Categorías
podcast

Los diez mejores discos de Bob Dylan más allá de filias y fobias personales

A partir del último episodio del podcast, Bob Dylan cumple 80 años: “Ahora soy mucho más joven”, parece adecuado filtrar una suerte de discografía básica para enfrentarse con la obra oceánica del creador más trascendente de la historia de la música popular.

Asentada la entrega de Hot Parede en una selección personal, esta vez enumero y reseño someramente diez discos, digamos, indiscutibles. Aunque es posible y justificable, como intento demostrar en el podcast, casi cualquier otro compendio, esta decena está más allá de filias y fobias.

Blonde on blonde / Bob Dylan, 1966
Noche de ojos abiertos, nuevos sentimientos y nuevos ruidos, poblada de mujeres místicas y sangre rota. La declaración de amor más triste de la historia (Sad Eyed Lady of the Lowlands). Un disco como nunca habrá otro, un cuerpo deshuesado, todo espíritu. San Juan de la Cruz no lo habría cantado mejor.

The Basement Tapes / Bob Dylan and The Band, 1968 (grabación) – 1975 (edición)
Otra gran vuelta de tuerca. Instintivo y rugoso, sin concesiones, una fiesta orbital en el único lugar posible, el sótano de una casa de campo, con los amigos. La historia, toda, de la música popular, deshilada y cosida. La ropa gastada es la que sienta mejor.

Blood on the tracks / Bob Dylan, 1974
Pese a la miseria del acabado (arreglos apresuados y melosos, producción ramplona, voz anulada), las canciones son suficiente milagro. Una colección, en ocasiones emotiva y auto indulgente, de reflexiones sobre lo irrevocable del desamor. Dylan, que negociaba su divorcio, canta con la garganta abrasada. Tangled Up in Blue y You’re a Big Girl Now esclavizan como las manos de una novia.

The times they are a-changin’ / Bob Dylan, 1964
Áspero, con una espada en llamas, el profeta amenaza con el purgatorio, anuncia plagas y desacredita a los infieles. Crudo como un matadero, perdurable en su reclamo de libertad e igualdad. Sin embargo, el mejor momento, es de íntimidad: One Too Many Mornings, un lamento por la matemática inquebrantable del tiempo. Mil mañanas para un jovencillo que deja atónito al mundo y abofeta a los miserables.

John Wesley Harding / Bob Dylan, 1967
Sesenta y una referencias bíblicas en solamente 12 canciones para un disco-instantáneo que no parece haber sido grabado, sino nacido de un fluir. Sin espacios vacíos ni metáforas, simple, casi átono, desarreglado. Junto con Blood on the Tracks, el disco más revelador y biográfico de Dylan. Así suena un bosque en una mañana de febrero.

Live 1966 / Bob Dylan & The Hawks, 1966 (grabación) – 1998 (edición)
Nadie superará nunca la intensidad explosiva de esta grabación en directo, de la gira inglesa de mayo de 1966. Dylan y sus colegas —aún llamados The Hawks, luego serían The Band— escupen furia, mastican anfetaminas y palabras. El momento único que justifica al rock and roll ante la historia que vendrá (sea cual sea) está aquí: un asistente llama-grita-insulta a Dylan («¡Judas!») por haberse entregado a la disolución eléctrica. El bardo calla, rasga el primer acorde, contesta: «No te creo, eres un mentiroso» y grita «uno, dos». Su guitarrista, Robbie Robertson, ordena al grupo: «¡Tocad jodidamente fuerte!». Lo hacen.

Highway 61 Revisited / Bob Dylan, 1965
Pieza media del pasmoso rush de 1965-1966. Situado entre Bringing It All Back Home y Blonde on Blonde. Dylan tiene don de lenguas: escribe páginas y páginas y todas son navajas. El golpe de batería inicial de la primera canción, Like a Rolling Stone, abrió una puerta que ya nadie podrá cerrar.

The Bootleg Series, Vols 1-3 / Bob Dylan, 1961-1989 (grabación) – 1991 (edición)
Cofre documento que agranda la leyenda: el artista cincelando las canciones en el estudio, desentendido de todo lo ajeno al clima y el momento. Primer atisbo del tesoro que nos aguarda: los grandes temas perdidos del extenso catálogo de Dylan.

Time Out of Mind / Bob Dylan, 1997
Sin esperanza. Tras una grave infección de las membranas cardíacas («casi vi a Elvis», dijo tras salir del hospital), Dylan graba un disco crepúscular, de espacios vacíos. Mientras el mundo entero compra un teléfono celular y una computadora, Dylan prefiere el páramo. La última obra maestra.

The Bootleg Series, Vol 5: Bob Dylan Live 1975 / Bob Dylan, 2002
Publicado en 2002, el doble disco recoge algunos momentos de la memorable Rolling Thunder Revue, la loquísima, concurrida —había por momentos 15 músicos en escena— y acelerada por la cocaína gira de Dylan como cómico de la legua por pequeños locales de los EE UU, en algunos de los cuales las actuaciones sólo era anunciadas en el último momento. Aunque parte de la turnée está documentada en la delirante película Renaldo and Clara —culpemos al speed de la coca de las pretensiones de Dylan al creerse capaz de dirigir— y en el disco faltan muchas de las versiones que era improvisadas en cada show (mención especial: una vibranbte recreación de Never Let Me Go del gran Johnny Ace), el volumen es un gran disco en directo.

:::

El podcast con el que Hot Parade se apunta a la celebración del octogésimo aniversario de Bob Dylan puede ser escuchado en el microrreproductor de aquí abajo:

Ir a descargar

Si te gusta, republica el material en tus redes sociales.

Categorías
sagrario

‘Sé dónde está la bala’, dijo Johnny Ace antes de llevarse el revolver a la sien

Una fábula crepuscular.

Johnny Ace —de nombre real John Marshall Alexander, Jr.— reunía todos los componentes de la fórmula equilibrada: nacido en Memphis (1929), la ciudad donde el viento sabe cantar baladas; hijo de predicador baptista y, por obligación filial, con la garganta educada en los coros dominicales; bien dotado intérprete de piano; con facilidad para componer melodías esponjosas y quedonas…

La época también era la oportuna: la primera mitad de los años cincuenta, cuando los músicos negros del sur de los EE UU cautivaron por primera vez a los jóvenes blancos con canciones de resbaladiza lascivia y melodías que parecían descender desde las estrellas de un cielo nocturno de verano.

A Johnny Ace no le iba nada mal. Ganaba un buen dinero tocando como asalariado en el grupo de BB King y daba salida a sus dotes como compositor grabando para una de las discográficas independientes con más empuje, Duke. Entre 1952 y 1954 encadenó singles que se vendieron con facilidad de canciones de amor en clave urbana. Eran fáciles, pegadizas y contenían la siempre latente promesa de noches románticas a la luz de la luna. Johnny y su voz templada eran objetos de adoración entre los adolescentes.

Cross My Heart, The Clock, Please Forgive Me y Never Let Me Go le convirtieron en residente habitual de las listas de éxitos. Empezó a ganar dinero y a dar conciertos. Solía in en tándem con la gran Willie Mae Big Mama Thornton, la mujer que inspiró a Elvis Presley.

El 24 de diciembre de 1954 los contrataron para un concierto especial de Navidad en el City Auditorium de Houston-Texas. Ace estaba pletórico: tras la actuación regresaba a Memphis para unas semanas de descanso. Una hora antes del show compró al contado un Oldsmobile para llegar a casa en el coche flamante que merecía un triunfador.

Sobre lo que sucedió en el local no hay unanimidad. Según Thornton, Johnny no había dejado de beber whisky desde hacía horas y estaba muy borracho. Según otras fuentes, desde mucho antes la tragedia rondaba al músico, que tenía 25 años y no había podido digerir la fama sin perder la cordura en el camino: llevaba siempre encima un revólver y le gustaba jugar a la ruleta rusa con una bala en el tambor.

Entre bastidores y antes del concierto, se pavoneó con el arma, apuntando a algunos invitados. Le dijeron, espantados, que dejara de hacer el idiota, pero insistió en la temeridad sin que nadie lo evitara.

«Sé dónde está la bala. No hay peligro», dijo antes de llevarse el cañón a la sien. El disparo fue mortal.

Al entierro asistieron varios miles de personas. Los discos póstumos de Johnny Ace, sobre todo la balada Pledging My Love, se vendieron como pan caliente.

Décadas después el cineasta Abel Ferrara, que ha sobrevivido a varios abismos, eligió Pledging My Love, donde Johnny Ace promete amor eterno y alma ardiente, para cerrar, antes del inicio de los créditos, la turbia y bestial película Teniente corrupto (Bad Lieutenant en inglés), en la que Harvey Keitel interpreta a un detective de la Policía de Nueva York que busca una imposible redención.

[Esta pieza procede de mi web personal]