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Bob Dylan: 80 trivialidades

Bob Dylan cumple 80 años el 24 de mayo de 2021.

Hace diez años, poco antes de cumplir 70 y en un gesto sin precedentes, emitió una declaración pública para sus «fans y seguidores»:

Todos sabemos que hay una montonera de libros sobre mí publicados o a punto de ser publicados. Animo a cualquiera que me haya conocido, escuchado o incluso visto a que entre en acción y garabatee su propio libro. Nunca se sabe, cualquiera puede tener un gran libro dentro.

Vale, Bobby, tomo tu palabra. Van por ti y tus largos años sobre el mundo 80 afirmaciones que se balancean, como la existencia, entre la verdad y la mentira.

En las siguientes enumeraciones podría haber verdades y podría haber mentiras. Tú me has enseñado que son complementarias, que nada sucede cuando todas las verdades del mundo se añaden a una mentira, que nada sucede cuando todas las mentiras se añaden a una verdad.

También me enseñaste que la vida es un espejo para desaparecer.

Jugaré con tus pecados y bendiciones.

Se trata de adivinar qué es cierto y qué es falso. No hay patrón. También me enseñaste que la vida debe vivirse en modo random.

1. Cuando tocó un par de canciones en la guardería de uno de sus hijos, los críos empezaron a llorar y regresaron a casa quejándose del «hombre raro». Algunos tuvieron pesadillas. La guardería le declaró persona non grata.

2. En su primer papel en una película interpretó a un personaje llamado Alias. No pronunciaba ni una sola palabra.

3. En sus primeras actuaciones en cafés bohemios de Nueva York imitaba a Charlie Chaplin entre canción y canción.

4. Ha cantado acompañado por la banda punk The Plugz.

5. Cuando tocó en el festival de la Isla de Wight de 1969 se reunió con los Beatles en una granja. Hubo una jam musical que fue grabada. Las cintas harán millonario a quien las descubra.

6. Cuando está de gira viaja siempre en un autobús plateado, un Prevost customizado que cuesta 1,8 millones de euros. Como Dylan tiene miedo de que atenten contra él, el grupo comparte otro vehículo idéntico. Los presuntos atacantes lo tienen difícil para saber en cual de ambos viaja el cantante.

7. Una de sus novias le preguntó: «¿Por qué no podemos vivir juntos?». Dylan contestó: «Porque ni siquiera puedo vivir conmigo mismo».

8. Es íntimo amigo de la actriz Raquel Welch. Al parecer, bastante íntimo.

9. En su juventud robaba discos en casa de los amigos que le daban cuartel para pasar unas noches. Luego negaba los hurtos.

10. Desde 1988 ha dado casi 3.000 conciertos.

11. Prefiere hacer el amor con mujeres negras y entradas en carnes.

12. Su primera esposa había sido conejita de Playboy.

13. Cuando se divorció de ella se lió con la terapeuta familiar que trataba a sus hijos pequeños para minimizar los efectos de la separación.

14. Estuvo a punto de grabar un disco con todas las canciones cantadas en castellano.

15. Lo último que ha afirmado sobre sus creencias religiosas es: «Soy de la Iglesia de la Mente Envenenada».

16. Le encanta el hip-hop, sobre todo Public Enemy y Jay Z. Aparece en un vídeoclip de Jean Wyclef.

17. Libro de direcciones: hasta los seis años vivió en Duluth: 519 North 3rd Av. E. Entre 1947 y 1959, en Hibbing: 2425 7th Av. E. En un talent show en 1957 tocó el piano —adoraba a Little Richard— en el salón de actos del Hibbing High School (800 E. 21st St.) con el grupo amateur The Golden Chords. Dos años después se graduó como bachiller en este mismo centro educativo. Se mudó a Minneapolis en el otoño de 1959 para estudiar en la universidad (destino que nunca cumplió). Su primera residencia fue la fraternidad para alumnos judíos Sigma Alpha Mu (915 University Av. SE), un edificio que ya no existe.

18. Muchos años más tarde, en un festival le presentaron así: “Tomadlo, es vuestro y de todos nosotros”.

19. Una canción de Dylan sirvió para bautizar a un grupo terrorista armado.

20. Tuvo una hija con una de las cantantes de su coro femenino. Lo mantuvieron en secreto durante 15 años. Dylan se pasaba de vez en cuando por la casa del suburbio de Los Angeles que compró para ellas para ver a la cría. A veces se disfrazaba para que los vecinos no le reconociesen.

21. Tiene al menos otros cuatro hijos secretos.

Foto: Daniel Karmer

22. No leyó poesía hasta los ventitantos. Los primeros libros (simbolistas franceses) se los dejó su primera novia.

23. No adoptó el nombre de Dylan por el poeta Dylan Thomas.

24. En su casa de Malibú instaló una letrina portatil para que sus guardaespaldas no entrasen en la vivienda.

25. Sobre la cama de la casa de Malibú hay un coche colgado del cielo raso.

26. Tiene al menos otra docena de casas en propiedad, entre ellas una mansión en las Highlands de Escocia. En algunas de las viviendas no ha dormido nunca. Contrata a un cuidador para que se haga cargo del mantenimiento.

27. Se chutó heroína con John Lennon.

28. Paul McCartney se lo encontró en el aeropuerto de Heathrow a finales de los años noventa. Dylan, con aspecto de homeless, no le reconoció.

29. De adolescente quería ser como Little Richard.

30. Fue canguro durante muchas noches de Ari, el hijo de Alain Delon y Nico (cantante de la Velvet Underground).

31. Tuvo un affaire con una princesa maorí.

32. Tuvo un affaire con una bailarina de danza del vientre.

33. Estuvo a punto de quedarse a vivir en un kibbutz de Israel.

34. En la portada de uno de sus discos aparecen únicamente dos músicos bengalíes.

35. Compuso una canción a medias con Michael Bolton.

36. Cantó en un disco de Bette Midler.

37. Cantó a dúo con Marlon Brando Blowin’ In the Wind en una sinagoga.

38. Fue compañero de instituto del coguionista de las películas de Woody Allen El dormilón y Annie Hall.

Foto: Richard Avedon

39. Las últimas cuatro mujeres con las que ha tenido una relación más o menos estable se llaman Carol.

40. Utilizó durante años el mismo seudónimo para registrarse de incógnito en los hoteles: Justin Case (just in case, por si acaso).

41. También ha usado estos otros seudónimos: Bob Landy, Blind Boy Grunt, Robert Milkwood Thomas, Roosevelt Gook y Elston Gunnn.

42. En 1985 tocó la mandolina en el baile de una boda rural. No conocía a los contrayentes.

43. Dylan, los Beatles y Elvis Presley han versionado una misma canción.

44. Es el músico más citado en sentencias judiciales. Un catedrático de Harvard dice que ha encontrado estrofas de Dylan en 186 fallos de los tribunales estadounidenses. También localizó 74 de los Beatles y 69 de Bruce Springsteen.

45. Dylan hizo coros en el primer disco de Leonard Cohen. No aparece en los créditos.

46. Grabó una versión jocosa de un tema de Simon & Garfunkel. Dylan se mofa de ambos imitando las voces de cada uno y mezclándolas.

47. A Dylan le encanta Charles Aznavour.

48. Sus canciones han sido versionadas unas 30.000 veces por unos dos mil intérpretes.

49. No se cambia los calcetines a diario. Prefiere llevarlos dos días seguidos.

50. Tiene (al menos) nueve nietos.

51. Cuando tocó en París en 1966 intentó que le presentasen a Françoise Hardy. No lo consiguió.

52. En febrero de 1959, Dylan vió tocar a Buddy Holly tres días antes de que éste muriese al estrellarse la avioneta en la que viajaba.

53. Le gustaba la cantante egipcia Om Kalsoum, a la que definió como «una señora gorda que huele a hachís«.

54. Su primera esposa, Sarah Lowdnes, alegó maltratos físicos durante el juicio de divorcio. El dictamen del tribunal no estimó probada la circunstancia.

55. Otra de sus novias, Ruth Tyrangiel, con quien mantuvo una relación esporádica pero continuada entre 1973 y 1993, le reclamó judicialmente cinco millones de euros. Perdió el juicio.

56. Dylan estuvo enganchado a la bencedrina, la heroína, la cocaína y el alcohol.

57. Su gran afición es la pintura. Uno de sus discos lleva un óleo pintado por él en la portada.

58. La familia de Edie Sedgwick, una estrella de la Factory de Andy Warhol, adujo que Dylan la obligó a abortar.

59. Su novia Suze Rotolo estuvo embarazada y perdió al bebé. Nunca quedó claro cómo.

Foto: Elliot Landy

60. Ha grabado discos con músicos de los Rolling Stones y los Spiders from Mars (la banda glam de David Bowie).

61. Produjo un disco para Barry Goldberg, uno de los padrinos de la mafia del blues de Chicago.

62. En uno de sus mejores discos, Blood on the Tracks, todas las canciones están compuestas en el mismo tono abierto de guitarra.

63. Cantó un rap en un disco de Kurtis Blow.

64. Tras la polémica gira europea de 1966 se refugió unas semanas en un antiguo molino español sin electricidad ni agua corriente. Jugaba al ajedrez con los paisanos del pueblo más cercano.

65. En una de sus canciones menciona las ciudades de Madrid y Barcelona.

66. En 1967 grabó con The Band casi un centenar de canciones conocidas como The Basement Tapes. Algunos pensamos que son lo mejor de su carrera. No fueron editadas oficialmente hasta 2014.

67. Ha vendido menos discos que Nana Mouskouri.

68. En 1966 dijo: «Soy el tipo de persona que se suicidaría. Me pegaría un tiro en el cerebro. Si las cosas fueran mal, saltaría por la ventana».

69. Ha tocado con músicos de los grupos punk The Clash y Sex Pistols.

70. Ha dirigido en una película a Penélope Cruz.

71. Fue el primer músico de poprock en ser pirateado. Años depués, cuando ya era el músico más pirateado de la historia, editó una colección sin parangón donde ha ido reuniendo, para ruina de sus fanáticos, casi todo lo que grabó, ensayó o mal interpretó. Llamó a la colección The Bootleg Series.

72. Se ha columpiado al borde de varios abismos, entre ellos las drogas, la fama y el cristianismo pentecostalista. Tras caer ha vuelto a ser Bob Dylan.

Foto: Elliot Landy

73. La música grabada, el proceso, el negocio, le importan poco. Graba los discos en tres días, con una producción descuidada. Lo único importante son las canciones: grabar es tocar una canción en un momento determinado.

74. Nunca da consejos con afanes moralistas. No hace de los conciertos mítines, ni de sus palabras catecismo. Que tire la primera piedra quien esté libre de pecados tan veniales como tocar ante el Papa o aparecer en un anuncio de lencería.

75. Toda la rebeldía del siglo XX está condensada en su obra.

75. Es frecuente que se autoparodie con la suficiente ironía como para no ser un payaso.

76. Le encanta hacer el payaso de vez en cuando.

77. Los ecos de Charlie Patton, Jimmie Rodgers, Blind Willie McTell y la Carter Family le han servido para hacer rock and roll, volver al folk, reinventar el country, volver de nuevo al rock y, en esas sucesivas derivas, saber que no estaba haciendo nada especial, nada nuevo .

78. ¿Necesita usted asistir al mejor curso magistral sobre música popular? Escuche el programa de radio Theme Time Radio Hour, que Dylan presentó entre 2006 y 2009.

79. A Dylan le gustan las buenas canciones, vengan de donde vengan, sean del estilo que sean. El gremio le adora. Han tocados como teloneros para Dylan, entre otros: Grateful Dead, Tom Petty, Santana, Ani DiFranco, Joni Mitchell, Paul Simon, Willie Nelson, Foo Fighters, Wilco, My Morning Jacket, Mavis Staples…

80. Sabe de música más que ningún intérprete de su generación: es el último genealogista y la única gran figura musical del pop-rock que no practica el esnobismo integrista dictado por lo moderno, lo que se lleva o lo que pueda epatar a los burgueses.

«La mejor canción que he compuesto», se le escucha decir antes de empezar a tocar Sad-Eyed Lady of the Lowlands. Son las 3 de la madrugada del 13 de marzo de 1966 en un hotel situado en, no podría ser otro el lugar, Denver. El sonido es sucio, pero who among them do they think could bury you?

Por cierto, las ochenta afirmaciones de la enumeración previa son verdades absolutas, al menos según mi juicio, al que se debe otorgar el beneficio parcial del sinsentido existencial del que no deseo desligarme ni aspiro a romper.

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El cumpleaños de Dylan ha servido de estímulo para el último episodio del podcast: Bob Dylan cumple 80 años: ‘Ahora soy mucho más joven’.

Pueden escucharlo en este reproductor:

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Bob Dylan cumple 80: de pillastre ‘folkie’ a profeta iracundo

¿Qué se puede decir sobre Bob Dylan que tenga sentido y no consista en repetir lugares comunes?

Formulo la pregunta cuando el músico-compositor, acaso el de más importancia de nuestro tiempo, está cerca de cumplir 80 años —la fecha exacta del aniversario es el 24 de mayo—.

En el nuevo episodio del podcast, Bob Dylan cumple 80 años: “Ahora soy mucho más joven” afrontamos el desafío mediente la selección de 20 canciones que abarcan las seis décadas de ejercicio musical del juglar.

No se trata, quedan ustedes avisados, de un grandes éxitos, sino de un devocionario personal de quien, como yo, cree en Dylan como fundamental consejero, profeta, escritor, folclorista, juglar e intérprete.

El título del episodio está tomado de un lema («entonces yo era más viejo / y ahora soy mucho más joven») que procede del coro de la primera canción (My Back Pages, 1964) en la que Dylan confesó que sentía la portavocía generacional como un peso que no deseaba sobre sus hombros. «Ahora mucha gente hace canciones para señalar con el dedo. Ya sabes, señalan todas las cosas que están mal. Yo ya no quiero escribir para la gente. No quiero ser portavoz de nadie», dijo en una entrevista de la época.

Versión inicial de ‘My Back Pages’ publicada en el cuarto álbum en estudio de Bob Dylan: ‘Another Side of Bob Dylan’ (1964).

En el episodio pueden encontrarse canciones de la época inaugural del pillastre que se dedicaba a cantar como un «Charlie Chaplin folkie» en clubes izquierdistas de Nueva York; experimentales creaciones en directo en el estudio durante los años milagrosos del cutting edge, el filo de la navaja, cuando firmó consecutivamente, entre 1965 y 1966, tres de los mejores y más valientes discos de la historia del rock —Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y el álbum doble Blonde on Blonde—; piezas asombrosas, sucias y chirriante de la gira rechazada por buena parte del público porque era demasiado eléctrica; letanías de sotano; largas canciones-crónica detalladas en lugar, momento y circunstancia, con inicio, desarrollo, inflexiones dramáticas y final; capturas en directo de la gira con nombre suicida, Never Ending Tour, el Tour de Nunca Acabar, que Dylan inició a finales de los años ochenta y mantuvo durante unos 3.000 conciertos mundo adelante…

No falta alguna entrega reciente, como la despiadada Pay In Blood, de 2012, donde Dylan canta como una figura demoníaca o un iracundo profeta del Antiguo Testamento, entre guitarras amenazantes y una letra que distribuye dolor y matanza sin compasión y veneno en cada acorde:

Tus ojos nadarán en algo que tengo en el bolsillo / Tengo perros que desgarrarán tus miembros / Un político suelta su meada / Un mendigo harapiento te lanza un beso / La vida es corta, no dura mucho / Te ahorcarán por la mañana y te cantarán una canción / He vivido un infierno, ¿de qué ha servido? / Mi conciencia está limpia, ¿qué tal la tuya? / Así paso mis días / Vine a enterrar, no a elogiar / Saciaré mi sed y dormiré solo / Yo pago con sangre, pero no es la mía

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Estas son las 20 canciones del set list del episodio:

01 – Mixed-Up Confusion [1962]
02 – My Back Pages [1964]
03 – Talkin’ John Birch Society Blues [1963]
04 – Blind Willie McTell [1983]
05 – Dirge [1974 – con The Band]
06 – Going, Going, Gone [1976]
07 – False Prophet [2020]
08 – Idiot Wind [1974]
09 – Joey [1975]
10 – High Water (for Charley Patton) [2003]
11 – Down in the Flood [1971]
12 – Nobody ‘Cept You [1973]
13 – She’s Your Lover Now [1966]
14 – Tears of Rage [1967]
15 – Po’ Boy [2001]
16 – Ring Them Bells [1993]
17 – Tweeter and the Monkey Man [1988 – Traveling Wilburys]
18 – Tell Me, Momma [1966]
19 – Pay in Blood [2012]
20 – I’m Not There [1967]

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Bob Dylan, Roger McGuinn, Tom Petty, Neil Young, Eric Clapton y George Harrison cantan ‘My Back Pages’ en el concierto de 1992 que celebraba los treinta años en activo del primero
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Canciones perdidas y exhumadas para tolerar la noche del mundo

Dientes de plata, un cementerio de canciones, el nuevo episodio del podcast, está concebido como una autoexculpación por haber omitido de mi prontuario emocional y mi memoria las piezas musicales con las que conviví en otro tiempo.

Las encontré hace pocos días al sondear entre documentos antiguos almacenados en un back-up informático y darme de bruces con las reseñas que escribí entre 2003 y 2005 para uno de mis blogs, Dientes de plata. Llamé así a aquella bitácora —no se molesten en buscar rastros, la borré del todo— porque deseaba ofrecer pistas de canciones que concedían el privilegio, o al menos eso pensaba y vendía yo a los escasos lectores, de morder la luz de la luna.

Cuando confronté de nuevo aquellas canciones que significaron tanto, me parecieron cantos de hombres extraños situados, como diría mi entrañable Federico Nietzsche, «frente a la puerta muda y fría del mundo, abierta a mil desiertos», ingresando en la oscuridad, cargando con un peso que no es necesariamente específico de ellos mismos, iluminados sólo otoñalmente, porteadores de los fardos más fatigantes, de canciones que son guía, es verdad, pero también deuda que los demás raramente saldamos.

Para hacer frente a ese débito monté este episodio de retorno y reencuentro con ángeles a quienes olvidé con injusticia. Para mí han salido del abismo y el regreso ha sido como un inesperado disfrute. Espero que a los habituales o visitantes accidentales compartan un placer del mismo calibre.

Si debo establecer un valor para estas canciones perdidas y recuperadas, lo situaría entre los bálsamos que permiten tolerar la noche del mundo.

Este es el tracklist:

01 – Robyn Hitchcok – Creeped Out
02 – Brendan Benson – Spit It Out
03 – Eric Ambel – Revolution Blues
04 – Giant Sand – Les Forçats Innocents
05 – American Music Club – Myopic Books
06 – Edison Woods – Brooklyn Flowers
07 – Neal Casal – It’s Not Enough
08 – Alejandro Escovedo – About this Love
09 – Papa M – She Sais Yes
10 – Steve Forbert – Wild As The Wind (A Tribute To Rick Danko)
11 – Richard Buckner – Invitation
12 – Thalia Zedek – Ship
13 – Wovenhand – To Make a Ring
14 – The Blues Explosion – Spoiled
15 – Loose Fur – Liquidation Totale
16 – Jay Farrar – Lucifer Sam

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Canciones emparejadas, como los talismanes y las manías

Tras un silencio de más de dos semanas, que intentaré reconducir hacia una frecuencia más estable, el podcast regresa con una entrega que relaciona canciones de dos en dos sin más motivo —disculpen el atrevimiento— que mi capricho.

Este episodio, Una sesión de canciones emparejadas, aspira a jugar con alguno de los misterios que la música retiene y a veces extiende entre sus creyentes. Rondaremos en torno a los ideales románticos de una forma creativa, la música, a la que se ha otorgado la condición de ser el «arte de la noche» porque requiere un acercamiento tan sigiloso que impide entender del todo lo que sucede cuando te dejas llevar por la irracionalidad de las canciones.

Escuchamos nueve parejas de canciones —18 temas en total— para experimentar cómo se aparean las piezas musicales en tu interior y por qué lo hacen. Todos llevamos encima —es decir, por dentro— un directorio que iguala, liga, nivela y une ciertas canciones con otras. ¿Son concordantes en ritmo o fraseos? ¿Imploran la misma respuesta afectiva? ¿Nos devuelven a lugares que son siempre los mismos?…

No tengo respuestas certeras para estas preguntas, pero soy consciente de las alianzas que trazan dentro de mí algunas canciones en busca de hermandad. Sospecho que se trata de elementos magnetizados, formas de concordancia ying-yang, mitades dialécticas de una misma verdad.

En el episodio hay instrumentales valientes; viajes en retroceso al posthipismo californiano y a los ajardinados ambientes de la psicodelia oscura reordenada en el Reino Unido por músicos cercanos al colectivo de King Crimson; un par de guitarristas de nuevo cuño, virtuoso estilo fingerpicking y perfiles complementarios: una es primitivista, inglesa y blanca, y la otra soñadora y afroestadounidense; cantautores conscientes de que la música no debe ser tomada por un trayecto de diversión, sino como umbral de acceso a lo sagrado…

Ejemplo palmario de la pretensión de Una sesión de canciones emparejadas, es el cierre con dos temas tomados de la reedición remezclada de Stage Fright, el disco que ahora cumple medio siglo, y que completó el trío inicial de la saga de The Band de la que nació un nuevo idioma para el poprock, el de la desesperanza, con un matiz de sermón y plegaria. Como digo en algún momento del podcast, es el grupo de mi vida, el que más en carne viva me deja, el que nunca me decepciona, el que siempre me obliga a anudar el pecho para retener las lágrimas.

Son, en suma, canciones agrupadas, como los talismanes y las manías, por motivos plenamente personales.

Tras el final de la entrada inserto algunas piezas de vídeo con protagonistas del episodio.

Este es el tracklist, con las canciones separadas por parejas.

01 – Phil Alvin – The Ballad of Smokey Joe
02 – Dave Alvin – Highway 61 Revisited

03 – McDonald and Giles – Tomorrow’s People – The Children of Today
04 – Pete Sinfield – Under the Sky

05 – The Third Mind – Journey in Satchidananda
06 – Bobby Lee – Join Me In LA Boogie

07 – Gwenifer Raymond – Hell for Certain
08 – Yasmin Williams – After the Storm

09 – Sam Burton – I Am No Moon
10 – Sam Moss – Sunday People

11 – The Clash – Washington Bullets
12 – The Clash – Complete Control

13 – Jefferson Starship – Miracles
14 – Hot Tuna – Bar Room Crystal Ball

15 – Durand Jones & The Indications – Is It Any Wonder
16 – Aaron Frazer – If I Got It (Your Love Brought It)

17 – The Band – Stage Fright
18 – The Band – The Shape I’m In

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Karen Dalton, folk para almas cansadas

La foto de la cubierta del disco [In My Own Time, 1971] no contiene códigos secretos. Al contrario, dice la verdad textual: una mujer vestida de oscuro, el suelo embarrado del camino hacia las ruinas de un granero, la nieve que mutila el paisaje invernal…

Karen Dalton (1937-1993), al contrario, pasó por el mundo conjugando el verbo esconder, aquejada de mucho dolor, reteniendo un latido mortuorio que sólo dejaba presentir cuando cantaba.

Vivió y fracasó: ése es el resumen más justo. Tres matrimonios antes de los 21 años, tres rupturas, dos hijos, una errancia desatinada, alcoholismo y heroína, VIH. Sólo un par de discos, pero de tal calado que puedes palpar en cada surco el peso de tanto resbalón.

Las pocas canciones que nos dejó Dalton son para oídos y almas cansadas. Cantaba versiones porque consideraba que no era necesario componer nuevas canciones si otros han escrito lo que deseas decir. Eligiese lo que eligiese (Motown, country, pop…), todo sonaba a lamento. Nunca buscó el premio de la fama, trastabilló una y otra vez y murió a los 56 años, tan olvidada que ni siquiera están claras las circunstancias —sida, dicen unos; abandono, sostienen otros—.

Tras irse a los 22 años de la ciudad natal, Enid, Oklahoma, aterrizó a mediados de los años sesenta en los antros del Greenwich Village donde estaba naciendo el nuevo folk. Dejó con la boca abierta a todos los niñatos blancos que leían a Sartre y soñaban con ser existencialistas. Bob Dylan, que la acompañó a la armónica tres o cuatro veces, escribiría muchos años más tarde en su libro de memorias que Dalton «era la mejor, la más pura y descarnada, cantaba como una cantante de blues y tocaba la guitarra como Jimmy Reed».

Hizo falta poco, porque es casi lógico cuando escuchas como pasa Dalton sobre las melodías con voz trémula y espíritu sufriente, para que la comparasen con Billie Holiday. Alguien dijo que sus interpretaciones eran demasiado bluesy para los folkies y demasiado folkies para los bluesy.

Otros sostuvieron que el dolor intenso que emanaba de la voz de Dalton provenía del factor genético: le atribuyeron sangre cherokee aunque se trataba de un error que alguien difundió para intentar venderla como racial: sus ancestros procedían de una tierra de turba negra, Irlanda.

Karen Dalton (1937-1993) – Foto: Elliott Landy

Barrida de la escena por la locura incendiaria de los años setenta, la gran cantante se perdió en la miseria del vino barato, heroína y la codeína a la que se enganchó tras un largo tratamiento dental. En 1985 fue diagnosticada como seropositiva del virus del sida. Murió unos años más tarde. No le quedaban apenas amigos.

Dejó sólo dos discos, reeditados y ampliados con alguna colección de grabaciones perdidas cuando Dalton, que sólo entró dos veces en un estudio de grabación, fue redescubierta y mencionada como primogénita hija de la oscuridad por artistas contemporáneos como Nick Cave, que la considera la mejor cantante de blues de la historia.

En 2015, once mujeres —entre ellas Sharon Van Etten , Patty Griffin, Lucinda Williams e Isobel Campbell— grabaron Remembering Mountains: Unheard Songs By Karen Dalton, que editó la discográfica Tompkins Square. Eran letras de canciones nunca publicadas por Dalton que sirvieron para paliar la equivocada idea de que, si bien transmitía como casi nadie las articulaciones de la pena, no daba la altura como compositora.

Una sola recomendación: no escuchen a Karen Dalton si buscan felicidad. En sus canciones sólo manda la pena.

Karen Dalton retratada en Summerville-Colorado, en 1966

[Esta pieza procede de mi web personal]

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Cien pizarras de 89 países: una colección que dinamita el canon occidental

Apliquemos el nombre que más nos plazca. Las pizarras, lacas o discos de 78 RPM, fueron el soporte en que se distribuyó la mayor parte de la música del mundo desde finales del siglo XIX hasta años tan tardíos como los sesenta y setenta del XX. Están presentes en todos los continentes y en casi todos los países.

La colección Excavated Shellac: An Alternate History of the World’s Music, un cofre de cuatro discos que acaba de ser editado por la discográfica Dust-To-Digital, recupera un centenar de vetustas canciones —algunas tienen casi un siglo de edad— de 86 países eludiendo, con toda intención, el canon occidental del blues, el jazz, el country, el rock, el R&B y otros géneros, para para recuperar la historia de las expresiones musicales en peligro de extinción.

Dedicamos el nuevo episodio del podcast, Una gramola de ‘world music’ en cien discos de pizarra, a la fascinante edición, fraguada a partir de discos de 78 revoluciones por minutos de la época de los fonógrafos, los llamados coloquialmente pizarras porque son oscuros y terrosos como los encerados de las escuelas, o, en inglés, shellacs, porque para fabricar las placas usaban compuestos de materiales como la goma-laca, una resina vegetal.

El responsable de coordinar la antología, Jonathan Ward, no se equivoca cuando escribe en el prólogo de la colección que “con los discos de 78, las lacas, los seres humanos podían escuchar su música por primera vez. La industria de los 78 RPM fue una empresa mundial de gran envergadura que produjo cientos de miles, quizá millones, de grabaciones individuales, pero a veces, por desinterés, puede parecer como si nunca hubieran existido, como si fueran parte de un universo alternativo».

Para Ward, que tardó seis años en culminar el trabajo, los historiadores siguen actuando como colonialistas y embaucadores. «Cuando la gente piensa en los primeros sonidos grabados, si es que alguna vez lo hace, tienden a señalar el jazz temprano estadounidense», precisa. «Nos han dicho durante décadas que de ese género parten los principales intérpretes y canciones que hay que venerar, pero lo cierto es que cada país del mundo tenía sus propios músicos nacionales, sus bandas de pop, sus animadores y sus trovadores».

Este episodio de Hot Parade está dedicado por entero a una colección pasmosa pese a la distancia, moderna pese a la edad y refrescante pese a lo antiguo. Como aconseja Junichiro Tanizaki en el resonante librito El elogio de la sombra, un breviario sobre estética oriental, la suciedad debe ser conservada valiosamente y tal cual es, para convertirla en un ingrediente de lo bello.

Cada pieza de Excavated Shellac: An Alternate History of the World’s Music es una costra de mugre quepermite al oyente retener la belleza y las sombras pasadas y abrir una puerta hacia dimensiones inexploradas.

Este es el ‘tracklist’:

01 – Los Chinacos – Zacamandú (México, 1937)
02 – Andrés Chazarreta y su Orquesta Típica de Arte Nativo – La Doble (Argentina, 1929)
03 – Giovanni Vicari – Rose D’Italia (Italia, 1929)
04 – Liam Walsh – Portlaw Reel (Irlanda, 1925)
05 – Garifulla Kurmangaliyev – Asylzhan (Kazajistán, 1957)
06 – Picoğlu Osman – Sıksara Horon Havası (Turquía, 1939)
07 – Gonxhe Manakovska – More Musa (Macedonia, c.1950)
08 – Júlio Silva – Fado Melancólico (Portugal, 1927)
09 – Cheikh Saïd Relizani – Denhar Mabrouk, Pt. 1 (Argelia, 1939-1940)
10 – Myskal Omurkanova – Oilo Sen (Kirguistán, 1954)
11 – Ne’matjon Qulabdullaev – Bilmasang Bilgil (Uzbekistán, 1962)
12 – Caluza’s Double Quartet – Abaqafi (Sudáfrica, 1930)
13 – Adja Mint Aali – El Khar (Mauritania, 1954)
14 – Sexteto Habanero – Son las dos… China (Cuba, 1927)
15 – Paykān – Khayāl Dilbar (Afganistán, 1959)
16 – Miyagi Michio, Yoshida Kyoto y Miyagi Sayoko – Sakura Variations, Pt. 2 (Japón, 1927)
17 – Toba Batak Ensemble – Riak-Riak (Sumatra, Indonesia, 1950s)
18 – Triki-Trixa de Zumárraga – Ez Dago Larrosarik (País Vasco, España, 1933)
19 – Philip Tanner – The Gower Reel (Gales, Reino Unido, 1936)
20 – Paulos Dikito – Hendeyi Kumunda (Zimbabue, 1954)
21 – Cuarteto Caraquita – Las Bellas Noches de Maiquetía (Venezuela, 1948)
22 – Bonfiglio De Oliveira – Lembrancas do Passado (Brasil, 1932)

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Jeff Tweedy, feroz y sereno como una chaqueta vieja

Jeff Tweedy, en un retrato de promoción de 2008

Un respeto. No hablamos de un payasete amoral y manso como Beck, ni de un papanatas sacerdotal como Thom Yorke, atragantado con la mezcla inmoderada de Schopenhauer y Heineken.

Hablamos de alguien de otra pasta. Uno de esos tipos que gusta de usar la ropa, nunca de marca, hasta que se cae a cachos, porque nada hay tan feroz y sereno como una chaqueta vieja. Hijo de ferrocarrilero y compositor de 300 canciones que queman como clavos, JeffTweedy es acaso el único Presley posible a estas alturas de historia, cuando manda un rock tan educado y consolador que apesta. Toca como solista y con su máquina de matar, el sexteto Wilco, el mejor grupo de rock desde los Beatles.

Durante años Tweedy fue en España casi un secreto. Pese a que ocupaba plaza como el gran reinventor y actualizador de las inagotables tradiciones musicales estadounidenses, las primeras actuaciones de Wilco se limitaron a algún festival y a salas de capacidad media. Los conciertos fueron tan intensos y inusuales que han regresado varias veces y siempre con la categoría que merecen.

El cantante al que tanto quieres tiene aliento de bourbon
Todas sus palabras proceden de los libros que tú nunca lees
Sus mandíbulas están fracturadas; sus correas, demasiado apretadas
Sus colmillos, arrancados

Extracto de la letra de una de las canciones de Tweedy. La búsqueda y la duda, ambas introspectivas y con frecuencia dolorosas, están en la raíz de este músico emotivo, capaz de turbar con su sinceridad sobre el escenario.

Desde adolescente, Tweedy padeció migrañas de tremenda intensidad que derivaron en depresión, vértigo, problemas de visión y ataques de pánico. Hastiado de sufrir, se enganchó a los analgésicos. Cuando intentó dejarlos por su cuenta en 2004 estuvo a punto de romperse en pedazos. «Por no sentirme tan miserablemente mal estaba dispuesto a dejarlo todo, incluso la música», ha explicado.

Por propia voluntad ingresó en una clínica de rehabilitación para desengancharse de los painkillers que tomaba desde niño contra las migrañas.

Poco antes había intentado dejar la medicación sin control médico y sufrido un colapso físico y síquico casi total. «El pánico me hacía sentir como si un león me persiguiese continuamente. Sabes que el león no es real, pero tu cuerpo y tus emociones no lo saben».

Por suerte para él y para la salud cultural de la humanidad, ahora está en forma, ha dejado de fumar compulsivamente, practica la natación, ejerce como padre de dos hijos (uno de ellos, Spencer, músico precoz) y vuelve a sonreir.

Wilco en 2008. Los músicos siguen siendo los mismos en 2021 – Foto: Frank Wockenfels

No ha cejado en la imparable actividad de siempre: habla cada semana con su «amigo» Barack Obama, al que apoya desde hace años, se involucra en campañas sociales, combate las prerrogativas abusivas de las discográficas —Wilco cuelga toda su producción en la red: empezaron a hacerlo mucho antes de que los ingleses Radiohead se autoproclamasen patrones de las descargas— y, cuando viaja a Europa, no deja de pedir disculpas al público de sus conciertos por haber nacido en los Estados Unidos, un país cuya política internacional y social aborrece.

Tweedy nació en 1967 en la pequeña ciudad de Bellville (20.000 habitantes), en el estado de Illinois. A los los 8 años se enamoró de una guitarra y ahora está enamorado de todas: las colecciona por docenas y utiliza más modelos que ningún otro músico.

Montó su primer grupo en 1984 con compañeros de instituto y marihuana, entre ellos el gran Jay Farrar, que le acompañó en la primera aventura seria, Uncle Tupelo. Su primer disco No Depression (1990) ya anunciaba un intento por aprovechar, con animosidad punk pero gran respeto, el country y el folk de los pioneros (The Carter Family, Hank Williams…).

El grupo se disolvió tras una obra maestra, Anodyne (1993), y Tweedy montó Wilco en 1995. Han editado, en una progresión de creciente calidad una sólida colección de álbumes en estudio y directo y un par al alimón con el bardo británico Billy Bragg en el que ponen música a letras que dejó escritas pero sin musicar Woody Guthrie.

Tras el exquisito e íntimo Sky Blue Sky (2007) –grabado en una habitación, con los músicos tocando en directo, dando por buena la primera toma en gran parte de los temas-, renacieron las ovaciones: la crítica les instaló a la altura de los mejores y es frecuente que se les compare con Creedence Clearwater Revival, The Band y los Allman Brothers, grupos a los que Tweedy venera.

[Escribí esta pieza en septiembre de 2008 para el diario 20 minutos. Aquí la puedes leer completa en PDF con algunos extras. Wilco aparece entre la música que salvamos de entre 2000 y 2020 en el último episodio del podcast]

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Lo mejor de un difícil momento musical: 2000-2020

Al tiempo que las canciones parecen importar poco o nada como productos culturales, los artistas importan aún menos. La cifra es liliputiense y sobradamente conocida, pero conviene repetirla para intentar entender la dimensión del escándalo: la empresa más poderosa del streaming paga 0,003 dólares a los músicos por cada reproducción. Mientras tanto, entrega una media de un millón de dólares por hora a las tres macro empresas que controlan los royalties y derechos de casi toda la música que se produce en el mundo: Universal, Sony y Warner.

¿Qué hicimos para llegar a este panorama de unificación, dirigismo y explotación? Una de las respuestas rotundas se deduce con cruel claridad del propio lema que usa como reclamo publicitario el streaming: «Escuchar lo es todo».

Mientras tanto parecen haber dejado de tener importancia las acciones reflexivas aparejadas a la música: entender lo que se escucha, saber analizarlo, distinguir la procedencia de las voces y las experiencias implicadas y discernir la carga de historia y cultura tras cada canción.

Pese a que esta horma apareció y se desarrolló hasta ser un instrumento de unificación durante la centuria que nació hace veinte años, en el episodio Con qué nos quedamos del siglo XXI —entrega de Hot Parade que publicamos entre el fin de 2020 y el inicio de 2021— vamos a encontrar vetas de esperanza, entre ellas la prevalencia inesperada del jazz en las propuestas más arriesgadas de renovado hip-hop, las voces y estilos rebeldes que llegan de África, alguna elegante forma de nuevo folk, las obras de artistas que son tercos en lo creativo…

No se trata de una lista clasificatoria en sentido clásico, sino de una respuesta personal ante un momento especialmente difícil y espeso en lo musical.

Sin ánimo de sentar doctrina, porque somos simples personas que disfrutan de las canciones desde que éramos niños, presentamos en el nuevo episodio del podcast , una colección de piezas que son, al menos en estos días, nuestras favoritas personales de entre 2000 y 2020, es decir, un hit parade del transcurso parcial de la centuria que habitamos.

Intentamos deducir qué ha pasado musicalmente en estas dos décadas y qué podemos esperar de los tiempos que vienen.

Un par de elementos de contexto para abrir boca.

Primero. La letra socarrona, pero también de poético realismo, de una de las canciones de la selección (Rock & Roll Is Cold, del gran Matthew E. White):

Dices que encontraste la clave del Rhythm and Blues
Pero el Rhythm and Blues no tiene clave
Todo el mundo sabe que el Rhythm and Blues es gratis

Dices que encontraste el truco del góspel
Pero el góspel no tiene truco
Todo el mundo sabe que el góspel es un don

A todo el mundo le gusta hablar
A todo el mundo le gusta hablar mierdas

Dijiste que encontraste el alma del rock and roll
Hey, hey, el rock and roll no tiene alma
Todo el mundo sabe que el rock and roll es frío.

Segundo. Unas declaraciones del siempre irreprochable Jeff Tweedy sobre la epidemia de acné sentimental que hace estragos entre las generaciones adultas:

«Estamos más obsesionados con la juventud que ninguna generación precedente. Si hay algo revolucionario acerca de Wilco es la idea de que nos importa una mierda ser maduros. Hay algo sensacional en descubrir que no te embarga la mala hostia de la juventud. Ese todo o nada, esa tendencia a despreciar a la porción de la humanidad que conduce monovolúmenes o escucha a Tom Jones. Además, no encuentro demasiadas bandas jóvenes que se esfuercen en ser honestas. La mayoría solo suena como una versión chunga de algún artista de los ochenta. Los ves y dices: Esta es la lamentable copia de Human League o he aquí a los pálidos Dexys Midnight Runners«.

Este es el tracklist del episodio de Hot Parade:

01 – M. Ward – Sad Sad Song
02 – Bill Callahan – Javelin Unlanding
03 – Madeleine Peyroux – Between The Bars
04 – Mina Agossi – Well You Needn’t!
05 – Jamila Woods – Miles
06 – Esbjörn Svensson Trio (E.S.T.) – Goldwrap
07 – Four Tet – Love Cry
08 – J Dilla – Workinonit
09 – Gil Scott-Heron – Me and the Devil
10 – Kendrick Lamar – Sing About Me, I’m Dying Of Thirst
11 – Kelis – Trick Me (album version)
12 – Geoffrey Gurrumul Yunupingu – Bayini
13 – Michael Kiwanuka – Always Waiting
14 – Richard Thompson – Stony Ground
15 – Wilco – Bull Black Nova
16 – The Black Keys – Sinister Kid
17 – Matthew E. White – Rock & Roll Is Cold

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The Carter Family, música de la parte de atrás de la lejanía

‘Border radio’ XERA

No se trataba de una emisora de radio. Era la voz de los dioses. El locutor estornudaba en el estudio, una casucha de planta baja en Ciudad Acuña (México), y en Chicago, 2.400 kilómetros al norte, decían «salud».

Con una potencia de transmisión titánica -un millón de watios-, los alambres de espino de todas las praderías de Texas sintonizaban la señal sin necesidad de receptor. Algunos oyentes se quejaban de que el zumbido interrumpía el sueño de los bebés.

Las antenas de la emisora, de cien metros de altura, burlaban la ley de los EE UU sobre los alcances de las transmisiones. Los ingresos publicitarios evadían el control fiscal.

La XERA (operó con distintos nombres desde 1931 hasta finales de los años cincuenta) era una border radio, una estación casi pirata, consentida por las autoridades mexicanas pero ideada para los oyentes del norte de la frontera.

El dueño era el médico John Romulus Brinkley, a quien las autoridades le habían retirado la licencia por ofrecerse a curar la disfunciones eréctiles masculinas transplantando a hombres testículos de cabras. Practicó la operación miles de veces. Se ganó el apodo de Doctor Cabra.

Eran tiempos de mascar arena, tragar y encomendarse. La Gran Depresión había dejado a 18 millones de estadounidenses sin empleo y el paisaje era desconocido para la tierra de las oportunidades: migraciones interiores en busca de mendrugos de pan, desalojos, arados oxidados, niños descalzos, villas-miseria…

The Carter Family: Maybelle (sentada), A.P. y Sara

De los aparatos de radio alimentados con baterías nacían los eslabones de una cadena. Los 20 millones de receptores del país emitían palabrería y comerciales (tónicos vitales, libros con el anuncio de un inminente apocalipsis…), pero también la única forma de esperanza cuando la impotencia y el dolor te aconsejan romperte la crisma contra una piedra: canciones.

La emisora del Doctor Cabra contrató en 1938 a tres montañeses de los Apalaches para que hiciesen dos programas al día desde la border radio. El contrató establecía un estipendio de 75 dólares a la semana.

Los Apalaches, como toda cordillera, no deben reducirse a un accidente geográfico. La orografía y el enmarañado rosario de valles y bosques razonan los usos dialectales, el vestuario sobrio, el ánimo ensimismado y la cultura insólita de los habitantes.

Horace Kephart, un aventurero, escritor y etnógrafo que se adentró en la amplia comarca en una fecha tan tardía como 1904, se encontró con una terra incógnita y aislada a la que llamó «la parte de atrás de la lejanía».

Los músicos contratados por la XERA venían del suroeste del estado de Virginia, de un lugar bautizado con exactitud descriptiva como Poor Valley (Valle Pobre). Eran gente de los Apalaches y estaban emparantados por lazos familiares. Se hacían llamar The Carter Family. Cuando te rebautizas no puedes faltar al respeto a quienes te bautizaron por primera vez en la capilla.

Desde la izquierda, A.P., Sara y Maybelle Carter

El hombre larguirucho de la foto es Alvin Pleasant Delaney Carter (a partir de ahora, como él prefería, A.P. Carter). A su lado está su esposa, Sara Carter. A la derecha, Maybelle Carter, casada con un hermano de A.P.

De no ser por ellos no hubiesen existido Hank Williams, Elvis Presley, Al Perkins, Johnny Cash, Bob Dylan, Gram Parsons, The Band

The Carter Family son el pilar de la iglesia, la entrada al santuario, el primer gemido de la música que fluye desde los años treinta del siglo XX hasta hoy.

Amigos como somos en España de considerar que lo nuevo es válido sólo porque es nuevo, sometidos como estamos a la dictadura del acné, no me extraña el poco respeto que se presta a músicos como The Carter Family. Su integral In the Shadow of Clinch Mountain (una docena de discos, editados por Bear Family Records), nunca aparece citada con la magnitud que merece: primordial.

Estoy leyendo un libro que jamás será publicado por la industria editorial española, Will You Miss Me When I’m Gone?. Es la primera biografía rigurosa sobre el grupo, sus integrantes y la saga posterior de descendientes y familiares. Me hace zozobrar cada noche.

Cabaña donde nació A.P. Carter, en el Condado de Scott (Virginia-EE UU)

Cuando la madre de A.P. Carter estaba embarazada, salió a recoger manzanas a un prado. La sorprendió una tormenta inesperada y un rayó rajó uno de los árboles. La mujer cayó al suelo empujada por el impacto eléctrico y sintió que la hierba a su alrededor se erizaba.

Achacaron a la descarga el carácter del crío: tembloroso e inquieto, atesorando chispas. Probó algunos oficios -carpintero, labrador, vendedor…- para descubir que eran absurdos y dedicarse a lo único que valía la pena: agotar los zapatones por todos los caminos de los Apalaches para rescatar canciones de la memoria de los ancianos.

The Carter Family

Cuando fueron contratados por la emisora de la frontera, The Carter Family se convirtieron en una leyenda y un altar público. Recibían cinco mil cartas al mes: les pedían milagros; rezaban para que Sara no perdiera la voz; les agradecían el consuelo de saber hablar con el idioma de los vencidos; ponían en duda que Maybelle fuese una chica («ninguna mujer puede tocar la guitarra tan rápido»)…

En 1939 desaparecieron, se desvanecieron sin dar explicaciones. Nunca tuvieron la descortesía de airear sus pecados para alimentar a la bestia de la fanaticada y el rumor.

Sara y A.P. se habían divorciado en 1936. Ella estaba enamorada de su primo Coy Bays, a quien la familia había enviado a California para no alimentar la llama. Una noche de febrero de 1939, en directo desde el programa de radio, Sara le dedicó una canción, insistiendo en que le seguía amando. Coy, que estaba escuchando la radio, hizo las maletas. Se casaron en una capilla al lado de la emisora.

Maybelle siguió tocando con el mismo pasmoso virtuosismo. Una de sus hijas, June Carter, se casó con Johnny Cash.

A.P. se retiró en silencio y falleció en 1960 sin hacer ruido.

Antes de morir, en 1979, Sara dijo que estaba deseando llegar al cielo: «No quiero perderme la música que cantan allí. Me han dicho que es de la Carter Family».

[Publiqué este texto en mi web personal en algún momento de 2013. Lo reaprovecho ahora al pairo del episodio del podcast sobre Harry Smith, donde he usado un par de párrafos sobre la Carter Family en el guión]

Vuelvo a insertar el reproductor de Ivoox del episodio:

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Smithville, el paisaje inconcebible de un sueño…

Buscas Smithville en una de esas máquinas de geografía virtual que te consuelan con la idea de que el mundo (pero, ¿qué tipo de mundo?) está a tus pies. Encuentras una decena de lugares llamados Smithville: ocho en los Estados Unidos, uno en el Reino Unido y otro en Australia.

No despreciarías visitarlos, uno tras otro, todos los Smithville.

Aciertas a imaginar un devenir temático sólo justificado por el empuje de los topónimos: Shangri-La, Angkor, Ubar, Bjarmaland, Lalibela, Svaneti

¿Por qué no Smithville?

Todo rumbo es impredecible, el fruto de un capricho, una mala decisión, una indisposición gástrica, una mañana amarga, una palabra a destiempo, el deseo de encontrar el paisaje inconcenbible de un sueño…

Pero tienes un problema: el Smithville que buscas, pese a que existe y es tangible, no aparece en los mapas. Ni siquiera en el de las ciudades invisibles, flotantes, yacentes bajo los océanos, acristaladas por el hielo, abrasadas por los dedos rojos de la lava, borradas del recuerdo por un suceso impío…

Ésta es la única descripción escrita que has encontrado sobre tu Smithville:

Es una pequeña ciudad cuyos vecinos no pueden ser reconocidos racialmente. No hay amos ni esclavos. La población carcelaria es abundante y la mayoría de los ciudadanos han formado parte de ella en un momento u otro. Algunos pueden escapar de la justicia, pero deben marcharse del pueblo. Las ejecuciones son públicas. Hay muchos crímenes –pasionales, cínicos, irreflexivos–. Tanto el homicidio como el suicidio son rituales, actos que de inmediato se convierten en leyenda, actos que transforman la vida diaria en mito o revelan que toda idea de destino es sarcástica. El humor es notable en la ciudad, pero siempre es cruel (…) Hay una guerra constante entre los mensajeros de dios, los fantasmas y los demonios, entre bailarines y bebedores, entre el mismo dios y sus mensajeros.

El texto aparece en la página 424 de la edición que manejas (Picador, Nueva York, 1997) del libro Invisible Republic, de Greil Marcus.

El resto de indicios con los que cuentas para dar con Smithville son 84 canciones.

Las compiló, ordenó y prologó en 1952 Harry Smith (1923-1991), hijo de millonario que supo dilapidar la herencia con infinita elegancia, y fueron editadas en seis vinilos por la discográfica Folkways bajo el título de Anthology of American Folk Music.

Cubierta de la primera edición (1952) de la ‘Anthology of American Folk Music’

Alguna vez escribiste que no hace falta nada más para vivir que esas 84 canciones. Mantienes esa creencia pese a que ya no tienes edad para creer.

En las carpetas de los discos, clasificados en tres grupos de álbumes dobles (titulados Ballads, Social Music y Songs), Harry Smith, amigo de lo arcano y el poder de los símbolos, inaprensible para el vulgo, transmite algunas claves sobre la tierra mítica.

Los colores de los discos muestran lo que podría ser una bandera y su interpretación: azul (aire), rojo (fuego) y verde (agua)

Menos sencilla es la ilustración de todas las cubiertas, sólo diferenciadas por la tríada de filtros de color: un monocordio tañido por una mano.  Smith aplica al instrumento el adjetivo ‘celestial’. Por ende, podemos inferir que la mano es la de Dios.

Grabado de un monocordio. El dibujo fue utilizado por Harry Smith con intención esotérica en las carpetas de los discos de la antología

Inventado por Pitágoras en el siglo IV tras analizar el ritmo de los golpes de diferentes tipos de martillos sobre el yunque de una herrerría, el monocordio permitió al matemático desarrollar la teoría de las proporciones musicales.

El posterior estudio del instrumento y sus en apariencia fatigadas y simples notas –sólo en apariencia, ya que contienen todas las proporciones armónicas– fue la puerta de entrada a los misterios esotéricos de las asociaciones del espacio y el tiempo, el mundo visual con el audible y el fundamento del universo como juego de esferas.

En el siglo XVI, el alquimista Robert Fludd empleó el monocordio para componer la teoría gnóstica sobre las correspondencias armónicas entre los planetas, los ángeles, las partes del cuerpo humano y la música.

Las canciones recopiladas por Smith, es decir, las vísceras de Smithville, saben a hierba y sudor, sangre y nostalgia, prédica y quejas… Son un reportaje escrito por un dios agotado (de ser todopoderoso, de ser magnánimo, de ser atroz), pero tienen una intención oculta que la distancia de las recopilaciones de etnógrafos de traje y corbata como Alan Lomax y Amos Asch.

A diferencia de éstos, Smith omite más de lo que dice. El endiablado folleto interior que redactó para los discos (28 páginas) es una colección de chanzas. No identifica a los artistas por su raza (algunos críticos tardaron años en descubrir que Mississippi John Hurt era negro y no, como su tono vocal sugiere, un hillbilly de las montañas), no menciona el año o el lugar de las grabaciones, introduce enunciados de matiz casi surreal…

Nada parece importarle tanto como la narrativa interna que las 84 canciones establecen como un todo armónico, como si el curso que construyen diese lugar a una mitología arcaica y a la resurrección de un lenguaje que todos dábamos por muerto.

Excepto unas cuantas, todas las piezas son de los años veinte, pero podrían pertenecer a una dimensión temporal paralela. Nada que importe tiene edad.

Harry Smith retratado por su amigo, el poeta Allen Ginsberg

Interesado desde la adolescencia por la música ritual y criado en una familia singular (su madre se consideraba con derecho a ser la Zarina de Rusia y afirmaba haber mantenido relaciones con el satanista Aleister Crowley y empezó a recopilar canciones oscuras (baladas de crímenes e incestos), música cruda (violinistas de los pantanos), lamentos de cowboys, valses de campamento y peroratas de profetas…

La enorme repercusión de la Anthology… (Bob Dylan dijo de los discos que contenían  «la única música válida, la que habla de leyendas, la Biblia, las plagas, las cosechas y, sobre todo, la muerte») no detuvo a Smith: hizo cine experimental cuando la expresión ni siquiera estaba acuñada, pintó cuadros de alucinada profundidad, intimó con el realizador Jonas Mekas, el poeta Allen Ginsberg y el fotógrafo Robert Frank (que llamaba Magic Man a Smith), coleccionó avioncitos de papel y huevos de pascua, se jactó de haber cometido asesinatos («necesito matar a alguien cada tres o cuatro meses») y murió en el más adecuado de los hoteles, el Chelsea.

Pese a toda esa actividad, a ese ruido (por ejemplo, el homenaje reciente de un buen lote de artistas plásticos), creo que  Smithville sigue siendo una secreta ciudad de santos y pecadores (en el censo local abundan más los segundos que los primeros) donde, en un ciclo perenne, suenan 84 canciones.

Hice este retrato a Greil Marcus en 2012 en San Francisco. Aparece en la solapa de la edición española de ‘Escuchando a The Doors‘ (Editorial Contra). Foto: Jose Ángel González

Creo que a los posibles viajeros les conviene saber que para acceder a Smithville, en el corazón de la vieja y desquiciada América (como retituló Greil Marcus su primer libro sobre la República Invisible, que pasó a llamarse The Old, Weird America), son necesarios algunos requisitos:

tener hambre
estar desesperado
o loco de amor
dejarte barba
husmear como un perro
volverte chiflado
por el pelo mojado
de las mujeres
manchar el piano con los zapatos
pedir pan y aceite
oler a pezuña
cargar la pistola
y tener las uñas sucias

Imagen promocional de la caja ‘The Harry Smith B-Sides’. Foto: Dust-To-Digital

El último episodio del podcast está dedicado a The Harry Smith B-Sides, una especie de segunda parte de la antología.

Titulamos la entrega La música brusca de la república invisible de Smithville. Como una de las fuentes periodísticas usé una antigua pero vigente entrada que escribí en mi web personal.

El tracklist del episodio es éste:

01 – Frank Cloutier and the Victoria Cafe Orchestra – Moonshiner’s Dance Part Two
02 – Alabama Sacred Harp Singers – Rocky Road
03 – Bascom Lamar Lunsford – Mountain Dew
04 – Buell Kazee – The Wagoner’s Lad
05 – Prince Albert Hunt’s Texas Ramblers – Waltz Of Roses
06 – Uncle Bunt Stephens – Louisburg Blues
07 – Memphis Jug Band – I Packed My Suitcase, Started To The Train
08 – Blind Lemon Jefferson – ‘Lectric Chair Blues
09 – Furry Lewis – Kassie Jones (Part 2)
10 – Bill & Belle Reed – You Shall BeFree
11 – Clarence Ashley – Old John Hardy
12 – Henry Thomas – Bull-Doze Blues
13 – Hoyt ‘Floyd ‘ Ming And His Pep-Steppers – Old Red
14 – Richard ‘Rabbit’ Brown – I’m Not Jealous
15 – Memphis Sanctified Singers – The Great Reaping Day
16 – Dock Boggs – Down South Blues
17 – Mississippi John Hurt – Nobody’s Dirty Business
18 – The Carter Family – I’m Thinking Tonight Of My Blue Eyes

En el reproductor de abajo puedes escuchar La música brusca de la república invisible de Smithville.

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