerrogativas abusivas de las discográficas —Wilco cuelga toda su producción en la red: empezaron a hacerlo mucho antes de que los ingleses Radiohead se autoproclamasen patrones de las descargas— y, cuando viaja a Europa, no deja de pedir disculpas al público de sus conciertos por haber nacido en los Estados Unidos, un país cuya política internacional y social aborrece.

Tweedy nació en 1967 en la pequeña ciudad de Bellville (20.000 habitantes), en el estado de Illinois. A los los 8 años se enamoró de una guitarra y ahora está enamorado de todas: las colecciona por docenas y utiliza más modelos que ningún otro músico.

Montó su primer grupo en 1984 con compañeros de instituto y marihuana, entre ellos el gran Jay Farrar, que le acompañó en la primera aventura seria, Uncle Tupelo. Su primer disco No Depression (1990) ya anunciaba un intento por aprovechar, con animosidad punk pero gran respeto, el country y el folk de los pioneros (The Carter Family, Hank Williams…).

El grupo se disolvió tras una obra maestra, Anodyne (1993), y Tweedy montó Wilco en 1995. Han editado, en una progresión de creciente calidad una sólida colección de álbumes en estudio y directo y un par al alimón con el bardo británico Billy Bragg en el que ponen música a letras que dejó escritas pero sin musicar Woody Guthrie.

Tras el exquisito e íntimo Sky Blue Sky (2007) –grabado en una habitación, con los músicos tocando en directo, dando por buena la primera toma en gran parte de los temas-, renacieron las ovaciones: la crítica les instaló a la altura de los mejores y es frecuente que se les compare con Creedence Clearwater Revival, The Band y los Allman Brothers, grupos a los que Tweedy venera.

[Escribí esta pieza en septiembre de 2008 para el diario 20 minutos. Aquí la puedes leer completa en PDF con algunos extras. Wilco aparece entre la música que salvamos de entre 2000 y 2020 en el último episodio del podcast]

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The Carter Family, música de la parte de atrás de la lejanía

‘Border radio’ XERA

No se trataba de una emisora de radio. Era la voz de los dioses. El locutor estornudaba en el estudio, una casucha de planta baja en Ciudad Acuña (México), y en Chicago, 2.400 kilómetros al norte, decían «salud».

Con una potencia de transmisión titánica -un millón de watios-, los alambres de espino de todas las praderías de Texas sintonizaban la señal sin necesidad de receptor. Algunos oyentes se quejaban de que el zumbido interrumpía el sueño de los bebés.

Las antenas de la emisora, de cien metros de altura, burlaban la ley de los EE UU sobre los alcances de las transmisiones. Los ingresos publicitarios evadían el control fiscal.

La XERA (operó con distintos nombres desde 1931 hasta finales de los años cincuenta) era una border radio, una estación casi pirata, consentida por las autoridades mexicanas pero ideada para los oyentes del norte de la frontera.

El dueño era el médico John Romulus Brinkley, a quien las autoridades le habían retirado la licencia por ofrecerse a curar la disfunciones eréctiles masculinas transplantando a hombres testículos de cabras. Practicó la operación miles de veces. Se ganó el apodo de Doctor Cabra.

Eran tiempos de mascar arena, tragar y encomendarse. La Gran Depresión había dejado a 18 millones de estadounidenses sin empleo y el paisaje era desconocido para la tierra de las oportunidades: migraciones interiores en busca de mendrugos de pan, desalojos, arados oxidados, niños descalzos, villas-miseria…

The Carter Family: Maybelle (sentada), A.P. y Sara

De los aparatos de radio alimentados con baterías nacían los eslabones de una cadena. Los 20 millones de receptores del país emitían palabrería y comerciales (tónicos vitales, libros con el anuncio de un inminente apocalipsis…), pero también la única forma de esperanza cuando la impotencia y el dolor te aconsejan romperte la crisma contra una piedra: canciones.

La emisora del Doctor Cabra contrató en 1938 a tres montañeses de los Apalaches para que hiciesen dos programas al día desde la border radio. El contrató establecía un estipendio de 75 dólares a la semana.

Los Apalaches, como toda cordillera, no deben reducirse a un accidente geográfico. La orografía y el enmarañado rosario de valles y bosques razonan los usos dialectales, el vestuario sobrio, el ánimo ensimismado y la cultura insólita de los habitantes.

Horace Kephart, un aventurero, escritor y etnógrafo que se adentró en la amplia comarca en una fecha tan tardía como 1904, se encontró con una terra incógnita y aislada a la que llamó «la parte de atrás de la lejanía».

Los músicos contratados por la XERA venían del suroeste del estado de Virginia, de un lugar bautizado con exactitud descriptiva como Poor Valley (Valle Pobre). Eran gente de los Apalaches y estaban emparantados por lazos familiares. Se hacían llamar The Carter Family. Cuando te rebautizas no puedes faltar al respeto a quienes te bautizaron por primera vez en la capilla.

Desde la izquierda, A.P., Sara y Maybelle Carter

El hombre larguirucho de la foto es Alvin Pleasant Delaney Carter (a partir de ahora, como él prefería, A.P. Carter). A su lado está su esposa, Sara Carter. A la derecha, Maybelle Carter, casada con un hermano de A.P.

De no ser por ellos no hubiesen existido Hank Williams, Elvis Presley, Al Perkins, Johnny Cash, Bob Dylan, Gram Parsons, The Band

The Carter Family son el pilar de la iglesia, la entrada al santuario, el primer gemido de la música que fluye desde los años treinta del siglo XX hasta hoy.

Amigos como somos en España de considerar que lo nuevo es válido sólo porque es nuevo, sometidos como estamos a la dictadura del acné, no me extraña el poco respeto que se presta a músicos como The Carter Family. Su integral In the Shadow of Clinch Mountain (una docena de discos, editados por Bear Family Records), nunca aparece citada con la magnitud que merece: primordial.

Estoy leyendo un libro que jamás será publicado por la industria editorial española, Will You Miss Me When I’m Gone?. Es la primera biografía rigurosa sobre el grupo, sus integrantes y la saga posterior de descendientes y familiares. Me hace zozobrar cada noche.

Cabaña donde nació A.P. Carter, en el Condado de Scott (Virginia-EE UU)

Cuando la madre de A.P. Carter estaba embarazada, salió a recoger manzanas a un prado. La sorprendió una tormenta inesperada y un rayó rajó uno de los árboles. La mujer cayó al suelo empujada por el impacto eléctrico y sintió que la hierba a su alrededor se erizaba.

Achacaron a la descarga el carácter del crío: tembloroso e inquieto, atesorando chispas. Probó algunos oficios -carpintero, labrador, vendedor…- para descubir que eran absurdos y dedicarse a lo único que valía la pena: agotar los zapatones por todos los caminos de los Apalaches para rescatar canciones de la memoria de los ancianos.

The Carter Family

Cuando fueron contratados por la emisora de la frontera, The Carter Family se convirtieron en una leyenda y un altar público. Recibían cinco mil cartas al mes: les pedían milagros; rezaban para que Sara no perdiera la voz; les agradecían el consuelo de saber hablar con el idioma de los vencidos; ponían en duda que Maybelle fuese una chica («ninguna mujer puede tocar la guitarra tan rápido»)…

En 1939 desaparecieron, se desvanecieron sin dar explicaciones. Nunca tuvieron la descortesía de airear sus pecados para alimentar a la bestia de la fanaticada y el rumor.

Sara y A.P. se habían divorciado en 1936. Ella estaba enamorada de su primo Coy Bays, a quien la familia había enviado a California para no alimentar la llama. Una noche de febrero de 1939, en directo desde el programa de radio, Sara le dedicó una canción, insistiendo en que le seguía amando. Coy, que estaba escuchando la radio, hizo las maletas. Se casaron en una capilla al lado de la emisora.

Maybelle siguió tocando con el mismo pasmoso virtuosismo. Una de sus hijas, June Carter, se casó con Johnny Cash.

A.P. se retiró en silencio y falleció en 1960 sin hacer ruido.

Antes de morir, en 1979, Sara dijo que estaba deseando llegar al cielo: «No quiero perderme la música que cantan allí. Me han dicho que es de la Carter Family».

[Publiqué este texto en mi web personal en algún momento de 2013. Lo reaprovecho ahora al pairo del episodio del podcast sobre Harry Smith, donde he usado un par de párrafos sobre la Carter Family en el guión]

Vuelvo a insertar el reproductor de Ivoox del episodio:

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Elegía para Hank Williams

En el último episodio del podcast intento trazar un trayecto hacia el nacimiento del rock and roll mediante 32 canciones, publicadas entre 1922 y 1954, que contribuyeron a germinar el género.

Soy partidario de la tesis de que el rock and roll fue el resultado de una una cocción lenta que tardó en alcanzar el punto exacto varias décadas tras conjuntar una gran variedad de ingredientes que procedían del country, el hillbilly, los espirituales, el blues, el western swing, el rhtyhm & blues, el jump blues, el boogie woogie, el country swing, las baladas orquestales, las formas tempranas del jazz y todas las variantes del folk.

La vida de algunos creadores predispone a la metáfora que hace innesaria toda explicación. Pensemos en un niño nacido en la aldea de Mount Olive, en el condado de Butler de Alabama. Había aprendido a tocar con la guitarra que le había regalado, cuando cumplió ocho años, su madre.

En la sangre del crío había ancestros de Gales, Irlanda, Inglaterra, Escocia, Francia, Suiza y Alemania. Le enseñó las primeras lecciones de guitarra un bluesman negro a cambio de comida.

Quizá la respuesta a la pregunta múltiple ¿dónde y por qué nació el rock and roll? esté, por un lado, en la cartografía genealógica blanca de un hijo de granjeros pobres con el folklore de muchas tierras europeas en la sangre y, por otro, en las clases de guitarra bluesy que recibió el niño de un negro aún más pobre.

Todo es latido en la vida cortísima de aquel niño, Hank Williams, una persona aniñada que vivió 29 años.

Fue uno de los más importantes, tal vez el más importante, músico del siglo XX. Elvis Presley, como más tarde Bob Dylan, quisieron parecerse a él: depurar con poética sinceridad la emoción y el dolor —Williams vivió consumido por la morfina y los calmantes que necesitaba para paliar el tormento de una espina bífida oculta—.

Murió en el asiento trasero de un Cadillac en el aparcamiento de una gasolinera, mientras iba camino de otra actuación. Además de la guitarra que había cambiado el rumbo del country y presentido el rock and roll tenía encima un cuaderno escolar con letras de nuevas canciones. El conductor estiraba las piernas y tomaba un tentempié. Regresó al coche y reanudó el viaje porque estaba seguro de que Hank estaba dormido. Durante horas el Cadillac penetró en el paisaje con un cadáver en el asiento trasero.

Es posible pensar que el rock and roll existiría sin él, pero no sería igual.

En algún momento de mi vida escribí esta elegía dedicada al cantante que murió en un Cadillac del mismo color que el cielo protector:

El hombre que soñaba con Hank Williams alcanzaba la mímesis cuando la broca del dolor taladraba su espalda.

Sus brazos dibujaban entonces una cruz roja y lograba cantar como un salvaje de la arcadia, como un niño montañés jugando en la maleza, donde las guitarras no tienen seis cuerdas porque cada tallo es una cuerda.

Al hombre que soñaba con Hank Williams nunca le regalaron un sombrero Stetson, pero estaba preparado para el momento: guardaba la pluma de una boa de opereta para ennoblecer la cinta negra.

Esperaba morir con la cabeza bien amoblada (bajo un Stetson no hay fantasmas), esperaba el último Cadillac (en un Cadillac no viajas, te trasladas) para beber de la petaca el último trago de Wild Turkey (el whisky con gusto a labios de primera novia): sabía la fecha, 31 de diciembre (ese día no te mueres, escapas).

El hombre que soñaba con Hank Williams había llegado a una conclusión: la única enfermedad es el amor.

El hombre que soñaba con Hank Williams creía en una sola verdad: el corazón delator.

Hank Williams y el Cadillac celeste en el que moriría. Nashville, 1949
La última canción que grabó Hank Williams: ‘Nunca saldré vivo de este mundo’

El episodio del podcast del que forma parte Hank Williams puede ser escuchado en Spotify:

https://open.spotify.com/episode/2BQsMyASzbYLiW3qSUG8B6?si=iptlNENNS96eECmelk2Y2A

O en Ivoox:

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